viernes, 13 de julio de 2018

Tercera Edad Su Alcance Y Utilidad Parte 3/3


En el anciano, la modalidad más frecuente de representar y simbolizar su muerte consiste en una renuncia progresiva al apego a los vivos, a fin de privilegiar un porvenir de recuperación de la importancia de sus antepasados, es decir, de los padres, amigos y personas queridas ya muertas, con los cuales se restablece un contacto singular. Da la impresión de que es el pasado el que gobierna.

El ser humano es el único ser vivo que está consciente de que la vida está compuesta por varias etapas, y que ésta llegará a su fin en cierto momento. Durante el proceso de la vida, el ser humano va construyendo diversos conceptos acerca de la muerte a través de lo que experimenta diariamente en el medio que lo rodea. Existen evidencias en estudios previos que han demostrado cómo captan y perciben la muerte los adultos mayores a través de la técnica grupos de discusión.

Existen dos aspectos de suma importancia y en el cual la mayoría de las participantes coinciden, la primera es el olvido que enfrentan por parte de los hijos, ya que estos al hacer su vida dejan de prestarles atención y de compartir tiempo de calidad con ellos, sienten el rechazo e incomodidad por parte de las nueras y/o yernos, lo cual los hace sentir incómodos y ellos mismos son los que se alejan. El dinero también es un problema y una preocupación más, a la cual se enfrentan, ya que, al ser personas de la tercera edad, no tener trabajo, ser viudas y depender de la pensión que el gobierno les otorga, si es que la tienen, la mayoría de veces no alcanza o no lo tienen y tienen que ver cómo es que solucionan dicho problema, ya que por parte de sus hijos no existe ese apoyo.

Por lo tanto, lo más angustiante para el viejo es la pérdida y la muerte. Esa pérdida supone un grado y características determinadas por el monto de pertenencias afectivas, tanto sociales como familiares, relacionadas con la repercusión que ella puede tener en la satisfacción de necesidades objetivas y subjetivas del anciano, que se pueden clasificar en cinco grandes grupos:
1) Fisiológicas (son vitalmente prioritarias)
2) De seguridad y confianza en los demás
3) De pertenencia o integración (ante vivencia de aislamiento y soledad)
4) De reconocimiento y estima (ante la progresiva autodesvalorización y pérdida de autoestima).
5) De superación y confianza en sí mismo (para recuperar lo que tiene).

Con todo esto llegamos a la conclusión de que la forma positiva de enfrentar la muerte es dignificando la ayuda que reciben, tanto material como espiritual, no perdiendo de vista el generar en nuestros ancianos una satisfacción de haber vivido una vida plena y feliz, dispuesta a disfrutar del tiempo que les quede con los amigos y su fe en Dios.

La propia muerte, entonces se visualiza, como un retorno a la eternidad al cual siente pertenecer como un paraíso imaginario en el que, finalmente, se recompone la separación y la tragedia de la soledad.

A manera de conclusiones diremos:

La dimensión espiritual de la persona anciana significa, entonces, aceptar su condición de vida y aceptarse en ella. Significa encontrar un sentido en su propia experiencia, en un proceso de crecimiento y de desarrollo personal. Significa la búsqueda de un sentido de la vida en general y de un significado de los acontecimientos de la vida cotidiana en particular.

La tercera edad puede constituir un período de vida caracterizado por un acentuado sentimiento religioso. Esta fe representa el punto de llegada de la espiritualidad de una persona: la persona anciana tiene una historia personal de victorias, de derrotas, de pérdidas; con los años adquirió el conocimiento de los hombres y de la realidad; libre de compromisos urgentes, tiene tiempo para pensar, reflexionar y recordar.

Contradictoriamente en cuanto más se afrontan y se aceptan las pérdidas necesarias, tanto más se está abierto al ejercicio de un poder de su capacidad, tanto interior como exteriormente. El ego puede alejarse gradualmente de una actitud de poder competitivo y de dominio, resultado natural del instinto de conservación en un mundo incierto. Más que una única y estereotipada imaginación del como deben vivir y obligarlos a una conversión de vida estereotipada con conceptos falaces, este profundo proceso de envejecimiento implica una serie de conversiones frente a los desafíos inherentes al ciclo de envejecimiento o conectados con él.

Muchos ancianos de hoy han debido enfrentarse con la violencia en sus diferentes aspectos, con la prisión, con la miseria y con todo lo que estos males acarrean y sin embargo, construyeron una familia y un porvenir para sus hijos. Se ha escrito que los ancianos han pasado la vida luchando y que pudieron aprender cómo el dolor es el precio del amor y cómo la gloria es su recompensa. Pero en estas pruebas del transcurrir de sus días también pudieron entrever la presencia y el afecto de Dios; pudieron haber llegado a una religiosidad más profunda y más vivida, descubriendo lo que es permanentemente cierto y seguro, que transciende más allá de lo temporal.

Este es el cuadro de la proverbial sabiduría que se acredita tradicionalmente a la tercera edad, pero puede ser la conquista de la ancianidad. Y esta fe es la que diariamente debe ser sustento en las alegrías, pero también en las pérdidas que acompañan inevitablemente esta fase de la vida: pérdida del trabajo y del rol social, pérdidas económicas, declinación de la salud, duelos. La ancianidad, con todo, parece reflejar las características de una actitud cristiana, dadas la incertidumbre acerca del futuro y, por lo tanto, la necesidad de la esperanza, de la aceptación de los propios límites, del estar preparados para dejar lo que se preveía poseer. Todo esto, vivido serenamente, no es una exigencia nueva, sino más bien algo con lo que debería estar entretejida toda la vida cristiana.

En esta perspectiva, la muerte puede ser vista como un deseo y una certeza de reencontrar, en una dimensión distinta, a nuestros padres, a nuestros hermanos y hermanas, a las personas más significativas de nuestra vida, ya muertas.

Pero la vida está compuesta también por momentos de alegría. Es en la alegría de la relación con los niños que el anciano puede leer el misterio del don de la vida y descubrir ese hilo ininterrumpido que entrelaza a las generaciones.

Los niños, sin embargo, no insertados todavía en la vorágine de nuestra sociedad de producción, necesidad y consumo que caracteriza al mundo occidental y que le impide escuchar al anciano, estos niños están en condiciones de escuchar a las personas ancianas, escuchar las voces más profundas, esas que los adultos, demasiado ocupados, ya no saben escuchar. Porque el anciano, cuando habla, cuando les cuenta cuentos a los chicos, está siempre indicando una meta, un secreto del mundo, una posibilidad de buscar algo nuevo. En sus palabras no está sólo el pasado que viene a la luz, sino la posibilidad de una nueva manera de vivir el futuro.

El camino de la vejez nunca va hacia el olvido, como querría la ley del tiempo, sino hacia la memoria que reclama, no simplemente el pasado sino, para quien sabe escuchar, también el futuro. Todo se puede concretizar en el espíritu que pongamos en nuestros ancianos, porque solamente ese espíritu trasciende la temporalidad de la vida.

Porque al final el polvo vuelve al polvo y el espíritu vuelve a Dios que es quien lo dio.

Eclesiastés 12:7 RV “y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”




No hay comentarios:

Publicar un comentario