viernes, 9 de junio de 2017

Para Aquellos Que Están Envejeciendo



Pablo tiene un pensamiento animador acerca de la vida interior. El hombre exterior, dice, siempre se descompone, pero el hombre interior se renueva día a día. Esta enseñanza está llena de aliento para aquellos que están o estamos avanzando en años.

"Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día". 2 Corintios 4:16 NVI.

El problema de la vejez Para nosotros los cristianos, más que para otros, cristiana es mantener nuestro interior, nuestro espíritu, nuestro pensamiento, joven y lleno de toda la alegría de la juventud, por apaleado y desvencijado que el cuerpo pueda estar.

Debemos de asegurarnos y disponer nuestra observación en el estar atentos para no permitir que vida pierda su interés en la creación y se deteriore en su calidad; cuando la vejez comienza a aparecer, la esperanzas de alcanzar nuevos logros parece ir terminando en nosotros, nuestro trabajo está casi hecho, pensamos y nos entregamos a lo que venga y depare el destino, dejamos de luchar, de hacer nueva vida.

En repetidas ocasiones se observa que en la medida que las personas envejecen, se vuelven menos dulces, menos hermosas en su espíritu. Los problemas, los desastres y las desgracias han hecho que los días sean duros y dolorosos para ellos. Tal vez la salud se rompe y el sufrimiento se añade a los otros elementos que propician una vejez infeliz.

Hay hombres y mujeres que en su vejez parecen que entierran sus triunfos, sus bellezas, sus bellas experiencias… sus recuerdos. Su vida de esperanzas, sueños, éxitos, amores y alegrías de su niñez, juventud y adultez ha quedado fuera del recuerdo, sumergida en desgracias y adversidades. No queda nada más que un pequeño e ínfimo recuerdo. En su desánimo, a menudo piensa tristemente en su pasado y parece escuchar los ecos de las viejas canciones de esperanza y alegría: No logra ya captar la vida en toda su belleza y esplendor. No queda nada real. Sus espíritus se han vuelto desesperanzados y amargos. Cuando conversa, en su conversación parece ya no haber futuro, ahora habla de su cabeza calva, de sus canas, sus arrugas, de sus pasos trémulos, de su torpeza de oír, de su oscuridad en los ojos.

Para aquellos que son inmortales, que nacieron para ser hijos de Dios, esto no es digno en su manera de vivir. Las vicisitudes, las cosas duras no están destinadas a estropear nuestra vida; están destinadas a hacernos más valientes, más valiosos y más nobles.

Lo que quiero decir es que las debilidades de la vejez cuando penetran en nuestra vida interior deben ser para crecer aún más y develar el hermoso interior que por años de experiencias hemos forjado. El desgarramiento de la vieja vida exterior debe dar paso a la gloria de la vida divina que habita en el interior.

¿Alguna vez piensa que está envejeciendo? o que la vejez debe ser realmente lo mejor de la vida.

Somos demasiado propensos a dejarnos influir por el pensamiento y sentimiento de que con nuestras debilidades ya no podemos vivir hermosamente, dignamente, útil o activamente. Pero esta no es la verdadera manera de pensar en la vejez. Debemos alcanzar nuestro mejor momento en cada etapa de la vida, porque eso es la vejez, una etapa de la vida como las otras que hemos vivido y ya hemos experimentado, por lo tanto, sabemos que cada etapa de la vida es diferente y con ella vienen sus bellezas.

¡La vejez debe ser la mejor, la mejor de toda la vida! Debe ser el más bello, con los defectos reparados, los defectos curados, los errores corregidos, las lecciones aprendidas.

La niñez está llena de sus fantasías, la juventud está llena de ímpetus e inmadurez, la etapa adulta está llena de trabajo, cuidado, lucha y ambición; cada una a dejado su semilla en nosotros, cada una pareciera una estación del año y ahora la vejez debe ser como el otoño con su fruta dorada.

En nuestra etapa de vejez, debemos ser mejores cristianos que nunca; más sumisos a la voluntad de Dios; más receptivo, más paciente y amable, más bondadoso y más amoroso, esos son nuestros frutos productos de la vida y que solo se dan cuando envejecemos.

No es mentira ni nueva noticia que cada día nos acercamos más al cielo y nuestras visiones de la casa del Padre deben ser más claras y brillantes. La vejez es el tiempo de la cosecha; no debe estar marcada por el vacío y la decadencia, sino por una fecundidad más rica y una belleza más graciosa.

Puede que se sienta sola o solo, después de tantos de los que solían agruparse en la vida, pero la soledad no durará mucho, porque se acerca cada vez más a toda la gran compañía de amigos piadosos, que nos esperan en el cielo.

La vejez puede ser físicamente débil, pero las marcas de la debilidad son en realidad los primeros pasos de la gloria.

Los viejos no deben tener o no debemos tener ninguna razón para la tristeza, debemos de entender que vivimos en nuestros mejores días. El adulto mayor debe de estar seguro de que vive ahora en su mejor momento.

Pablo estaba envejeciendo cuando escribió acerca de su entusiasta visión de la belleza aún por alcanzar, pero no oímos ninguna nota de depresión o cansancio en él. No pensaba en su vida como terminada. No mostró conciencia de que había pasado el mayor alcance de la vida. Todavía estaba olvidando el pasado y extendiéndose, porque sabía que lo mejor estaba aún delante de él. Su hombre exterior estaba débil, su salud destrozada, su vigor físico en decadencia, pero el hombre interior era inquebrantable y no decayó. Nunca había sido tan cristiano como ahora, nunca tan lleno de esperanza, nunca tan entusiasmado en el servicio de su Maestro.

Aquellos que están o estamos envejeciendo deben mostrar la más madura fecundidad espiritual. Deben hacer su mejor trabajo por Cristo en los días que quedan. Deberían vivir su vida más dulce, más amable, más afable y más útil en el corto tiempo que todavía deben permanecer en este mundo. Deberían hacer que sus años de vejez, unos años de tranquilidad, paz, alegría y una santidad sagrada. Porque esto puede ser la historia de sus experiencias sólo si su vida se esconde con Cristo en Dios.

¡Aparte de Cristo, ninguna vida puede mantener su entusiasmo o su resplandor! 



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