viernes, 2 de agosto de 2019

El Valor Y Sentido De Los Abuelos


Si madres, padres y abuelos logran sensibilizarse y conectarse con lo que sus hijos y nietos necesitan desde el lugar que cada uno ocupa en el entretejido familiar, habremos ganado gran parte de la batalla, al garantizar prácticas de crianza y de comunicación orientadas a otorgar un lugar simbólico y concreto al nuevo integrante que será reconocido desde su calidad de sujeto que transita y resuena en la historia familiar.

Los abuelos relatan la historia de la familia, de las tradiciones que dejaron sus antepasados, de cómo era el mundo en otras épocas, de cómo fueron sus padres y madres de niños y niñas. Los nietos y otros niños absortos escuchan las anécdotas de cómo el abuelo emigró de su país natal, de las misteriosas recetas de cocina de la abuela o del día que su papá aprendió a nadar y así, descubren un lugar de pertenencia que contribuirá a la formación de su identidad personal, familiar y social.

De esta manera los abuelos tienen la imponderable función de transmitir la historia de los antepasados, de los orígenes y con ello, brindar a niños y niñas un sentido de pertenencia, continuidad y coherencia en su historia familiar y social. En el vínculo con abuelos y abuelas, niños y niñas se nutren de un conocimiento transgeneracional que ayuda a la elaboración de su propia historia, de un pasado que se actualiza con el nacimiento y desarrollo de las nuevas generaciones.

De esta forma, los abuelos otorgan consistencia a la historia familiar a través de la trasmisión del relato, de las anécdotas, las fechas significativas, los rituales y el sistema de valores y creencias que cada familia posee, legando una cosmovisión del origen de la vida y la muerte ante la cual el niño reorganiza e imprime sentido en su devenir histórico.

Los abuelos pueden constituirse en figuras significativas, capaces de entregar un cariño incondicional a través de un vínculo de afecto y confianza, posibilitando interacciones con sus nietos en que no solo cabe enseñar y corregir, sino que además cobra especial valor el compartir, descubrir y escuchar las voz de los niños, sus sueños, inquietudes y preocupaciones que muchas veces pueden pasar inadvertidas.

La paciencia y la sabiduría que les da la experiencia y el lugar que ocupan en la trama generacional, los ubica en una categoría especial de adultos que, desde la mirada de niños y niñas, parecen entender cosas que otros adultos no advierten. Abuelos y nietos disfrutan descubriendo figuritas en las nubes, juegan a adivinar secretos y se ríen a carcajadas cuando les resulta alguna travesura en que han sido cómplices, conocen como funcionan las cosas y saben calmar las penas del corazón.


Mientras que padres, madres y adultos suelen estar más centrados en el “hacer”, los abuelos se permiten tomar una pausa, detenerse y dar la dedicación necesaria para que una experiencia pueda ser significativa, se conectan con el “ser”, validando el carácter de sujeto de ese niño que lo trasciende.

De esta manera, vemos como tres generaciones se nutren unas a otras formando una cadena familiar que lleva consigo historias, aprendizajes, encuentros, desencuentros y un futuro representado por el nuevo integrante de la familia.

Muchas veces los abuelos no tienen nietos o estos no vinculan con ellos frecuentemente, pero no es extraño que el anciano en su sentimiento de abuelo se encariñe y adopte nietos en su entorno vivencial. Si un niño, una niña, no importa de quien, representan y dan vida al instinto natural de ser abuelo… de ser abuela.

Para muchos talvez aquella actitud no tenga sentido, pero para muchos que nos criamos prácticamente sin abuelos, el haber encontrado uno en la vida nos hace decir: “Tiene sentido para mi” … que no me comprende… lo invito a leer el siguiente cuento:

“Una vieja historia cuenta que un anciano acostumbraba recorrer la orilla de la playa muy temprano cada mañana. Caminaba largas distancias, aunque con frecuencia se agachaba, parecía recoger algo de la arena y luego lo lanzaba al mar.

Cierto día un joven decidió seguirlo. En varias ocasiones lo había observado realizar esta extraña tarea hasta que desaparecía en la distancia. ¿Qué recogía? ¿Y por qué lo devolvía al mar? La única manera de saberlo era siguiéndolo. Y lo hizo. Cuando pudo darle alcance, su sorpresa fue grande cuando vio que se trataba de muchas estrellas de mar.

—¿Por qué hace usted eso? —preguntó el joven, curioso.

— Es la única manera de salvarles la vida —contestó el anciano—. Si permanecen en la orilla por mucho tiempo, mueren deshidratadas.

— ¡Pero son muchas! ¿Qué sentido tiene lo que está haciendo?

Mientras mostraba al joven la estrella que acababa de recoger, el anciano respondió:

— Tiene sentido para ella.

Entonces el anciano lanzó la estrellita de regreso al mar.

Si hubiera sido capaz de hablar, esto es lo que la estrellita de mar le habría dicho al joven: «¡Tiene sentido para mí!»

¡Tiene sentido para mí!... reflexione:

·         ¿Tiene sentido aliviar el dolor de un anciano en una época en la que millones sufren?
·         ¿Tiene sentido dar de comer a un mayor?
·         ¿Vestir a un anciano desnudo?
·         ¿Consolar a un mayor que sufre la pérdida de un ser querido?
·         ¿Visitar a un abuelo que está solo?
·         ¿Ayudar económicamente a un abuelo?

La respuesta es sí, aunque solo sea uno. Tiene sentido porque estamos hablando de un hijo de Dios. Porque, además, un favor hecho al hambriento, al sediento, al desnudo, al abandonado, es como hacérselo a Dios mismo. Tiene sentido, en última instancia, porque para el Padre celestial cada hijo suyo cuenta. Y la mayor demostración de que cada ser humano cuenta para Dios es que, por uno solo de nosotros, Cristo habría venido a este mundo.

La respuesta es sí, aunque solo sea uno.






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