Por
más que tratemos de esconderlo, en nuestros países latinos y no solo en ellos,
todavía existen prejuicios que hacen considerar la vejez como un equivalente de
discapacidad, ausencia de derechos y carga social o familiar. En nuestras
sociedades, los ancianos parecen estar de más, sin lugar. Sin embargo, la
historia enseña que no siempre recibieron este trato indigno.
¿Por
qué en nuestras sociedades, el anciano está marginado y desvalorizado?
Nunca
en la historia humana, han coexistido cuatro generaciones. Los avances de la
medicina actual posibilitan que padres, hijos, abuelos y bisabuelos convivan.
Esto significa que hay un aumento constante del número de adultos mayores. También
tiene que ver con la disminución de la natalidad, en algunos países europeos
hay una pirámide de población invertida. Hay una previsión de un aumento de
personas de tercera edad para años venideros. No es igual la proporción entre
adultos mayores varones y mujeres; hay una proporción mayoritaria de mujeres en
edad avanzada y las patologías que afectan a los varones ahora están afectando
cada vez mas a las mujeres que han ingresado en el mundo del trabajo y en
profesiones que han sido antes masculinas. El escenario es tal, que en nuestras
sociedades no existe una cultura de la vejez o está poco desarrollada.
En
nuestras sociedades no todos los ancianos son iguales, de ninguna manera, los de
medios económicos y bien relacionados socialmente no son considerados viejos,
porque siguen integrados a la sociedad. El resto queda abandonado, como residuos
sociales. Pero poco a poco, se va formando una cultura de la ancianidad que es
la que vemos en las asociaciones de próximos a jubilar y en otro tipo de
agrupamientos que cada vez más, se van generando en nuestras sociedades.
Por
ahora la vejez es temida, hay en aumento un grupo que no toma el envejecer como
una etapa natural de la vida, sino como una enfermedad. Por supuesto que hay
enfermedades propias en las distintas etapas de la vida de los seres humanos, y
la vejez tiene las suyas. Pero la vejez no es una enfermedad, si la
medicalizamos podemos forjar una cultura de la ancianidad y dar a los adultos
mayores un lugar de reconocimiento en nuestras sociedades.
Si
vemos las propagandas, los discursos y los programas de los medios, nos damos
cuenta de que los modelos son jóvenes. Eso significa que no hay un lugar para
las personas ancianas y que además se produce un fenómeno que podríamos llamar
"etaísmo", es decir una discriminación social de las personas
ancianas.
La
existencia del sistema sexo-género hace que en las mujeres mayores se produzca
una doble exclusión: la exclusión por edad y la exclusión por género. Yo creo
que la vejez sólo puede ser entendida en totalidad, dado que no es un hecho
biológico, sino un hecho cultural. Esta es la perspectiva desde donde
tendríamos que mirar para entender el fenómeno.
La
lógica de la sociedad contemporánea con respecto a los ancianos tiene una
confusión entre independencia y autonomía. Se cree que quienes sufren algún
tipo de discapacidad o de disminución de sus fuerzas físicas, son personas que
tienen disminuidas también su capacidad moral, su poder de decisión y su
capacidad de asumir derechos cuando no es así.
El
feminismo, hace tiempo señalo los rasgos discriminatorios de la sociedad con
respecto a las mujeres. Los niños también son afectados, aunque exista una muy
positiva convención internacional sobre sus derechos. Y es notoria la discriminación
respecto de las personas discapacitadas o con capacidades diferentes. Habría
que decir que en este momento uno de los grandes problemas de las sociedades
contemporáneas es la discriminación de los inmigrantes. Este mecanismo de
inclusión/exclusión se da en todas las sociedades.
Creo
que para subsanar este trato humillante, hay que contribuir y pensar en estas
personas como sujetos morales y por lo tanto dotados de autonomía y derechos.
La
autonomía es la capacidad y la posibilidad de ejercicio del derecho, pero es
también algo que hay que conquistar. En este sentido, la autonomía es como un
triple poder: el poder de hablar, de obrar sobre los hechos y de construir de
manera coherente la propia historia. De esta manera, autonomía no estaría
referida solamente a personas individuales, sino también a sujetos grupales,
como pueden ser los ancianos.
La
vulnerabilidad o fragilidad puede ser producto del azar; de las circunstancias
en las que una persona o grupo se desarrolla. Puede ser también infligida por
la sociedad en la que estas personas o grupo.
En
el caso de los ancianos esto es muy claro: cuando una persona anciana capaz va
a una visita al médico acompañada por otra persona, normalmente el médico se
dirige al acompañante y no a la persona anciana, aunque la persona anciana
tenga un desarrollo intelectual superior al de su acompañante.
Es
que hay un discurso desvalorizado a priori, desconsiderado, que es el del
anciano. A mí me ha pasado, cuando una de mis hijas me acompaña al médico,
pareciese que creen que el anciano "no sabe hablar".
Hay
discursos desvalorizantes por razones sociales, históricas, económicas. En otro
nivel, la posibilidad de obrar sobre las cosas o sobre las personas, depende de
las limitaciones y capacidades. Me parece que es necesario contribuir a las
reconstrucciones que llevan a la recuperación de identidades de personas y
grupos.
Vulnerables,
sí; pobrecitos, no
Los
ancianos tenemos una riqueza y una posibilidad de autonomía y de ejercicio de
derechos que son, en cierto sentido, similares a los cualquier otro. Pero, en
otro sentido, tenemos rasgos generacionales diferentes. Hablar de estas
personas desde el punto de vista del pobrecito o pobrecita es discriminatorio y
ofensivo.
Ya
es tiempo que nuestras sociedades cambien su forma de ver al anciano, en pocos
años esas sociedades serán de ancianos.
Ya
es tiempo de construir una nueva cultura de la vejez.
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