Tenemos la obligación de ayudar a nuestros
hermanos mayores para responder al llamado del evangelio. Recordemos que todos
somos hijas e hijos de Dios y, por tanto, volvemos una vez más a la Palabra de
Dios conscientes de todas esas cosas que la Escritura nos habla de las personas
mayores.
La vejez no es el final. Más bien a medida que
envejecemos se descubre una rica reserva de experiencias y habilidades que nos
permiten comprender aquello que es esencial e importante para nuestras vidas.
Debemos crear oportunidades, fomentar la
manifestación de estas experiencias y habilidades que a menudo son silenciadas
y sin embargo, son indispensables para los miembros más jóvenes de nuestra
comunidad.
Necesitamos encontrar nuevos motivos que
permitan a los ancianos en nuestras familias y comunidades vivir una vida plena
en una base diaria. Cada persona posee la creatividad sorprendente y casi
ilimitada: hemos sido creados a imagen de Dios.
La Escritura considera la vejez como un regalo
que renueva y que debe ser vivido cada día con una apertura a Dios y al
prójimo. En el Antiguo Testamento los ancianos son vistos como los maestros.
Pablo presenta la vida ideal de las personas
mayores a medida que habla acerca de la práctica de consejos muy específicas:
la templanza, el autocontrol, respeto, solidez en la fe, el amor y la
resistencia (Tito 2:2). Un ejemplo es la persona de Simeón, que vivió en la
expectativa de esperanza de encontrarse con el Mesías y sus ojos vieron a
Cristo como la plenitud de la vida y la esperanza del futuro para él y para
todas las personas. Se había preparado para este encuentro a través de una vida
de fe y humildad y sabía cómo reconocer al Señor y cantó con entusiasmo un
himno que no era un adiós a la vida, sino más bien un himno de acción de
gracias (Lucas 2:25...32).
Ejemplo como el de Simeón, nos hacen realidad
nuestro respeto a los ancianos, en la Escritura, la estima por las personas de
edad se transforma en Ley: Ponte de pie en presencia de los ancianos...
(Levítico 19:32). Esto se suma a la ley: honra a tu padre y a tu madre
(Deuteronomio 5:16). En la Escritura leemos también unas exhortaciones muy
sensibles con respecto a las personas mayores.
Todo un esfuerzo debe hacerse para poner fin de
una vez por todas, a la tendencia de ignorar y marginar a las personas mayores,
es necesario educar a las nuevas y estas a las futuras generaciones acerca de
las formas de la integración y convivencia con personas de distinta edad,
jóvenes, adultos y ancianos se enriquecen mutuamente.
La historia de los patriarcas es importante en
este sentido. Cuando Moisés estaba en la presencia de la zarza ardiente, Dios
se presentó a sí mismo como el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de
Isaac, Dios de Jacob (Éxodo 3:6). Dios puso su nombre al lado de los grandes
ancianos que representan la legitimidad y las promesas de la fe de Israel. El
niño, el joven, siempre se encuentra con Dios a través de sus mayores. En el
texto anterior se hace referencia en el libro de Éxodo, al lado del nombre de
cada patriarca aparece la expresión del Dios de la frase y esto revela que cada
uno de los patriarcas tenían su propia experiencia con Dios. Esta experiencia,
era el patrimonio de los ancianos, también se les proporcionó una base para su
espiritualidad durante el tiempo de su juventud y fue la razón de su serenidad
en el momento de la muerte.
La Palabras nos enseña que tendremos frutos
incluso en la vejez (Salmo 92:15). El poder de Dios puede ser revelado en la
vejez, a pesar de que un individuo pueda experimentar limitaciones y
dificultades: “Hermanos, consideren su propio llamamiento: No
muchos de ustedes son sabios, según criterios meramente humanos; ni son muchos
los poderosos ni muchos los de noble cuna. Pero Dios
escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil
del mundo para avergonzar a los poderosos. También
escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que
es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse.”
(1 Corintios 1:27...29 NVI). Este plan de Dios se cumple también en la
fragilidad de los cuerpos viejos, débiles e impotentes. De esta manera el
pueblo elegido nació del vientre estéril de Sara y el cuerpo centenario de
Abraham (Romanos 4:18...20). También Juan Bautista nació del vientre estéril de
Isabel y el cuerpo de envejecido de Zacarías. Los ancianos tienen motivos para
sentir que son instrumentos en la historia de la salvación, porque el Señor
promete: con una longitud de días que va a satisfacer y mostrarles su poder
(Salmo 91:16).
El libro de Eclesiastés cita: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas:
No encuentro en ellos placer alguno” (Eclesiastés 12:1 NVI).
Esta perspectiva bíblica sobre el
envejecimiento es impresionante debido a su objetividad. El salmista también
nos recuerda que la vida pasa como una brisa, pero no siempre una brisa suave o
una brisa indolora: “Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los
ochenta, si las fuerzas nos acompañan. Tantos años de
vida, sin embargo, sólo traen pesadas cargas y calamidades: pronto pasan, y con ellos
pasamos nosotros” (Salmo 90:10 NVI). Esta parte de la Escritura nos
proporciona una larga descripción de la desintegración física y la muerte, una
descripción llena de imágenes simbólicas y también pinta una imagen triste de
la vejez. Se nos recuerda que a lo largo de nuestra vida debemos caminar hacia
Dios, porque es el punto de referencia hacia el que nos movemos.
De Abraham se menciona “y
murió en buena vejez, luego de haber vivido muchos años, y fue a reunirse con
sus antepasados” (Génesis 25:7 NVI). Este pasaje tiene una gran
relevancia. El mundo actual ha olvidado la verdad sobre el valor de la vida
humana, verdad que desde el principio puso Dios en la mente de la humanidad.
Como resultado, el mundo actual también ha perdido de vista el significado
completo de la vejez y la muerte. La muerte ha perdido su carácter sagrado, su
importancia como un pasaje y la puerta que invita a la comunión con Dios y con
los antepasados en la fe.
La muerte se ha convertido en un tabú, se hace
de todo para hacerla pasar inadvertida. El escenario de la muerte también ha
cambiado: la gente rara vez muere en casa, cada vez más personas mueren en un
hospital, lejos de la familia y su comunidad. Las muestras de condolencias y
otras prácticas de piedad también han desaparecido. Es como si la gente ha sido
cegada a la realidad de la muerte y como resultado no hay deseo de enfrentarse
a una realidad que es inquietante y que causa angustia y miedo.
El Hijo de Dios hecho hombre dio un nuevo
significado a la muerte mientras aceptaba la cruz. Abrió ampliamente para
nosotros las puertas de la esperanza: “Yo soy la resurrección
y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y
todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11:25...26
NVI). A la luz de estas palabras, la muerte se revela como un tiempo de
esperanza segura y cierta del encuentro con el Señor cara a cara y no como una
conclusión que termina en la nada.
De acuerdo con la Biblia uno de los regalos de
la longevidad es la sabiduría, a pesar de que no es una prerrogativa automática
que se da a los ancianos. Más bien la sabiduría es un don de Dios que debe ser
aceptado y que debe ser visto como una meta que nos permite contar nuestros
días correctamente, es decir, que nos permite vivir de manera responsable. Es
el corazón mismo de esta sabiduría el descubrimiento profundo de la vida humana
y el destino trascendente de la persona humana.
La vejez, es la hora de la confianza en Dios: “En ti, Señor, me he refugiado; jamás me dejes quedar en vergüenza.” (Salmo 71:1 NVI). Este
salmo, es una de las muchas oraciones de los ancianos que encontramos en la
Biblia. Es un hermoso testimonio de los sentimientos religiosos de las
oraciones de los ancianos. La oración es el único camino para obtener una
comprensión de la vida, una vida adecuada para los que son de edad avanzada. La
vejez es una etapa privilegiada para la confianza en Dios y la entrega a Dios.
La oración es un servicio, un ministerio que
los ancianos pueden realizar para el bien de toda la Iglesia y el bien del
mundo. Incluso la persona más enferma y los que no pueden moverse pueden orar.
La oración es su fuerza y su alimento. Los ancianos, cansados y desgastados,
confinados a la cama, con la oración pueden abarcar el mundo entero.
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