Nuestros abuelos se están haciendo invisibles, no se están marchando.
Proverbios 17:6 dice: “La corona del anciano son sus nietos …” y el Salmo 127:3 se refiere a los “frutos del vientre” como “una recompensa”. Entonces, obviamente, ser un abuelo es una bendición. Es un honor haber criado a un niño que da a luz a otra generación de niños y haber vivido lo suficiente como para presenciarlo.
Espiritualmente diríamos que los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles y duermen para siempre en lo profundo de nuestro amor. Los echamos de menos y daríamos lo que fuera por volver a oír su voz, sus historias, por sentir sus caricias y esas miradas llenas de infinita ternura.
Por ley de la vida, mientras los abuelos tienen la prerrogativa de vernos nacer y crecer, nosotros hemos de ser testigos de su envejecimiento y partir de este mundo. Su adiós, es casi siempre la primera despedida a la que hemos tenido que enfrentarnos en nuestra niñez o adolescencia.
Los abuelos que se interrelacionan con sus nietos dejan huellas en su alma, herencia que los acompañará de por vida, funcionando como semillas de amor imperecedero para cuando llegue el tiempo en que se vuelvan invisibles.
Vivimos tiempos de partidas abruptas de muchos abuelos a los que ni siquiera les hemos podido decir adiós, abuelos y abuelas involucrados en las tareas de crianza con sus nietos, que han sido un apoyo inestimable en las familias actuales.
Su relación con los nietos, no es el mismo que el de un padre o una madre, siendo eso algo que los niños intuyen desde bien temprano. El vínculo de los abuelos y los nietos se crea desde una complicidad mucho más íntima y profunda, por ello, su pérdida puede ser en muchos casos algo muy delicado en la mente de un niño o un adolescente, pues el adiós a los abuelos es la primera experiencia con la pérdida
Pocos han tenido el privilegio de tener a sus abuelos hasta la edad adulta, muchos afrontaron su muerte en la infancia, en esa edad en que aún no se entiende la muerte y su realismo, donde los adultos, en ocasiones, la explican mal, como pretendiendo suavizar la muerte como si no doliera.
A un niño se le debe decir siempre la verdad; adaptando el mensaje a su edad. Un error que suelen cometer muchos padres es en evitar, por ejemplo, una última despedida entre el niño y el abuelo en el hospital o en hacer uso de metáforas como el abuelo está en una estrella o la abuela está durmiendo. A los niños se les debe explicar la muerte de manera sencilla y sin metáforas para que no se hagan ideas equivocadas. Si le decimos que el abuelo se ha ido, lo más probable es que el niño pregunte cuándo va a volver.
Si explicamos al pequeño la muerte desde una visión religiosa determinada, es necesario incidir en el hecho de que no va a regresar. Un niño pequeño solo puede absorber cantidades limitadas de información, así que las explicaciones deben ser lo más breves pero sencillas posibles. Al final es un duelo necesario.
Es importante considerar, que la muerte no es un tabú y que las lágrimas de los adultos no tienen por qué quedar ocultas ante la mirada infantil. Todos sufrimos la pérdida de un ser querido y es necesario hablar de ella y desahogarla. Los niños lo harán a su tiempo y en su momento, por ello, hemos de ser facilitadores de ese proceso. Ellos, los niños, nos harán muchas preguntas que necesitan de buenas y pacientes respuestas. La pérdida de los abuelos en la infancia o en la adolescencia siempre es complejo, así que es necesario atravesar ese duelo en familia siendo muy intuitivos ante cualquier necesidad de nuestros hijos.
Los abuelos, aunque no estén, siguen muy presentes en nuestras vidas, en esos escenarios comunes que compartimos con nuestra familia e incluso en ese legado oral que ofrecemos a las nuevas generaciones, como a los nuevos nietos o biznietos que no pudieron conocer al abuelo o a la abuela. Los abuelos sostuvieron nuestras manos durante un tiempo, mientras nos enseñaban a andar, pero luego lo que sostuvieron para siempre fueron nuestros corazones, ahí donde dormirán eternamente ofreciéndonos su luz, su recuerdo.
La presencia de ellos habita aún en esas fotografías amarillentas que se guardan en marcos y no en la memoria de un teléfono móvil. El abuelo está en ese árbol que plantó con sus manos, en ese vestido que nos cosió o regalo la abuela y que aún conservamos. Están en los olores de ese perfume que prefería y usaba que olor que persiste en nuestra memoria emocional.
Su recuerdo está guardado en nuestra mente y proceder guiados por cada uno de los consejos que nos dieron, en las historias que nos contaron, en el modo en que nos hacemos los nudos de los zapatos e incluso en esa mirada u hoyuelo en el mentón que hemos heredado de ellos. Eso nos acompañará toda la vida
Entonces, los abuelos no mueren, porque ellos se inscriben en nuestras emociones de un modo más delicado y profundo que la simple genética. Nos enseñaron a ir un poco más despacio y a su ritmo, a saborear una tarde en el campo, a pasear por el zoológico, a recoger conchitas en el mar y admirarlas, a descubrir que los buenos momentos de la vida, tienen un calor especial ya que existe un lenguaje que va mucho más allá de las palabras.
Es el lenguaje de un abrazo, de una caricia, de una sonrisa cómplice y de un paseo a media tarde compartiendo silencios mientras vemos el atardecer. Todo ello perdurará para siempre y es ahí donde acontece la auténtica eternidad de las personas. En el legado afectuoso de quienes nos aman de verdad y nos honran al recordarnos cada día.
Llegará el día de una angustia y del mismo modo que es responsabilidad de un abuelo impartir su fe y mostrar afecto a sus nietos, también es trabajo del nieto mostrar respeto y cuidar las necesidades físicas del abuelo. Pablo exhorta: “Pero, si una viuda tiene hijos o nietos, que estos aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia y correspondan así a sus padres y abuelos, porque eso agrada a Dios. … El que no provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:4…8)
Cuidemos de los abuelos, los abuelos no mueren… tan solo se hacen invisibles.
S.A.G. – 19 – MAR – 2021
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