viernes, 5 de junio de 2020

Aprendiendo Para Atender Nuestros Ancianos Por Saul Guevara


Salmo 90:12 NVI "Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría"  

La salud es un bien en nuestra sociedad y por buenas razones. El profeta Jeremías habló de la promesa de Dios de traer salud y sanar heridas. En Eclesiastés se nos dice que nos deleitemos en la salud de nuestra juventud. El apóstol Juan oró por la salud de sus lectores. El Salmo 82 y Romanos 15 dejan en claro que adorar nuestro propio bienestar descuida nuestro llamado hacia los débiles, entre ellos los ancianos, aquellos con quienes Cristo se identifica repetidamente en todo el Nuevo Testamento.

En este tiempo tan especial que vivimos y en las semanas venideras, el confinamiento es y será para el segmento generacional de la Tercera Edad y más, un periodo en el que el aislamiento formará parte del diario vivir.

El confinamiento supone la pérdida de libertad y control sobre nuestras vidas. Ello nos provoca un sentimiento de desprotección e incertidumbre sobre el futuro que puede ser perturbador. Estudios previos han demostrado, de forma repetida, los efectos perjudiciales del aislamiento social en la salud. Sin embargo, la evidencia científica acerca de las consecuencias de una cuarentena es limitada.

La Biblia y las Iglesias, por ende, pastores y predicadores, por lo general no hablan mucho de la ancianidad como época de descanso, sino que más bien exhortan una y otra vez a que sea época de fecundidad, de maduración, de enseñar, de compartir y de oración. Esta visión activa no debe perderse de vista y ha de esgrimirse en cada momento en beneficio y arenga de vida para nuestros mayores.

Ahora en esta época de confinamiento los efectos psicológicos para nuestros mayores provocados por el aislamiento obligatorio, pueden tener consecuencias adversas para la salud mental, incluyendo la aparición de sintomatología ansiosa o depresiva, estrés postraumático, así como sentimientos de ira, tristeza, irritabilidad o miedo.

Estos efectos, que pueden mantenerse incluso a largo plazo, estarían explicados por diversas variables: la frustración o incertidumbre, una elevada sensación de riesgo a la infección, la falta de suministros o la información inadecuada, la pérdida de la capacidad financiera o un periodo prolongado de la cuarentena. En cualquier caso, los efectos psicológicos del confinamiento aparecerán en mayor o menor medida dependiendo de nuestra forma de ser y experiencias previas, las cuales influirán en nuestras estrategias de afrontamiento.

La cuarentena en personas mayores aumenta la probabilidad de aislamiento social y soledad no deseada. La soledad no deseada se ha relacionado con un estado de peor salud físico y mental.

En una situación de excepcionalidad como la que estamos viviendo, en la que nuestros mayores constituyen uno de los grupos de mayor riesgo, el confinamiento forzoso y prolongado puede provocar que los sentimientos de soledad no deseada y sus efectos vayan en aumento. En estas circunstancias, las personas de mayor edad podrían mostrar más problemas para concentrarse o desarrollar tareas distintas, mayor ansiedad, estrés, agitación, dificultad para mantener un sueño reparador, o retraimiento.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros mayores?

Con información fiable y limitada: en ocasiones puede resultar difícil controlar la preocupación y los pensamientos acerca de la enfermedad. Es por eso que la información consultada sea veraz y evitemos una sobreexposición innecesaria y perjudicial. Es importante que reciban la información de manera clara y realista, sin caer en el alarmismo.

Con el cuidado de la salud: la falta de tolerancia a la incertidumbre, nos hace vulnerables ante las emociones negativas. Por eso es importante prestar atención a nuestras emociones para tratar de identificarlas y reflexionar sobre ellas. En este sentido, numerosos organismos han elaborado recomendaciones confiables para un afrontamiento eficaz del malestar emocional generado por el Covid-19.

Nuestros mayores deben estar claros que esto es temporal y la importancia de mantener una actitud positiva. Recordémosles que ya han experimentado otras adversidades a lo largo de sus vidas y siempre las han superado con éxito.

Mantenernos ocupados también nos ayudará a reducir el miedo y la ansiedad. Mantener una rutina da significado a nuestro hacer diario y fomenta nuestro bienestar. Enseñémosles la relevancia de establecer horarios, alimentarnos adecuadamente, realizar ejercicio físico en la medida y buscar momentos de tranquilidad.

Se pide distancia física, pero no emocional: hemos escuchado y leído sobre la importancia de mantener la distancia social para combatir esta crisis sanitaria.

Las relaciones que generan apoyo, pertenencia y aprecio son la fuente fundamental de bienestar subjetivo para este segmento de la población. Intercambios sociales que involucran, principalmente, a la familia más cercana. Es por eso que, a pesar de la imperiosa necesidad de permanecer en casa para prevenir la propagación del virus, la distancia debe ser física, pero no tiene ni debe ser emocional.

Es esencial la comunicación, el procurar que las personas mayores se sientan acompañadas. Ellas esperan nuestras llamadas. Necesitan saber que nos preocupamos por su bienestar, que estamos a su lado, le escuchamos y que nosotros estamos bien.


Para quienes tengan acceso y los conocimientos para conectarse a través de otras modalidades a distancia, el video llamadas e incluso los juegos colaborativos pueden ser grandes aliados. Diversas instituciones y organizaciones no gubernamentales trabajan de forma incansable para brindar su ayuda a las personas que cuentan con una red de apoyo limitada.

Tenemos enseñanzas como cristianos en nuestra iglesia primitiva, la Biblia tiene mucho que decir sobre el cuidado de los padres ancianos y otros miembros de la familia que no son capaces de cuidarse a sí mismos. La iglesia cristiana primitiva actuó como la agencia de servicios sociales para otros creyentes. Cuidaban a los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos que no tenían a nadie más para cuidarlos. Los cristianos que tenían familiares necesitados debían suplir esas necesidades. Desafortunadamente, cuidar de nuestros padres en su vejez ya no es una obligación que muchos de nosotros estamos dispuestos a aceptar.

Las personas somos seres sociales: vivimos en grupos y dependemos los unos de los otros. Las estrictas medidas de confinamiento suponen un gran reto para todos porque conllevan la ausencia o disminución de nuestras interacciones sociales, lo que puede tener importantes implicaciones para nuestra salud física y mental. Esta pandemia pone en primera línea para el cristiano, el compromiso en el cuidado de los demás, primordialmente niños y ancianos.
S.A.G. JUN 05 2020







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