Job
12:12 NVI "Entre los ancianos se halla la sabiduría; en los muchos años,
el entendimiento."
La severidad
de este desequilibrio de vida actual, ha trastocado nuestra normalidad
cotidiana y nos va a llevar a replantear las bases de nuestro sistema de vida. La
huella que esta pandemia global está dejando sobre nuestras vidas es grande y
aún no dimensionamos todo su efecto actual y futuro.
En lo
particular y en mi triple condición: viejo de setenta y un años, Pastor y
Sociólogo, comparto con ustedes estas reflexiones sobre la vejez y la pandemia.
Las
estadísticas sobre mortalidad por edad de personas infectadas del Covid-19 pone
a los adultos mayores como un grupo poblacional de alto riesgo. Toma en ellos con
particular fuerza el imperativo del “quédate en casa” como un modo de cuidarse
y cuidar a los demás.
Nosotros
los viejos a igual que todos los grupos sociales de nuestras sociedades,
tenemos el pleno derecho a elegir y decidir sobre nuestras vidas y también
tenemos una responsabilidad social frente a la sociedad, siendo uno de ellos el
cuidarnos. Si los viejos nos enfermáramos masivamente y ocupáramos todas las
camas de terapia intensiva, todos los respiradores disponibles, etc.,
estaríamos generando un colapso del sistema sanitario que afectaría al conjunto
de la sociedad. Ya países desarrollados como Italia, España, Francia, Rusia,
China y Estados Unidos tuvieron que afrontar el dilema de las “prioridades”
cuando se vieron desbordados por la cantidad de pacientes infectados que
requerían cuidados médicos especiales.
¿Quién
tiene más derecho a la vida? ¿Debe ser la edad un parámetro a tener en cuenta?
Un dilema ético que debe ser pensado. Decimos que es cristiano el dar la vida
por otros, pero, sin embargo, cuando trasladamos este dilema una situación
personal o familiar, no tengo ninguna duda que priorizamos la vida de la esposa,
la de los hijos y nietos antes que la mía propia. Pero si ya fuera la del
vecino… ahí cambia la cosa.
Esta
vulnerabilidad de grupo de alto riesgo que la pandemia arroja sobre nosotros
los viejos, conlleva el peligro de caer en generalizaciones, perdiendo de vista
que se trata de un universo muy amplio y heterogéneo que abarca
mayoritariamente a personas activas y relativamente sanas, auto válidas y
capaces de su propio cuidado. El factor edad por sí solo no resulta un
parámetro válido para evaluar el nivel de riesgo y vulnerabilidad frente al
coronavirus.
Hoy en
día, más que en ninguna otra etapa histórica del mundo, encontramos ancianos
cada vez más y más sanos. La enorme mayoría de adultos mayores logra transitar
un envejecimiento activo y saludable hasta edades muy avanzadas, manteniendo un
rol protagónico en sus ámbitos familiares, laborales, socio-culturales,
religiosos y políticos
Aun
sin percibirlo cada vez vamos viendo en nuestra vida la realización de la
Palabra: Salmos 92:14 NVI "Aun en su vejez, darán fruto; siempre estarán
vigorosos y lozanos,"
Quiero
también llamar la atención sobre la otra cara de la moneda: existe en nuestra
cultura una tendencia a sobrevalorar la juventud y desvalorizar el
envejecimiento y la vejez. Esto lleva a menudo a conductas negativas y maníacas
frente al paso inexorable de los años y a una creciente dificultad en aceptar
los cambios y ajustes que este proceso nos exige.
Renunciar
a ciertas cosas, dar lugar a otros, revisar nuestro rol en el contexto
intergeneracional también forman parte de un buen envejecimiento.
En una
sociedad que tiende a negar o evitar la temática de la muerte se hace difícil
encarar la necesaria tarea de confrontar con nuestra condición de mortales. La
crisis del coronavirus impacta fuerte en ese sentido: más allá de nuestra salud
personal, la sociedad en su conjunto nos visualiza como un sector poblacional
vulnerable y en mayor riesgo de muerte.
Esta
“mirada” se refuerza con la actitud de nuestros hijos que nos transmiten su
inquietud y preocupación por nuestra salud y “vigilan” nuestras acciones con la
buena intención de cuidarnos y protegernos. Esta también la actitud de cuidado
por parte del Estado.
Cuando
observo la dramática situación que atraviesan otros países latinoamericanos
como Brasil, Chile, Perú y Ecuador, no puedo más que celebrar y rescatar la
postura de nuestro gobierno nacional que comprendió tempranamente la
importancia de la cuarentena y colocó al Estado, resistiendo a las presiones
del mercado, en el rol protagónico del cuidado de la población en su conjunto.
La
pandemia impacta fuertemente no solo en nuestra calidad de vida sino también en
nuestra relación con la muerte, la propia y la de nuestros seres queridos.
Morir en una terapia intensiva, entubados y sin acompañamiento familiar no es
precisamente lo que llamamos una muerte digna ni representa la manera de morir
que muchos viejos quisiéramos elegir. Esta realidad actual la reconfortamos con
la esperanza bíblica de una nueva vida: "Pues, así como en Adán todos
mueren, también en Cristo todos volverán a vivir" 1 Corintios 15:22 NVI
La
situación absolutamente excepcional y extrema que nos impone la pandemia puso
comprensiblemente en primer plano aplicar criterios sociosanitarios generales
que tienden a exacerbar la mirada piadosa de la vida y de la muerte, desplazando
en gran medida las visiones más personales y singulares de cada ser humano.
Recuerdo al poeta Rainer María Rilke (*) que decía “quiero morir de mi
propia muerte y no de la de los médicos”.
También
nuestros rituales en relación a la muerte de seres queridos se encuentran
afectados por las limitaciones que impone la pandemia. Sabemos la importante
que estos rituales tienen para poder atravesar los procesos de duelo de la
manera más saludable posible.
Como
vemos son muchos y complejos los dilemas a los que nos enfrentamos: ¿Cómo
compatibilizar nuestros derechos y aspiraciones individuales con nuestras
responsabilidades sociales? ¿Cómo aprender a convivir con estos nuevos
condicionamientos que impone la pandemia? ¿Cómo nos reinventamos? Y finalmente ¿cómo podemos transformar esta
crisis en una oportunidad única para repensar y desarrollar colectivamente una
sociedad más justa y solidaria? Pero las transformaciones no se producen por
generación espontánea. Para que no queden en meras expresiones de deseo
tendremos que promoverlas y consolidarlas a través de una activa
militancia. Y allí estaremos también los
adultos mayores aportando lo nuestro desde una vejez activa y comprometida.
Rainer María Rilke: 1875 - 1926; fue un poeta y novelista austriaco considerado
uno de los poetas más importantes en alemán y de la literatura universal. Sus
obras fundamentales son las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo. En prosa
destacan las Cartas a un joven poeta y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge.
Wikipedia
S.A.G.
14 AGO 2020
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