Levítico 19:32 "Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás; yo soy el SEÑOR"
En el plano de la iglesia cristiana, en el plano cultural y en el plano de la conciencia civil y familiar, ahora, con la experiencia vivencial del Covid 19, es oportuno realizar un profundo replanteamiento de los modelos de asistencia para los ancianos.
Ya Levíticos nos habla de honrar a los ancianos y en nuestros días, aprender a “honrar” a los ancianos es crucial para el futuro de nuestras sociedades y en última instancia, para nuestro propio futuro.
Honrar es dar honor y honor en hebreo significa “peso”, valor; honrar significa reconocer el valor de una presencia y en el caso del anciano, la de aquellos que nos han generado a la vida y a la fe.
La realización de una vida plena y de sociedades más justas para las nuevas generaciones depende del reconocimiento de la presencia y de la riqueza que constituyen para nosotros los abuelos y los ancianos. Y este reconocimiento tiene su corolario en el respeto, en la acogida, la asistencia y la mejora de sus cualidades y necesidades.
Entre estas últimas, existe sin duda el deber de crear las mejores condiciones para que los ancianos puedan vivir esta fase particular de la vida, en la medida de lo posible, en un ambiente familiar, con sus amistades habituales. ¿Quién no querría seguir viviendo en su propia casa, rodeado de sus seres queridos, incluso cuando se vuelve frágil? La familia, el hogar, el propio entorno representan la elección más natural para cualquiera.
Por supuesto, no todo puede seguir siendo igual que cuando se era más joven; a veces se necesitan soluciones que hagan realizable el cuidado en el domicilio. Hay situaciones en las que la propia casa ya no es suficiente. En estos casos es necesario no dejarse llevar la “cultura del descarte”. El poner al anciano, con sus necesidades y derechos, en el centro de la atención es una expresión de progreso, civilización y auténtica conciencia cristiana.
Cada anciano es diferente del otro, no se puede pasar por alto la singularidad de cada historia: su biografía, su entorno de vida, sus relaciones presentes y pasadas. Para identificar nuevas perspectivas para ellos, aun dentro de la iglesia, es necesario partir de una cuidadosa consideración de la persona, de su historia y de sus necesidades. Muchas veces el sonido estruendoso de la alabanza o los gritos de un predicador, deja sinsabores en un anciano.
La presencia de barreras arquitectónicas o la insuficiencia de las instalaciones higiénicas, la escasez de espacio, deben tener soluciones concretas tanto en los templos como en sus casas. Cualquier cosa puede convertirse en un obstáculo insuperable. Es necesario y urgente activar un “hacerse cargo” de la persona mayor en el lugar donde se desarrolla su vida.
Todo esto requiere un proceso de “transformación del entendimiento” personal, social, civil, cultural y moral. Sólo así responderemos adecuadamente a la demanda de honrar a las personas mayores, especialmente las más débiles y expuestas.
Las nuevas tecnologías y los avances de la telemedicina y la inteligencia artificial pueden ser de gran ayuda: si se utilizan y distribuyen bien, pueden crear, un sistema integrado de asistencia y cuidados capaz de hacer posible una vivencia digna. Una alianza cuidadosa y creativa entre las familias, el sistema sociosanitario, las iglesias y todos los actores implicados puede lograr un trato con más honra.
Esto podría ser una respuesta concreta a promover nuevos modelos de atención a los ancianos. Dentro de este horizonte, la vida independiente, la vida asistida, el alojamiento conjunto y todas aquellas experiencias inspiradas en el concepto-valor de la asistencia mutua que permiten a la persona mantener una vida autónoma, deben promoverse con creatividad e inteligencia.
Estas experiencias permiten vivir en un alojamiento propio, disfrutando al mismo tiempo de las ventajas de la vida en comunidad, gracias a un sistema de gestión de la vida cotidiana totalmente compartido y ciertos servicios asegurados como por ejemplo su culto bíblico. Estas experiencias, permiten contrarrestar muchas de las dificultades de la ciudad contemporánea: la soledad, los problemas económicos, la falta de vínculos afectivos, la simple necesidad de ayuda.
Existen diferentes definiciones o acciones, aplicables por la iglesia hoy en día: las intergeneracionales, es decir, las que prevén la coexistencia de núcleos con grupos de edad diferentes pero predefinidos; las que acogen sólo a personas mayores, pero con características particulares o las destinadas sólo a mujeres; las que reúnen a familias jóvenes con niños y ancianos; en algunos casos, también ha surgido la necesidad de ofrecer hospitalidad a personas ancianas anteriormente institucionalizadas que desean comenzar “una nueva vida” dejando el contexto que los ha acompañado durante años. De ahí que pueden surgir de la iglesia ministerios de Casa de los Ancianos.
Estas fórmulas habitacionales y asistenciales requieren un profundo cambio de mentalidad y enfoque respecto a la persona anciana frágil, que sin embargo es todavía capaz de dar y compartir: una alianza entre generaciones que puede abrirse paso con fuerza en el tiempo de la debilidad.
Como vemos y si somos sinceros y sin pasionismos, debemos aceptar que nuestras iglesias cristianas en su mayoría están muy, pero muy lejos, de dar honra a los ancianos.
Menuda labor para nuestros pastores.
S.A.G. – 02 – JUL – 2021
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