Las personas mayores necesitan estar preparadas
para defender la calidad de sus vidas y para ello han de saber enfrentar nuevas
y diversas situaciones. En esta tarea no sólo los rasgos personológicos juegan
un papel primordial, sino también las capacidades emocionales del anciano que
le permitan resolver diversos problemas cotidianos más allá de aquellos
identificados por la lógica y la razón. Al respecto, la inteligencia emocional
emerge como requisito esencial.
Los ancianos de hoy son realmente pioneros,
explorando por todos nosotros lo que podría significar lo que en la edad de
ellos nos enfrentaremos. Como individuos, como sociedades y como la iglesia es
un territorio que está verdaderamente desconocido.
“Y serán como valientes que en la batalla
huellan al enemigo en el lodo de las calles; y pelearán, porque Jehová estará
con ellos; y los que cabalgan en caballos serán avergonzados” Zacarías 10:5
RVR1960.
La sociedad de consumo desplaza por inercia a
los que no consumen. Y los adultos mayores forman parte de este grupo marginado
que, contradictoriamente, va creciendo en relación a otras franjas
generacionales, de acuerdo a datos estadísticos.
América Latina y otras partes del mundo, no son
la excepción. Pero en América Latina, en un reciente ranking mundial
se eleva como una de zona de los "peores países" para envejecer. Lo
anterior basado en las políticas públicas que garantizan los derechos de la
tercera edad en cada región. A esta problemática se suma una tendencia social
preocupante.
Lo que está ocurriendo en nuestra sociedad es
que hay una dinámica entre la gerascofobia, termino con que se designa el miedo
a envejecer y la gerontofobia, que es el desprecio irracional a los
viejos". Incluso en las grandes ciudades esta conjugación hija del miedo
ha mutado al delito: "Una de las víctimas es el viejo, cosa que hace 20 o
30 años no era así. Inclusive, pegarle o robarle a un viejo era mal visto en la
propia jerga carcelaria y se lo comparaba a un violador".
¿Qué ha pasado?
"Antes, aun en el ambiente marginal, había
una identificación positiva con algún viejo. Hoy es todo lo contrario. Ese
miedo a ser, hace que rompa el espejo que está adelante".
Las sociedades cada vez son más gerontofóbica, esto
se ve robustecido por el paradigma social imperante: "El éxito de la
juventud". Este fenómeno se reproduce en las políticas públicas, ya que en
su composición la vejez no figura como prioridad.
Todo lo que no es productivo, todo lo que no se
ve generando utilidades, no cuenta, no tiene cabida y esto alcanza ya a las
personas de 40 años en adelante.
La globalización, temática mundial de boga en
muchos países, concibe en sus entrañas un desprecio a lo que no es productivo
ni objeto de consumo.
Está sucediendo y no queremos ver, la
invisibilidad de la vejez y el temor a verse viejos está instalado en nuestras
sociedades. Cuando uno es niño, sueña y piensa en ser bombero, médico, etc.
Pero a un joven no se le cruza por la cabeza qué quiere ser de viejo.
El tema de la vejez está ligado a la muerte, a
la dependencia, a la enfermedad, que es el estereotipo negativo que tenemos en
nuestra sociedad. De ahí de ahí es de donde viene la gerontofobia.
La vejez hay que aceptarla y disfrutarla como
cualquier otra etapa del desarrollo humano. No se trata de negar la llegada de
la ancianidad y pretender seguir funcionando con esquemas que resultaron útiles
en etapas anteriores, ni tampoco de esperarla como una tragedia ante la cual no
hay nada que hacer.
Resulta indispensable reconocer las vivencias
emocionales, sobre todo las negativas que provoca la evidencia de la vejez. Las
limitaciones físicas y a veces intelectuales deben ser reconocidas para poder
ser compensadas o corregidas.
La pérdida de ciertos atributos relacionados
con la belleza corporal, por ejemplo, debe ser aceptada como inevitable. No se
espera por supuesto, que se reciban las arrugas con alegría, ni que se celebre
la disminución de la virilidad, lo cual en nuestra cultura es algo lamentable,
pero se debe tener en cuenta que todas las etapas de la vida llevan consigo
pérdidas y ganancias.
Se vuelve entonces necesario desarrollar la
capacidad de reelaborar el concepto de belleza, reajustar el ritmo de la
actividad, así como el abandono o reemplazo de ciertas actividades por otras
que pueden ser igualmente placenteras y fuentes de emociones positivas.
Toda actividad humana es intencionada y está
dirigida a la satisfacción de diversas necesidades. La Tercera Edad no escapa a
esta condición. Como en toda etapa de la vida, el anciano debe tener la
capacidad de plantearse retos y perseverar en su consecución, aprovechando para
ello las distintas oportunidades que se le presentan en su cotidianeidad. Esto
no es tarea fácil y apunta a la automotivación como capacidad emocional que
permite la orientación afectiva de nuestra vida.
Si el anciano es consciente de que aún le queda
camino por recorrer resultará más fácil elaborar proyectos que impriman sentido
a su vida. La capacidad de establecerse metas no debe disminuir con la edad,
sino todo lo contrario.
Después de haber vivido un tiempo que puede se
percibido como largo para algunos, es posible que en ocasiones el adulto mayor
se vea tentado a abandonar la lucha por la vida y adoptar posturas pasivas haciendo
alusión a criterios como el cansancio, el “no vale la pena” o “posiblemente ya
no lo disfrute” lo que constituye un riesgo o amenaza para su salud y bienestar
toda vez que compromete su futuro. Pero es cierto que en ocasiones cuesta mucho
trabajo seguir y controlar el impulso de “salirse del camino”, lo cual necesita
de una gran claridad en las metas y una alta capacidad para disfrutar los
pequeños logros como aproximaciones a ellas.
El optimismo es una capacidad emocional de
importancia crucial en esta edad. Si el anciano percibe su edad como una
oportunidad de vida, si interpreta la vejez no como proximidad a la muerte sino
como testimonio de haber vivido, encontrará la manera de enriquecer el
contenido de su vida en lo que le queda por vivir. El optimismo le llevará a no
atormentarse por cuánto tiempo le falta de vida y le permitirá participar
activamente en la construcción del cómo aprender a vivirla.
El disponer de estas capacidades emocionales,
tanto las referidas a la conciencia de las emociones propias, como su
autorregulación y adecuada orientación hacia objetivos de vida ubicadas en la
esfera de la inteligencia intrapersonal, le permiten al anciano lidiar mejor y
de manera más eficaz con su mundo interior, llevarse mejor consigo mismo y disponer
de un conjunto de estrategias que tributen a su bienestar personal, lo cual es
condición indispensable para la dignificación de su etapa generacional…
Negárselo como se está haciendo en la actualidad es violencia y asesinato
prematuro.
Negar los ancianos es negar a Dios que nos
dice: “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, Que da su fruto en
su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará” Salmos 1:3
RVR1960.
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