domingo, 4 de marzo de 2018

El Creyente Viejo En Un Enfrentamiento Con La Realidad



Génesis 15:15 NVI “Tú, en cambio, te reunirás en paz con tus antepasados, y te enterrarán cuando ya seas muy anciano”

La vejez, no siempre es una situación agradable; humanamente no es para muchos la etapa ideal. Siempre hay experiencias negativas que afectan en estos momentos. Hay como un cierto sentimiento de rechazo social, pues la cultura dominante no aprecia la vida de aquellos que no producen y hasta se les designa con el nombre de clases pasivas.

Los jóvenes vienen abriendo nuevos caminos y dejan marginados a los que entregaron su vida antes, sin agradecer muchas veces los servicios prestados.

Ahora los viejos parecen ciudadanos de un país extraño, en el que no siempre se encuentran o sienten incluidos. Los mensajes implícitos que reciben les hacen sentirse sin esta pertenencia, pues la cultura, los gustos y costumbres, la pérdida de amistades, provocan cada vez más el aislamiento de un entorno que les resulta lejano e incomprensible. Hasta los cambios urbanísticos terminan por destruir aquellos lugares que guardaban los recuerdos y momentos felices de otras épocas.

No es extraño, por tanto, que la soledad y el abandono le acompañen, con más o menos fuerza, en esta etapa final. Pero reconocer con realismo esta situación, no significa dejarse vencer cobardemente por ella.

Lo peor en tales momentos sería encerrarse en sí mismo, huir con los recuerdos hacia un mundo pasado para no encontrarse con la realidad de la que quieren ingenuamente escaparse y de la que realmente nadie escapa. O llevar una vida de inercia y aburrimiento, que pretenden encubrir con otras evasiones superficiales y que no eliminan su malestar interior. Una cierta tristeza persiste por dentro que agría y entorpece las buenas relaciones con los demás y que a veces, también aflora en el rostro de estas personas.

Ahora la sociedad empieza a preocuparse para ofrecer a este segmento generacional nuevas posibilidades que fomenten su cultura y desarrollo humano. Los programas y proyectos incluyentes para la tercera edad, aumentan por todas partes, buscando cumplir con este objetivo. Sin embargo, los creyentes tenemos otras alternativas para conseguirlo, que quisiera sugerir con brevedad. La vejez constituye para nosotros, una llamada hacia la trascendencia, que nos abre a Dios y a las personas que nos rodean.

La vida se constata en las vivencias inevitables de las pérdidas y residuos. Desde que nacemos siempre habrá algo que nos tocará abandonar y renunciar. El renunciar, es condición necesaria para seguir adelante. Lo que pasa es que, para el joven y el adulto, tales pérdidas no tienen mayor importancia, pues viven de cara a un futuro, cargado de expectativas y nuevas posibilidades, que compensa cualquier frustración. Aun en las circunstancias más molestas, les queda por dentro una esperanza que suaviza cualquier dificultad. Están en camino hacia una meta a la que aspiran y el abandonar el pasado, lo hacen con gusto, como una condición necesaria para subir hacia su meta. En esas edades, lo que se deja es para suplirlo de inmediato con otra alternativa y mejor.

En cambio, en la persona mayor, su mirada se centra mucho más en el pasado ante las pocas posibilidades que le ofrece su porvenir. La realidad que ahora vive ha perdido la riqueza de otros momentos anteriores. El deterioro orgánico, aun sin patologías concretas, aumenta de forma continua. El sentir de que las capacidades biológicas se reducen y la falta de fuerza en los diferentes niveles de su personalidad, recuerdan constantemente, que la esperanza de vida se va también agotando. No se trata sólo de las pérdidas más conmovedoras, como la enfermedad crónica, el ingreso en una institución asistencial o una inmovilidad permanente, sino ese cúmulo de pequeños gestos e incidentes de la vida ordinaria que, aunque sean mínimos e insignificantes desde fuera, transmiten un mensaje permanente que le dicen al anciano: has dejado de ser lo que fuiste antes.

Por ello, no queda otro consuelo que traer a la memoria su pasado para que otros vean y la misma persona mayor se convenza, que sigue siendo alguien, a pesar de las deficiencias actuales.

Cuando se llega a anciano y se vive en un ambiente que no lo honra y por el contrario lo abandona, este anciano necesita repetir los acontecimientos de su historia, porque desea que otros la escuchen para que nadie olvide que su vida fue bastante diferente a la que ahora se va apagando.

El “aún no” del joven, que dinamiza y estimula su avance, se ha convertido en el “ya no” del viejo, sin nada para luchar por un futuro que no visualiza y muchos menos se le ofrece espiritual y materialmente. 

Yo creo que es posible llegar a una conciliación de intereses.

Primero se trata de reconocer la propia finitud de la existencia y segundo aceptar el destino que a todos nos afecta, aunque sea doloroso, sin rebeliones internas que no sirven para nada. Hay que enfrentarse con esta verdad, por muy desagradable que parezca, como la única condición para vivir con paz y serenidad estos momentos.

Es entonces, cuando el creyente puede escuchar la llamada de Dios con una fuerza más grande. Debemos entender que abrazar la verdad de la vida en la tercera edad y lo que con ello viene, constituye incluso una terapia psicológica, la mirada sobrenatural expuesta por la Palabra de Dios, ofrece una nueva perspectiva, cargada de esperanza.

Cuando Dios se acerca entre los finales de la vida, es cuando podemos vivir Isaías 46:4 NVI “Aun en la vejez, cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré”

A estas alturas de la vida, cualquier persona ha tenido ya múltiples experiencias de tantas cosas como se van quedando en el camino. Son como muchas las pequeñas muertes que se han vivido para así darse cuenta de que todo es frágil y relativo. Sólo Dios se vislumbra como el único absoluto y la meta definitiva hacia la que nos dirigimos.

Lo que acontece, como sabemos también por experiencia, es que nuestro caminar se hace cansado y lento, pues nos sentimos muchas veces atraídos por otras realidades que opacan a Dios. Nos cuesta estar emocional y espiritualmente libres para convertirlo, de verdad, en el valor más importante. Por ello, cuando la vida nos impone con realismo ese continuo despojo, el cristiano podría ver, en ese acontecimiento humano y universal, una presencia salvadora.

Dios mismo en cumplimiento de Isaías 46:4, es quien acosa, destruye ilusiones engañosas, cierra salidas falsas, despoja de lastres que paralizan, corta amarras, purifica el corazón y lo libera, para que por fin no tengamos otro remedio que entregarnos a Él. Es una pedagogía amorosa que facilita este gran descubrimiento.

Las estadísticas constatan que la religiosidad aumenta en las personas mayores. Algunos interpretan este dato como una búsqueda de seguridad definitiva, cuando las fuerzas humanas se vienen abajo; como recurso eficaz para superar los temores inconscientes ante la muerte y el más allá desconocido.


Aunque la experiencia sobrenatural tenga sus ambigüedades y esté condicionada por mecanismos psicológicos, sería falso encontrarle esta explicación. Son momentos propicios para comprender mejor la relatividad de las cosas y alzar la mirada por encima de ellas, abriéndose con asombro a los nuevos horizontes de la fe.

Son los momentos en los que como si Dios quisiera prepararle a cada anciano la hora en que él también, como Simeón, pudiera recitar su cántico gozoso: “ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque han visto mis ojos tu salvación” Lucas 2:29…30.

Queridos creyentes, Cristo es quien da un verdadero sentido a la muerte.

Nos imaginamos a la muerte como algo que viene a destruir; imaginémonos, más bien, a Cristo que viene a salvar. Pensamos en la muerte como en un final: pensemos mejor en una vida que comienza más abundantemente. Pensamos que vamos a perder algo; pensemos que vamos a ganar mucho. Pensamos en una partida; pensemos en un encuentro. Pensamos que vamos a marchar; pensemos en que vamos a llegar. Y cuando la voz de la muerte nos susurre al oído: “Tienes que dejar la tierra”, oigamos la voz de Cristo que nos dice: “¡Estás llegando hacia Mí!”.

Los que somos padres y hemos tenido hijos que han estado fuera del hogar por largo tiempo, por sus estudios, por ejemplo, hemos experimentado el gozo profundo al ver que el hijo regresa luego de terminar sus estudios. Este gozo es un pálido reflejo de lo que debe sentir el Señor cuando ve a uno de sus hijos retornando al hogar. Por eso dice la Biblia: estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos. 



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