viernes, 21 de septiembre de 2018

Las Personas Mayores Y Su Entorno


La Biblia no habla mucho de la ancianidad como época de descanso, sino que más bien exhorta una y otra vez a que sea época de fecundidad, de maduración, de enseñar, de compartir y de oración. “En la vejez seguirán dando fruto”, dice el salmo 92. Del vientre estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abraham nace todo un pueblo para Dios, como recuerda Romanos 4:18...20. Del vientre estéril de Isabel y de un padre mayor, Zacarías, nace Juan el Bautista, precursor de Cristo. Hay mucho por ver y por hacer en la ancianidad: “Le haré disfrutar de larga vida, y le mostraré mi salvación”, promete Dios en un salmo 91.

La manera más segura de estar cumpliendo nuestro objetivo cristiano en la vejez, es poderse vincular a las personas y a todo aquello que ocurre en el entorno. Gozar de la relación con los demás es toda una garantía de salud mental: cultivar los vínculos de la familia, de las amistades, es una buena manera de sentirnos vivos, de constatar que para los demás tenemos un valor y una significación.

No sin razón, la soledad es una de las condiciones más temidas por los Mayores. Mantener nuestras vinculaciones con el entorno y las personas es también una forma de aferrarnos a la realidad y de relativizar nuestras dificultades en contacto con las de los otros.  

Las relaciones familiares en primer lugar son generalmente una fuente de satisfacción. A pesar de que en la familia actual no conviven las tres generaciones, los lazos afectivos se conservan y permiten al mismo tiempo una mayor autonomía de sus miembros. Destacar por una parte el reconocimiento y apoyo mutuo de los hijos y de los nietos, nos recuerda que la sucesión generacional es uno de los núcleos de las relaciones humanas y fuente mutua de apoyo, afecto y compañía.

Las amistades son el otro polo de las relaciones personales, cuya red puede desarrollarse especialmente: la vejez puede ser una etapa donde la socialización puede ampliarse de una forma similar a la adolescencia. El compartir un tiempo generacional y unas vivencias similares favorece que se encuentren muchos puntos de contacto: la conversación, los recuerdos, los viajes, las actividades, son los lugares comunes donde se pueden tejer un conjunto de relaciones positivas.

Este contacto puede situar también a las personas mayores en una mejor posición para defender su posición, su rol social, impidiendo las actitudes de menoscabo o marginación. En este sentido, hemos defendido un marco de relación social para los Mayores, no segregado, sino integrado en núcleos sociales, donde realicen actividades, también otras personas de diferentes edades.  

La importancia de las relaciones con el entorno es confirmada con las investigaciones relacionadas con el apoyo social y el nivel de estrés y calidad de vida en la Vejez. La conclusión es clara: hay una relación inversa entre el mundo social de una persona y las disfunciones físicas y/o psicológicas; cuánto menores son las redes sociales, mayores son las patologías.

Se ha comprobado la existencia de algunos factores que predicen la longevidad: el estado marital, el número de familiares cercanos y de amigos, la concurrencia a la iglesia y el grado de afiliación grupal. Los hombres y mujeres con contactos sociales escasos manifiestan al menos dos veces y media más posibilidades de morir, que las personas con relaciones sociales más extensas. Se ha llegado a comprobar que las personas que estaban casadas, asistían a la Iglesia, y participaban en organizaciones de voluntarios y actividades comunitarias, tenían menos probabilidades de morir en los diez años siguientes que las personas aisladas.

Las investigaciones que han combinado los conceptos de estrés y apoyo social, han llegado a la conclusión que altos niveles de estrés y bajo apoyo social generarían más dificultades. En cambio, las personas con bajo estrés y alto apoyo social tenían cuatro veces menos posibilidades de morir que las personas con elevado estrés y aislamiento social.

El apoyo social percibido como la satisfacción marital y la frecuencia de contacto con amigos y parientes, se asociaba con el bienestar, la felicidad y la satisfacción de vida de las personas mayores.

Estudios han dado como resultado que los ancianos que vivían con el cónyuge presentaban una moral más alta que los que viven solos o con los hijos adultos. El grado de participación en las organizaciones demostraba ser un buen indicador de la satisfacción de la vida. La concurrencia a la Iglesia se relacionaba también con una mayor satisfacción de vida en personas de ambos sexos y de toda edad y que el impacto de los sucesos diarios negativos, en el grado de estrés psicológico, decrecía en la medida que aumentaban los vínculos sociales positivos.

En relación con la depresión, podemos comentar que, en el caso de las mujeres, el grado de apoyo social es un importante factor predictivo de la depresión. Los ancianos que vivían solos estaban más deprimidos que los que vivían acompañados, siendo los hombres los más afectados. Por otra parte, señalan que el apoyo expresivo o su ausencia, del cónyuge, hijos y amigos es el que se relaciona con la existencia o no de depresión y no el de otros parientes. Al mismo tiempo parecía más dañino el bajo apoyo expresivo de los primeros, que la ausencia de fuentes de apoyo.


Con un mayor apoyo estatal, los adultos mayores pueden hacer una importante contribución a su comunidad. Debemos aceptar la realidad de que la longevidad es un triunfo del desarrollo. Los adultos mayores pueden hacer una contribución social y económica a la sociedad, es para las sociedades actuales incluyendo las iglesias, aprovechar esos aportes que son muy importante.

El envejecimiento de la población ya no es un fenómeno de los países ricos, en el año 2050, casi un 80 por ciento de los adultos mayores vivirán en los países en desarrollo; serán unos 2.000 millones de personas que representarán el 22 por ciento de la población mundial. En el año 2000 ya hubo más personas mayores de 60 años que niños y niños menores de cinco.

Todo lo anterior pone de manifiesto la necesidad de seguir investigando en Sociología de la Vejez, profundizando en los diversos aspectos que configuran una vejez positiva, en la mejora de la calidad de vida en la ancianidad, en las aportaciones que, de forma callada, oculta, anónima, realizan nuestros mayores al resto de la sociedad. Es también necesario analizar la ideología, prejuicios y utilización que se hace de la vejez y las personas viejas, junto con la despreocupación o al menos falta de interés efectivo, de los problemas reales que pueden experimentarse en la última etapa de la vida.

Por último, una conclusión, se ha demostrado que las personas ya en su vejez, sólo necesitan oportunidades, cauces, para desarrollar todo su potencial. Ellas están dispuestas a darlo y darlo todo.

Entonces preguntémonos, ¿qué estamos dando Usted y Yo? 




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