viernes, 4 de febrero de 2022

La Iglesia, Sus Desafíos Ante Los Ancianos Por Saúl Guevara

 


No cabe duda que los ancianos son muchas veces las personas más olvidadas en nuestras congregaciones o si no, respóndase a estas interrogantes: ¿Cuánto sabemos acerca de la vida de los ancianos en nuestras iglesias? o, ¿cuántas veces nos hemos acerado a preguntarle a sus familiares si necesitan algo en particular?

 La Biblia llama a honrar y cuidar de los adultos mayores y esto nos habla de lo importantes que son para el corazón de Dios.

 Se suele pensar que los ancianos llegaron a una etapa en donde están libres de preocupaciones, sin embargo, ellos enfrentan diversos retos que deben ser de nuestro interés para ver la manera en las que podemos ayudarlos.

 Todo anciano, sin distingo alguno, merece respeto y honor. Dios dice que hay sabiduría en ellos, que sus canas son una corona de gloria. Pero además de eso, hay algo importante que perdemos de vista: La valía de una persona no depende de sus capacidades, sino del valor intrínseco que ya ha depositado el Señor en él o ella al ser creados a su imagen y semejanza.

 Cristo, redentor de todos, pago por todos en la cruz del Calvario, nos ha comprado a todos aquellos a los que hemos creído en Él y nos hemos arrepentido de nuestros pecados. Los ancianos de nuestra iglesia han sido igualmente comprados por el mismo valor incalculable de la sangre de Cristo.

 Jesús, de quien somos sus discípulos, nos hará volver el corazón hacia todo aquel anciano que delante de Dios vale lo mismo que yo. Les hemos de dar la honra, el amor y la paciencia que ellos merecen.

 En los salmos encontramos una cita puntual sobre la extensión de nuestra vida en la línea del tiempo: “¡Setenta son los años que se nos conceden! Algunos incluso llegan a ochenta. Pero hasta los mejores años se llenan de dolor y de problemas; pronto desaparecen, y volamos” (Salmos 90:10, NTV). Dos versículos después, dice: “enséñanos a entender la brevedad de la vida”.

 Si Dios lo permite, llegaremos a ser ancianos, pero a igual que el salmista, podemos orar para que el Señor nos muestre la brevedad de la vida. Esto no solo nos permitirá apreciar más lo eterno, sino que nos permitirá tener compasión de aquellos que ya llegaron a la vejez y que de alguna manera sienten que se les ha ido la vida o que esta está por terminar.

 Reflexionar sobre este tema para la iglesia debe ser de gran importancia y responsabilidad: responsabilidad para sus autoridades y para toda su membresía.

 Se que a muchos lideres no les gusta este tipo de reflexión, se molestan, pero si no cuidan de ancianos cronológicos de sus congregaciones, ¿Qué sucederá con usted, amigo creyente, cuando llegue a esta edad?

 Alguien me dirá que en Cristo somos libres, pero cuando se nos apuntan cuestionamientos reales debemos responder, sentar un precedente, interesarnos y buscar cómo ayudarlos. “porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor” (Gálatas 5:13, NVI).

La Iglesia es, de hecho, el lugar donde las distintas generaciones están llamadas a compartir el proyecto de amor de Dios en una relación de intercambio mutuo de los dones que cada cual posee por la gracia del Espíritu Santo. Un intercambio en el que los ancianos transmiten valores religiosos y morales que representan un rico patrimonio espiritual para la vida de las familias y la comunidad.

 Es deber de la Iglesia hacer adquirir a los ancianos una viva conciencia de la tarea que tienen de transmitir al mundo el evangelio de Cristo. Y hacerlos también conscientes de la responsabilidad que se desprende, para ellos, de ser testigos privilegiados de la fidelidad de Dios, que mantiene siempre sus promesas al hombre.

  Cuando la iglesia expresa una visión dirigida exclusivamente a los jóvenes (alabanza, danza, jóvenes, etc.) y no hace nada por sus ancianos, esta aceptando una cultura juvenil, expresión del mundo moderno y actual, que hace que el término "anciano" sea despectivo.

 Una iglesia que sabe aceptar la debilidad de los mayores es capaz de ofrecer a todos una esperanza de futuro. Por eso, descartar a los ancianos, incluso en el lenguaje, es un grave problema para todos e implica un claro mensaje de exclusión, que está en la base de tantos fracasos en la acogida a Cristo Jesús. Y esto, por desgracia, no es una posibilidad remota, sino algo que ocurre con frecuencia.

 Si Dios no hace acepción de personas, ¿entonces porque la Iglesia no es creativa en la atención a los ancianos? Es una actitud peligrosa, que demuestra claramente que lo contrario de la debilidad no es la fuerza, sino la presunción que no conoce límites, pues se parte del presuponer que los ancianos son personas obsoletas sin valor alguno. La presunción, el orgullo, la arrogancia y el desprecio por los débiles caracterizan a los que se creen fuertes.

 Mas… “…lo débil de Dios es más fuerte que los hombres…” (1 Corintios 1:25). Y, “…lo que es débil para el mundo, Dios lo ha elegido para confundir a los Fuertes” (1 Corintios 1:27).

 Por lo tanto, lideres y creyentes, el cristianismo no sólo no rechaza ni oculta la debilidad del hombre desde la concepción hasta la muerte, sino que le da honor, sentido e incluso fuerza.

 Por supuesto, no puede decirse con superficialidad que al envejecer nos volvemos automáticamente mejores: los defectos y asperezas ya presentes en la edad adulta pueden acentuarse y el encuentro con la propia vejez y sus debilidades puede representar un momento de malestar.

 Pero ello no debe ser excusa para olvidar a nuestros ancianos, los cristianos, en particular; debemos interrogarnos con la inteligencia del amor para identificar nuevas perspectivas y caminos con los que responder al desafío no sólo del envejecimiento, sino de la debilidad en la vejez.

 Esta es la gran deuda de amor que los cristianos tienen con el mundo y a la cual todos, iglesia, ministerios, creyentes en lo particular, debemos dar una respuesta de atención. Y ahora… ¿usted que hará?

S.A.G. – 04 – FEB - 2022

 

 

 

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