“Aun en la vejez,
cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y
cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré” Isaías 46:4
Desde un punto de vista psicológico, en la
Tercera Edad se aprecian cambios en las distintas esferas de la personalidad y
sin la intención de abarcar todas las aristas de esta etapa de la vida, ni
pretender agotar las posibles condiciones que la caracterizan, señalemos
algunos elementos que permitan comprender cuáles recursos se demandan en
función de los retos a enfrentar en este período.
1. Declive y deterioro cognitivo: influencias
en el proceso de envejecimiento
Al estudiar el clásico patrón de envejecimiento
se hace referencia a un declive del funcionamiento cognitivo. Aunque la
variabilidad es notable, existen sujetos que no sufren ningún declive, mientras
que otros muestran más amplios y extensos decrementos en su funcionamiento
intelectual.
La hipótesis central es que en el proceso de
envejecimiento la inteligencia ligada a la acumulación de experiencias, puede
notar un incremento, mientras que la inteligencia fluida tiende a declinar con
el paso de los años, ya que la misma depende de la capacidad de evolucionar y
adaptarse rápida y eficazmente a las situaciones nuevas. De este modo se
explica que la memoria y el conocimiento por experiencias se convierten en los
principales recursos cognitivos a los que recurren las personas a medida que
envejecen para hacer tareas que involucren sus capacidades intelectuales.
Varias teorías acotan, que, aunque el
envejecimiento equivale a deterioro, daño o enfermedad, es posible diferenciar
el envejecimiento “normal o sano” del envejecimiento “patológico” o
envejecimiento con “deterioro o enfermedad”. Si bien es cierto que el
envejecimiento se refiere a diversos cambios que se dan en el transcurso de la
vida individual y que implican declives estructurales y funcionales, como la disminución
de la vitalidad; ello no significa que tal disminución o declive equivalga
forzosamente a alteraciones patológicas.
Es importante saber que envejecer no equivale a enfermar, ni la vejez significa enfermedad.
El envejecimiento implica una constante dialéctica de ganancias y pérdidas
durante toda la vida.
2. Mundo Afectivo-Emocional: Pérdidas Y
Ganancias
La vida afectiva del adulto mayor se
caracteriza por un aumento de las pérdidas, entendiendo estas, como vivencias de
las cuales siente que ya no tiene algo que es significativo para él a nivel
real y subjetivo. Como parte de las mismas se refieren la pérdida de la
autonomía (valerse por sí mismo, hacer lo que desea) y las pérdidas referidas a
la jubilación, muerte del cónyuge y de seres queridos, las cuales afectan a
todos los ámbitos e implican para el adulto mayor un proceso de elaboración de
duelo.
Otro aspecto de suma preocupación en esta etapa
de la vida, es la representación de la muerte como evento próximo, la cual debe
verse como una etapa del desarrollo humano, ya que el adulto mayor comienza a
pensar en la inminencia de su propia muerte, siendo presa de un miedo terrible
con tan sólo pensar en lo “poco que le queda de vida” y no en lo que puede
hacer día a día para vivir de una mejor manera.
Algunos perciben la muerte como la última
crisis de la vida, ya que la misma es el punto culminante de la vida; todo se
encamina hacia ella. Se podría ver la vida entera como una preparación para la
muerte. Así este temor o miedo a la muerte será una especie de miedo al examen
de la vida, al mayor de los exámenes, aunque también se esté ante el mayor de
los miedos el cual se va aumenta según transcurren los años.
Con respecto a la soledad, que según muchos
autores constituye otro de los temores en esta etapa del desarrollo, la
percepción de la misma depende de la red de apoyo social de que disponga el
individuo y de los propios recursos psicológicos que posea. No debe ser
asociada como propio de la vejez, sino que esto está en dependencia de la red
de influencias sociales y culturales que entretejen la vida del adulto mayor.
Este interés respecto al tema de la muerte y el
sentimiento de soledad, refleja dos de las principales preocupaciones que más
aquejan al anciano en su vida, a las cuales se unen otras como los conflictos
intergeneracionales, la jubilación, problemas de salud y el empleo del tiempo
libre.
De los llamados conflictos intergeneracionales,
hay mucho que hablar porque los adultos mayores se ven expuestos a enfrentar la
experiencia de los años vividos con diversos criterios y opiniones de la
adolescencia y juventud. Por ello suelen verse inmersos en diversos conflictos
matizados por barreras comunicativas, prejuicios y estereotipos que
desencadenan sentimientos de malestar y sufrimiento en todas direcciones; la
convivencia se ve afectada en muchos casos por la falta de comunicación, de
tolerancia y benevolencia.
La jubilación constituye un tema preocupante en
este período, porque muchas mujeres y hombres llegan a la edad establecida para
la jubilación sintiéndose aún capaces para seguir desarrollándose dentro del
ámbito laboral. Frecuentemente se encuentran personas de edad avanzada que
están en forma, totalmente vigentes, lúcidas, llenas de iniciativas y planes de
trabajo. A pesar de que ellos se aprecian bien a sí mismos, la sociedad les
dice por medio de la jubilación o de otras señales, que ya deben dejar el
puesto a gente más joven y nueva, que deben retirarse. Este sentimiento le
trasfiere al anciano una gran frustración, entorpeciendo su eficiente
desenvolvimiento posterior a la jubilación.
Cuando la persona está preparada para decir
adiós a su vida laboral activa y dar la bienvenida a las nuevas situaciones, la
afectación es menor, encuentra su nuevo espacio en el hogar y la comunidad,
conservando su autonomía y autoestima.
Los problemas de salud configuran el marco de
las principales preocupaciones, entrelazadas con el cierto deterioro físico al
que se ven expuestos los ancianos y a través del cual vislumbran los últimos
albores de su vida. La enfermedad es percibida como un freno, el dolor que
puede ponerle fin a la existencia, de ahí que se preocupen constantemente por
sus dolencias y malestares.
Algunos adultos mayores suelen ponerle trabas a
la intención de mantener un estilo de vida activo y productivo, propiciando el
deterioro de sus capacidades físicas e intelectuales, por lo cual limitan el
acceso al disfrute y recreación de su tiempo libre.
En la Tercera Edad, la actividad
física-intelectual y el interés por el entorno canalizadas a través de
actividades de recreación y ocio productivo, favorecen el bienestar y la
calidad de vida de los individuos.
3. La personalidad del adulto mayor
El estudio de la personalidad del anciano se ha
concentrado tradicionalmente, en la cuestión acerca de ¿cómo afecta el
envejecimiento a la personalidad? o ¿cómo afecta la personalidad al
envejecimiento? Para dar solución a estas preguntas se han propuesto diversas
teorías y conceptos que revelan el comportamiento del individuo.
Las tipologías de personalidad para el anciano
ofrecida por el Kansas City Study of Adult Life (1998) en los Estados Unidos
las agrupa en 4 tipos fundamentales:
1.
Las
personalidades integradas donde se encuentran los reorganizadores.
2.
Las
“personalidades acorazadas-defensivas” donde se encuentran los de pautas
resistentes.
3.
Las
personalidades pasivo-dependiente donde se encuentran los buscadores de socorro
y los apáticos.
4.
Las
personalidades desintegradas.
Esta tipología, en alguna medida da una visión
involuntaria de la ancianidad, por el rasgo negativo que le da a los
comportamientos de cada uno de los tipos, obviando lo nuevo que sin lugar a
dudas ocurre durante esta edad.
El proceso de envejecimiento y el cúmulo de
pérdidas psicosociales que acontecen durante la vejez parecen determinar en
algunos ancianos cierta incapacidad para percibir sus capacidades y habilidades
y, desde luego, los aspectos positivos del entorno que les rodea y de la vida
en general.
Las personas mayores necesitan estar preparadas
para defender la calidad de sus vidas y para ello han de saber enfrentar nuevas
y diversas situaciones. En esta tarea juegan un papel primordial, las
capacidades emocionales del anciano que le permitan resolver diversos problemas
cotidianos por lógica y razón. Al respecto, la inteligencia emocional emerge
como requisito esencial.
Debemos preparar a nuestros ancianos y de paso
prepararnos nosotros. No olvidemos que “Aun en la vejez,
cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y
cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré” Isaías 46:4
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