viernes, 6 de julio de 2018

Tercera Edad Su Alcance Y Utilidad Parte 2/3


La verdadera dinámica de la existencia humana va más allá del individuo mismo y está dirigida al otro, a algo o a alguien, es decir, hacia un significado que debe ser realizado en el amor hacia otras personas. Trabajando en algo fuera de su ego, el hombre se realiza a sí mismo. Cuanto más se dedica a los otros, tanto más hombre se es.

Hay dos modalidades de vivir la ancianidad, que se basan sobre dos pensamientos opuestos: el de quien se refugia en un pasado irremediablemente perdido y, por lo tanto, al envejecer cae en la desesperación; y el de quien busca revivir el pasado en el presente. En síntesis, puede existir un viejo que viva un envejecimiento bueno y justo, alcanzando a vivir su presente como un tiempo que llega desde su pasado y que tiende hacia el futuro.

A esta altura se puede afirmar que solamente envejece en forma conveniente quien en su interior acepta llegar a viejo y también que, con mucha frecuencia, la persona no acepta esto, sino que, simplemente, lo soporta.

Lograr mucho de todo esto depende de que la comunidad misma acepte a la vejez; que le otorgue, con honestidad y cordialidad, el derecho a la vida que le corresponde. La comunidad debe dar a quien llega a la ancianidad la posibilidad de envejecer de una manera digna. La familia, los amigos, el contexto social, los organismos oficiales, el Estado tienen su responsabilidad al respecto.

La percepción y la actitud que la persona asuma ante la realidad de la cual la vida toma su sentido o lo pierde, depende de:
a.    La percepción de sí mismo; es decir, la percepción de sus necesidades, de la puesta en práctica del proceso de satisfacción de éstas, de la priorización entre la necesidad y su satisfacción;
b.    La percepción de los demás; es decir, la percepción de las relaciones humanas significativas en sí mismas y en cuanto se vinculan con los procesos de satisfacción de las necesidades personales del anciano;
c.    La percepción de la totalidad; es la percepción del significado atribuido a los valores singulares emergentes de la percepción de sí mismo y de los demás, del significado atribuido a la propia existencia respecto del devenir de la historia y de la realidad.

Sin embargo, para que la persona anciana se perciba insertada en un ambiente dado y para encontrar en él sus motivaciones y sus preferencias debe todavía:
-        Tener un mínimo de interacción: no puede carecer de contactos periódicos;
-        Aceptar valores y normas: se forma parte en algo, cuando psicológicamente se comparten creencias y normas de grupo;
-        Identificarse con el grupo: la persona se asimila a su grupo de pertenencia, lo percibe y lo siente como parte de sí mismo;
-        Ser aceptada, recibida, deseada por una comunidad.

“Un hombre se dice adaptado cuando disfruta de un relativo bienestar físico y psíquico, se siente bien y no está turbado por preocupación alguna; mientras que se es desadaptado cuando se encuentra en una situación parcial o completamente opuesta a la descripta” (OMS).

·         Calidad de vida y valores


Las condiciones de vida inciden notablemente sobre el ánimo. No es fácil comprender el significado del estar bien estando en un geriátrico, al menos tal como se lo concibe hasta ahora. Para estos huéspedes ancianos, es difícil decir, sí a la vida, cuando se sienten sin ayuda, sin esperanza y olvidados. El hogar de ancianos es vivido con frecuencia por los huéspedes, por el staff, por las familias, como una terminal, como un lugar para morir y este es quizás, el rostro más dramático de la vejez.

La internación en un hospital o en un hogar de ancianos puede aumentar al anciano el sentimiento de estorbo, obligados a ceder a otras personas el control de la vida y de la muerte. Esto hiere a la persona en su autoestima y desintegra su identidad. Con el riesgo de convertirse en personas anónimas, con tendencia a aislarse y con el riesgo de transformar inconscientemente una afección psíquica en orgánica. Los ancianos internados en institutos geriátricos pueden asumir, frecuentemente en las que, postrados por los años y las fatigas, tienden a invocar frecuentemente a la muerte en esos instantes de vacío existencial.

En este ambiente, al anciano no le queda otra alternativa que encerrarse en sí mismo, sin identidad alguna, muerto antes de que la muerte biológica lo saque de un mundo en el que ya no hay un lugar para él.

El estado de salud tiene también notables repercusiones sobre la animosidad del anciano. La ancianidad en sí misma no es causa de enfermedad, pero aumenta la probabilidad de enfermedades crónicas. Esto hace que muchas veces que la enfermedad parezca caracterizar la edad avanzada. Los problemas físicos pueden ser un obstáculo notable para la persona anciana en la gestión de su ánimo. Por ejemplo, el proceso de pérdida de la audición o su disminución, puede provocar cuando no es tratada oportunamente: aislamiento social, pérdida de autoestima, reducción de la movilidad, retraimiento de la vida social, depresión, trastornos del sueño y del apetito.

Tampoco olvidemos que, con el avance de los años, la aparición o agravamiento de patologías pueda provocar problemas más severos, por ejemplo, las relacionadas con la pérdida de la autosuficiencia. Pero, evidentemente, depende también de múltiples factores muy específicos, personales, ambientales y familiares, que pueden influir sobre el grado de severidad que la enfermedad puede causar.

De esta manera se pone en evidencia cómo causas biofísicas, espirituales, socioculturales, psicológicas se suman a afrontar consecuencias cada vez más negativas. Sin embargo, el nivel de salud del anciano experimenta mejoría, si se le propicia la posibilidad de tomar decisiones psicológicas que le permitan una elección del lugar donde situarse, el espacio a utilizar y la posibilidad de disponer libremente de sus cosas.

·         Frente a la muerte

Se que es un tema que obviamos conscientemente, pero la ancianidad también significa pensar en la muerte. Cuando se habla del anciano y del envejecimiento como de un proceso de separación, en el fondo está influyendo la conciencia de la muerte.

El anciano, ciertamente, no siempre está pensado en la muerte y cuando lo hace, lo hace con serenidad, el sufrimiento y la dependencia son sus temores urgentes, pero se da cuenta de que su perspectiva de futuro se cierra cada vez más. En otras palabras, de que su vida en el mundo, tiene un término.

Esta conciencia, aunque acompaña al hombre desde su nacimiento, en realidad se acentúa en el período de la ancianidad, cuando el mensaje que le llega a la persona anciana es subrayado por la muerte del cónyuge, de parientes, de amigos; por la soledad de quien sobrevive a sus coetáneos. La comprensión de la muerte puede surgir de distintos significados espirituales que se expresan como respuesta a las siguientes preguntas, propias del envejecimiento:

1. La del anciano joven: ¿qué haré de mi vida?

Es la pregunta que acompaña al menos tres momentos de la vida: la adolescencia, la crisis de la mediana edad y la crisis de la ancianidad que sigue al retiro laboral;

2. La del anciano medio: ¿en qué consistirá mi muerte?

Es la pregunta que puede ser respondida tanto por la afirmación de la esperanza en otra vida, como por la muerte rápida o por la muerte sin dolor;

3. La del anciano desvalido, frágil o abandonado: ¿por qué debo sufrir de este modo?

Se puede responder de tres maneras distintas el vivir el sufrimiento: (1) el sufrimiento transforma (cuando Dios parece no responder a la oración); (2) el sufrimiento como manifestación exterior de queja y de llanto; (3) el sufrimiento que es liberación y cambio (cuando el anciano que sufre le da un sentido a su dolor; cuando el sufrimiento es fuente de fuerza y de esperanza). Y este sentido no puede ser impuesto; debe ser asumido por cada uno en forma personal. 

CONTINUARA LA PROXIMA SEMANA 

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