viernes, 14 de febrero de 2020

La Sabiduría De Los Abuelos Por Saul Guevara


Las personas mayores, a quienes a veces sin serlos les decimos abuelos, son una aprovechable y admirable fuente de experiencia, pragmatismo y serenidad, además de memoria viva sobre los asuntos humanos que nos atañen.

Casi todo el mundo guarda en su corazón un abuelo o abuela, a veces representados en un vecino o un allegado familiar, que fue fundamental para su formación emocional.

Estos mayores, liberados de la disciplina que tienen que aplicar los padres a los hijos, se convierten en unos maestros de vida que, con sus consejos, nos ayudan a ser lo que somos. Nos regalan su sentido común, la perspectiva que han ganado con los años y el arte de reírnos de las pequeñas calamidades que nos acechan en el día a día. Sin dejar de mencionar que también son excelentes narradores de historias que despiertan nuestra imaginación.

Han visto tanto, en su existencia y en su entorno, que encuentran fácil lo que los nietos ven difícil.

Desde un punto de vista antropológico, los abuelos desempeñan el papel similar al del anciano gurú en las antiguas tribus: aquella mujer u hombre sabio al cual todos pedían consejo cuando se encontraban ante cualquier dificultad.

En la sociedad que describe Homero en La Odisea y La Ilíada, antes de entrar en guerra, los hombres del poblado iban a consultar siempre al de mayor edad, porque había visto más situaciones que nadie y podía dar una visión sensata y no contaminada por la pasión que podía llevarlos a una mala valoración del enemigo.

La Biblia enseña claramente que los años de la vida, y, por consiguiente, vivir una larga vida es un don de Dios. Sólo Él es quien nos preserva o retira el aliento de vida.

En la infancia, los abuelos son puntales en el crecimiento, porque enseñan los secretos de una vida que ha madurado lentamente. Sobre eso, Gabriel García Márquez dice de su abuelo, con quien vivió hasta los ocho años en un pueblo que después transformaría –a través de la literatura– en Macondo: “Ha sido la figura más importante de mi vida. Desde entonces no me ha pasado nada interesante”.

Estas personas a las que agrupamos como miembros activos de la tercera edad, son para la vida humana un motor evolutivo; en un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, los expertos llegaron a la conclusión de que lo que hoy llamamos tercera edad fue la clave de las sociedades que prosperaron hace 30.000 años. Los grupos humanos en los que había ancianos disponían de un mayor caudal de conocimientos, lo cual contribuyó decisivamente a la supervivencia colectiva y, con ello, multiplicó el número de gente mayor.

Rachel Caspari, de la Universidad de Michigan, y Sang-Hee Lee, de la Universidad de California en Riverside, descubrieron a través del estudio de 768 fósiles humanos que la posibilidad de llegar a una mayor edad dio a nuestra especie una ventaja evolutiva fundamental. Cuando los seres humanos empezaron a vivir más tiempo de promedio que otros primates, no sólo mejoraron las técnicas para conseguir alimento, cobijo y protegerse del resto de especies, también “empezó a observarse un cambio simbólico en la conducta. Encontramos expresiones artísticas. Se ve un gran número de personas que son enterradas con piezas de joyería, con ornamentos en sus cuerpos. Es muy posible que en esa época la gente comenzara a valorar y a cuidar a los débiles y a los ancianos, y a cambio se beneficiaran de su ayuda y experiencia”, afirma Caspari.

Otros estudios basados en la sociedad actual han demostrado que las personas maduras tienen mucha más habilidad que las jóvenes para lidiar con conflictos interpersonales y en momentos de crisis en los que es importante no precipitarse. Lo esencial no es que los adultos manejen más información, sino que saben leer mejor los desacuerdos entre las personas para extraer las claves que permitan darle la vuelta a la situación.

Contrariamente a lo que a menudo se dice, han descubierto que la gente mayor está más dispuesta a admitir otros puntos de vista, a asumir la incertidumbre y a aceptar que las cosas cambian con el tiempo.

Dejando de lado los estudios antropológicos y sociológicos, en la evolución personal que encarna cada ser humano suele haber como mínimo una persona mayor que ha marcado profundamente nuestra trayectoria.

En su libro ¿Qué es lo mejor de ser abuelos?, la escritora y profesora de creatividad Silvia Adela Kohan asegura: “La mayoría de abuelos son personas sabias, con una amplia visión sobre los asuntos humanos. Esto hace que puedan valorar lo que merece la pena y lo que no, además de apoyar a sus nietos y ayudarlos a que desarrollen su creatividad (...) De mis cuatro abuelos, el que yo recuerdo con más emoción es mi abuelo paterno, que nos venía a ver cada fin de semana con un bote de nata fresca. Desde entonces para mí abrir un bote de nata es contactar con mis antepasados”.   

Existen gran cantidad de pequeñas lecciones que aprendemos de nuestros mayores, tal vez porque con ellos bajamos la prevención que tenemos con nuestros progenitores o tal vez porque la figura mayor nos condiciona a verla como una figura amable y fiable, pero lo cierto es que, en la realidad, cada generación se rebela contra los padres y traba amistad con los abuelos.

Esa relación, que podríamos verla como un milagro intergeneracional obra la magia de unos maestros que han aprendido el arte de vivir despacio, sin ajetreos. Libres de la frenética exigencia de una vida que prioriza la productividad y que nos hace ir a marcha forzada, los abuelos tienen el tiempo que necesitan los pequeños para atender a sus preguntas, así como disposición para compartir sus propias aventuras y experiencias.

Eso no significa que no puedan ejercer el papel de padres si fuese necesario; pero lo cierto es que sobre los progenitores recae la responsabilidad de educar y velar por la salud con la dosis justa de autoridad: “Padres y abuelos son complementarios, los primeros aportan normas, disciplina, trabajo y límites; los segundos, ternura, tolerancia y tiempo; ambos son necesarios.”












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