viernes, 9 de marzo de 2018

Para Comprender Mejor La Ancianidad



Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo.

En respuesta a preguntas frecuentes sobre la ancianidad, presentamos esta especie de resumen de las cosas más importantes de conocer y considerar; la ancianidad transcurre desde los 60 ó 65 años en adelante. En ella, es inevitable que las energías físicas no sean las de siempre, pero no por ello, la vida tiene por qué ser vivida sin entusiasmo. Solo entonces se posee una gran ventaja sobre las demás, la experiencia; el anciano sabe, mejor que nadie, qué es lo que vale la pena y se puede hacer de la vejez el momento más creativo de la vida.

Desde la adultez se producen deterioros que en esta etapa se acentúan. Ellos son: pérdida de la elasticidad muscular, decrece la capacidad de percepción que afecta sobre todo a la visión, la audición, disminuye los tiempos de reacción.

Por otra parte, con el envejecimiento se van eliminando muchos lazos afectivos, los ancianos sufren pérdidas de afectación psicológica, ya sea por fallecimiento de su pareja, de otros familiares allegados, de sus amigos y, a veces, de sus propios hijos; con la suma al dolor de la muerte de un ser querido, sobreviene una progresiva situación de aislamiento afectivo.

Cada fallecimiento les recuerda que pronto puede ser el turno de ellos. Los vínculos con los hijos se suelen debilitar con la edad, así que lo ven con escasa frecuencia y cuando conviven con ellos se sienten como una carga.

Como resultado de estos factores se acumulan situaciones como las vivencias de desarraigo y abandono, de falta de expectativas ante el futuro; de soledad, aburrimiento, inutilidad y de frustración afectiva, que pueden llevar a la desesperanza y fracaso.

La frecuencia de enfermedades, la pérdida progresiva de prestigio, poder social y adquisitivo, la inactividad e incluso la sociedad hacen que los ancianos tiendan a refugiarse en su pasado, ya que en muchos casos es lo único que les queda, pues el presente y el futuro pierden su valor frente a lo que ocurre con los jóvenes.

No obstante, la vejez puede ser una época de la vida tan feliz como las otras. Todo depende, en muchos casos, del propio proyecto de vida desarrollado con anterioridad.

Las diez enfermedades más frecuentes en mayores de sesenta y cinco años son:

  •          Hipertensión arterial.
  •          Artrosis.
  •          Bronconeumopatías crónicas.
  •          Insuficiencia cardiaca.
  •          Enfermedad vásculocerebral crónica.
  •          Cardiopatía isquémica.
  •          Reumatismos inflamatorios.
  •          Diabetes.
  •          Demencia senil.
  •          Depresión.

Durante esta etapa de vida es urgente y necesario ocupar el tiempo libre. El trabajo es para algunos, la única actividad que les produce interés. Cada persona, según sus propias tendencias, amplía su círculo de actividades e intereses, de modo que, al llegar a la vejez, pueda ocupar en ello, el tiempo amplio que tiene a su entera disposición.

Es fundamental planificar ese tiempo libre y sacarle el máximo provecho posible. La mayor parte de los ancianos, salvo impedimentos físicos están en disponibilidad de fortalecer y ampliar progresivamente actividades. Principalmente la cultura, que no pierde finalidad a esta edad.

Este es un buen momento para desarrollar pasatiempos que se emprendieron en otras épocas y, sobre todo, para afianzar lazos afectivos con otras personas. Puede ser una buena época para viajar, para leer, para disfrutar los interesantes conocimientos que han acumulado con la experiencia.

Se dispone de suficiente tiempo como para llevar a cabo una investigación o para integrarse en grupos que colaboran en causas humanitarias, religiosas, ecológicas, etc.

El principal obstáculo a veces es tomar una decisión en informarse y dar el primer paso.
La vejez equivale así en un gran tiempo de ocio, supone la posibilidad de dedicarse a las actividades que verdaderamente engrandecen al hombre.

Indudablemente está cerca la vivencia de la muerte y aunque se suele decir: yo no tengo miedo a morir, a todos, de una u otra forma, nos asusta la muerte.

El envejecimiento y la vivencia de la muerte están íntimamente relacionados. A medida que la vida avanza, el aviso de fin se hace cada vez más insistente.

Cuando una persona se entera que va a morir por alguna afección, entra en una especie de shock, y lo mismo ocurre con las personas que la quieren. Luego, tanto el afectado como sus seres queridos entran en un proceso de cuatro fases:

1. Rechazo. En ella la enfermedad mortal no se acepta, se niega su existencia. Hay personas que hasta llegan a abandonar el tratamiento o las visitas al médico con tal de no volver a escuchar otra vez sobre la enfermedad que puede ser fatal. Otras, incapaces de asumir su destino, visitan médicos y curanderos buscando inútilmente que alguno cambie de diagnóstico.

2. Autocompasión. Cuando no hay más remedio que asumir este hecho, la persona se compadece de su muerte.

3. Rebelión. Es la fase de lucha en la que el enfermo intenta vencer o frenar el avance de la muerte. Hay una concentración en esta idea, el cuerpo y el espíritu se mantienen en actitud de combate. Y es cuando la ayuda de los seres queridos es fundamental.

4. Aceptación. Es la fase en la que se pone en paz consigo mismo y con todo lo que le rodea, hace balance de su vida e intenta vivir sus últimos momentos; suele caracterizarse por la serenidad y la resignación.

Estas cuatro fases no son estrictas. Hay personas que pasan de la primera a la última directamente; otras, sólo viven una de ellas.

Muchos son los factores que influyen en la actitud de las personas ante la muerte. La fe, el creer en Dios y la esperanza de una vida futura confortan, dan entereza y resignación a la hora de enfrentarse con la muerte y soportar la pérdida de seres queridos; hay personas que han vivido alejadas de todo lo divino y que al acercarse a sus últimos días necesitan reencontrarse con Dios.

Es necesario proteger afectivamente al anciano, debido al deterioro que sufren todas sus funciones físicas y psíquicas deben amoldarse a unas limitaciones personales, y por otro, a las limitaciones que le impone su medio social.

Dejar al anciano que siga viviendo en su mundo, que hable de su vida, sus recuerdos tranquilamente, sin que nadie le interrumpa o se burle de él, es esencial para que no se sienta desplazado afectivamente: toda su vida, en cierto modo, vuelve a tener sentido y un sentido vivísimo. La ancianidad se convierte así en el momento en que mayor gratitud se siente por haber vivido.

Los que llegamos a esta etapa y hemos tenido la bendición de conocer Jesús de Nazaret como nuestro Señor Salvador, tenemos una gran promesa: Isaías 46:4 “Aun en la vejez, cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré

¿Qué no has conocido a Jesús? Aun es tiempo, camina o que te lleven a la iglesia cristiana mas cerca de tu domicilio, seguramente te acogerán, te presentaran a Jesús y por estar cerca podrás estar visitándola.

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