Salmo
90:12 NVI "Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón
adquiera sabiduría"
La
salud es un bien en nuestra sociedad y por buenas razones. El profeta Jeremías
habló de la promesa de Dios de traer salud y sanar heridas. En Eclesiastés se
nos dice que nos deleitemos en la salud de nuestra juventud. El apóstol Juan
oró por la salud de sus lectores. El Salmo 82 y Romanos 15 dejan en claro que
adorar nuestro propio bienestar descuida nuestro llamado hacia los débiles,
entre ellos los ancianos, aquellos con quienes Cristo se identifica
repetidamente en todo el Nuevo Testamento.
En
este tiempo tan especial que vivimos y en las semanas venideras, el
confinamiento es y será para el segmento generacional de la Tercera Edad y más,
un periodo en el que el aislamiento formará parte del diario vivir.
El
confinamiento supone la pérdida de libertad y control sobre nuestras vidas.
Ello nos provoca un sentimiento de desprotección e incertidumbre sobre el
futuro que puede ser perturbador. Estudios previos han demostrado, de forma
repetida, los efectos perjudiciales del aislamiento social en la salud. Sin
embargo, la evidencia científica acerca de las consecuencias de una cuarentena
es limitada.
La
Biblia y las Iglesias, por ende, pastores y predicadores, por lo general no
hablan mucho de la ancianidad como época de descanso, sino que más bien
exhortan una y otra vez a que sea época de fecundidad, de maduración, de
enseñar, de compartir y de oración. Esta visión activa no debe
perderse de vista y ha de esgrimirse en cada momento en beneficio y arenga de
vida para nuestros mayores.
Ahora
en esta época de confinamiento los efectos psicológicos para nuestros mayores provocados
por el aislamiento obligatorio, pueden tener consecuencias adversas para la
salud mental, incluyendo la aparición de sintomatología ansiosa o depresiva,
estrés postraumático, así como sentimientos de ira, tristeza, irritabilidad o
miedo.
Estos
efectos, que pueden mantenerse incluso a largo plazo, estarían explicados por
diversas variables: la frustración o incertidumbre, una elevada sensación de
riesgo a la infección, la falta de suministros o la información inadecuada, la
pérdida de la capacidad financiera o un periodo prolongado de la cuarentena. En
cualquier caso, los efectos psicológicos del confinamiento aparecerán en mayor
o menor medida dependiendo de nuestra forma de ser y experiencias previas, las
cuales influirán en nuestras estrategias de afrontamiento.
La
cuarentena en personas mayores aumenta la probabilidad de aislamiento social y
soledad no deseada. La soledad no deseada se ha relacionado con un estado de
peor salud físico y mental.
En
una situación de excepcionalidad como la que estamos viviendo, en la que
nuestros mayores constituyen uno de los grupos de mayor riesgo, el
confinamiento forzoso y prolongado puede provocar que los sentimientos de
soledad no deseada y sus efectos vayan en aumento. En estas circunstancias, las
personas de mayor edad podrían mostrar más problemas para concentrarse o
desarrollar tareas distintas, mayor ansiedad, estrés, agitación, dificultad
para mantener un sueño reparador, o retraimiento.
¿Cómo
podemos ayudar a nuestros mayores?
Con
información fiable y limitada: en ocasiones puede resultar
difícil controlar la preocupación y los pensamientos acerca de la enfermedad.
Es por eso que la información consultada sea veraz y evitemos una
sobreexposición innecesaria y perjudicial. Es importante que reciban la
información de manera clara y realista, sin caer en el alarmismo.
Con
el cuidado de la salud: la falta de tolerancia a la incertidumbre,
nos hace vulnerables ante las emociones negativas. Por eso es importante
prestar atención a nuestras emociones para tratar de identificarlas y
reflexionar sobre ellas. En este sentido, numerosos organismos han elaborado
recomendaciones confiables para un afrontamiento eficaz del malestar emocional
generado por el Covid-19.
Nuestros
mayores deben estar claros que esto es temporal y la importancia de mantener
una actitud positiva. Recordémosles que ya han experimentado otras adversidades
a lo largo de sus vidas y siempre las han superado con éxito.
Mantenernos
ocupados también nos ayudará a reducir el miedo y la ansiedad. Mantener una
rutina da significado a nuestro hacer diario y fomenta nuestro bienestar. Enseñémosles
la relevancia de establecer horarios, alimentarnos adecuadamente, realizar
ejercicio físico en la medida y buscar momentos de tranquilidad.
Se
pide distancia física, pero no emocional: hemos escuchado y leído
sobre la importancia de mantener la distancia social para combatir esta crisis
sanitaria.
Las
relaciones que generan apoyo, pertenencia y aprecio son la fuente fundamental
de bienestar subjetivo para este segmento de la población. Intercambios
sociales que involucran, principalmente, a la familia más cercana. Es por eso
que, a pesar de la imperiosa necesidad de permanecer en casa para prevenir la
propagación del virus, la distancia debe ser física, pero no tiene ni debe ser
emocional.
Es
esencial la comunicación, el procurar que las personas mayores se sientan
acompañadas. Ellas esperan nuestras llamadas. Necesitan saber que nos
preocupamos por su bienestar, que estamos a su lado, le escuchamos y que
nosotros estamos bien.
Para
quienes tengan acceso y los conocimientos para conectarse a través de otras
modalidades a distancia, el video llamadas e incluso los juegos colaborativos
pueden ser grandes aliados. Diversas instituciones y organizaciones no
gubernamentales trabajan de forma incansable para brindar su ayuda a las
personas que cuentan con una red de apoyo limitada.
Tenemos
enseñanzas como cristianos en nuestra iglesia primitiva, la Biblia tiene mucho
que decir sobre el cuidado de los padres ancianos y otros miembros de la
familia que no son capaces de cuidarse a sí mismos. La iglesia cristiana
primitiva actuó como la agencia de servicios sociales para otros creyentes.
Cuidaban a los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos que no tenían a
nadie más para cuidarlos. Los cristianos que tenían familiares necesitados
debían suplir esas necesidades. Desafortunadamente, cuidar de nuestros padres
en su vejez ya no es una obligación que muchos de nosotros estamos dispuestos a
aceptar.
Las
personas somos seres sociales: vivimos en grupos y dependemos los unos de los
otros. Las estrictas medidas de confinamiento suponen un gran reto para todos
porque conllevan la ausencia o disminución de nuestras interacciones sociales,
lo que puede tener importantes implicaciones para nuestra salud física y
mental. Esta pandemia pone en primera línea para el cristiano, el compromiso
en el cuidado de los demás, primordialmente niños y ancianos.
S.A.G.
JUN 05 2020
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