Eclesiastés 9:10 "Todo lo que tu mano halle para hacer, haz{lo} según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adónde vas."
“La vejez es la única cosa que llega sin tener que esforzarnos para conseguirla”, dijo Cicerón. Pero parece que, aunque esta etapa ciertamente viene sola, sí hay que esforzarse para lograr vivirla de la manera adecuada.
El envejecer es una etapa más de la vida de cada individuo. Sin embargo, en nuestra actual sociedad, los ancianos pierden esa individualidad y son etiquetados uniformemente, encerrado en lo que se llama “las personas mayores”.
Así y sin más, se dispersa y se reduce el valor de la historia individual de cada uno como persona que ha construido el mundo que le tocó vivir de una forma u otra. Llegados a la vejez, las posibilidades de elegir se ven detenidas por un entorno que decide una sociedad que rinde culto a la juventud.
Para nuestra sociedad, el paso del tiempo y una larga vida es motivo para poner en duda la sabiduría de la experiencia, el valor añadido de una larga historia cargada de experiencias. Privada del reconocimiento de esos valores, la persona se vuelve obsoleta y eso la condena a envejecer sin éxito.
La OMS, en el Día Internacional de las Personas Mayores, en el año 2016, lanzó bajo el lema “Actuemos contra el Edadismo” una campaña mundial contra la discriminación por motivos de edad y por la mejora de la vida cotidiana de estas personas, subrayando la necesidad de que los gobiernos legislen con el objetivo de atenderlas y dignificarlas. Pero no basta con solo legislar, hay que actuar.
El no actuar, genera que las personas mayores vivan en un entorno lleno de trabas e inconvenientes que les impiden envejecer con dignidad. Es necesario, pues, ser conscientes de que esa realidad plagada de actitudes negativas y discriminaciones provoca en los ancianos graves perjuicios en todas las esferas de su vida.
En este punto, nos encontramos con ciudadanos que llegan a la vejez sin un apoyo familiar o social, son tratados como una nada, tirados en asilos concebidos desde un cúmulo de prejuicios. Ante esta realidad, muchos de ellos se dan por vencidos y claudican dejándose morir.
El maltrato a las personas mayores sólo ha sido reconocido como problema mundial recientemente y el trato inadecuado ha sido abordado desde distintas perspectivas, basadas en tres ejes fundamentales que erosionan su dignidad y su calidad de vida, ya sea por la actuación de otras personas intencionadamente, ya sea por la omisión en su atención o cuidados.
La realidad de los ancianos víctimas de estas actuaciones es:
· El abandono, el aislamiento, el desamparo y la exclusión social.
· La violación de sus derechos legales.
· La privación de la toma de decisiones y de un estatus propio de una identidad, ya sea en el ámbito social o familiar.
Todo esto se resume en una ausencia de respeto e igualdad por una razón de edad.
Ciertamente que con la falta de respeto se insulta a estas personas y no se les concede reconocimiento; simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa.
Pero ¿qué sucede cuando es la propia persona, en esta etapa de su vida, quien decide vivir fuera de lo que la sociedad considera digno?
La autonegligencia es la situación en la que uno, por decisión propia o por ausencia de ella, vive bajo situaciones de riesgo bio-psico-social. Son frecuentes las noticias en los medios de comunicación sobre ancianos que malviven con el Síndrome de Diógenes, entre en medio de todos aquello que acumulan, incluso basura o que conviven en su domicilio con numerosos animales en condiciones de insalubridad, el llamado Síndrome de Noé. Hablamos de personas que en la vida cotidiana no toman decisiones que garanticen una adecuada calidad de vida.
Califican como autonegligentes a aquellas personas mayores que:
· No satisfacen sus necesidades básicas, tales como salud, higiene y alimentación, por carecer de recursos de cualquier tipo, ya sea por falta de ingresos, por desconocimiento de los recursos sociales disponibles, etc.
· Padecen problemas de salud mental que les impiden cubrir sus necesidades cotidianas con calidad de vida, ya sea porque no estén diagnosticadas o porque no sigan el tratamiento médico de manera adecuada.
· Personas que por su modus vivendi, sin que medie enfermedad mental, viven insertas en dinámicas insalubres, como por ejemplo una falta de hábitos adecuados.
Habría que preguntarse entonces cómo nuestra historia de vida, nuestras decisiones y nuestro propio entorno nos llevan hasta ahí. Para responder a esta pregunta, hay que plantearse qué signos de nuestra vida presente pueden influir en cómo viviremos la vejez.
Conocer la historia de vida es clave en el planteamiento de cualquier tipo de acción, desde los sistemas de protección social hasta la concienciación ciudadana. Hay que tener en cuenta también que la vida depara acontecimientos imprevistos, circunstancias sobrevenidas que desestabilizan al individuo o a su apoyo familiar.
A la vista de lo anterior, hemos de concluir que la calidad de vida de la vejez requiere que nuestra sociedad trate a las personas mayores como lo que son: ciudadanos adultos con capacidad de decisión. Esto incluye su derecho a tomar decisiones aun cuando estas conlleven riesgos.
Todo ello provocaría la intervención de los sistemas educativos, de las instituciones pertinentes e incluso la visión de las iglesias, etc.; por ahora todas ellas son un muro de resistencia es el gran obstáculo invisible que los sistemas de protección social tienen que superar aplicando las medidas y herramientas de que disponen para dignificar la vejez.
Deuteronomio 32:7 "Acuérdate de los días de antaño; considera los años de todas las generaciones. Pregunta a tu padre, y él te lo hará saber; a tus ancianos, y ellos te {lo} dirán."
S.A.G. – 12 – FEB – 2021
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