1 Corintios 14:40 “pero hágase todo decentemente y con
orden”
Yo creo en Dios y la decencia humana, pero también creo
firmemente que el mejor momento de cualquier hombre si alcanza llegar a viejo,
es seguir adelante, aun después de habar trabajado toda su vida arduamente con
todo su empuje, esfuerzo, dedicación y corazón en favor de una causa noble, no
importándole la carga de años, siga trabajando en esos valores que fueron su
vida.
Lo anterior es de seres humanos decentes.
La Decencia, del latín decentia, es el recato, la compostura y la honestidad de
cada persona. El concepto permite hacer referencia a la dignidad en los actos y
en las palabras. Es posible definir la decencia como el valor que hace que una
persona sea consciente de la propia dignidad humana.
Nuestras sociedades están en crisis y la
verdadera causa de ello, es la falta generalizada de decencia. ¿Qué es la
decencia? Lo que te enseñaron tus abuelos.
Al faltar la decencia en nuestras
sociedades, surge la corrupción generalizada de una clase política que se
resiste a cambiar y a terminar en la cárcel y de una elite oligárquica incapaz
de sobrevivir por meritos propios y sin la ayuda de la corrupción nos han
llevado a un callejón sin salida, sean de derecha o sean de izquierda.
Los diferentes estudios sobre la
corrupción muestran que ya se ha sobrepasado el punto de no retorno. Al
corromperse y politizarse el sector judicial y al extenderse la corrupción
política a todos los ámbitos de la sociedad, solamente una sociedad de jóvenes
comprometidos podrá cambiar el curso de la historia. Llámame radical si
quieres, pero es lo que hay.
Los jóvenes están ávidos de una nueva
sociedad y los viejos debemos hacer algo para ello. No se vale decir que ya no
lucho porque estoy viejo... debemos dejar una herencia.
Dejo a
ustedes y a manera de inspiración este articulo periodístico:
Mujica Levanta Pasiones En Brasil Por Decir Lo Obvio:
"Hace Falta Decencia"
A los 80 años, la simplicidad del ex-presidente uruguayo
fascina a una juventud con nuevos valores y que exige cambios
* POR FELIPE
BETIM São Paulo 1 SEP 2015. EL PAÍS.
José Pepe Mujica camina encorvado,
despacio. Conduce su Volkswagen Escarabajo, viste un traje ya bastante usado,
no se corta las uñas de los pies, tiene una panza inmensa y evita todo el
tiempo mirar a los ojos.
Su forma de hablar es suave, dulce. Dice
cosas obvias, sensatas, que cualquier otro campesino anciano podría decir. La
última, el pasado sábado junto al ex-presidente Lula: "Los políticos deben
aprender a vivir como la mayoría del país, no como la minoría".
Sus palabras, junto con su conducta
personal, que es coherente con lo que predica, hicieron que este exguerrillero,
tan normal y tan humano, llegase a la presidencia de Uruguay en 2009 y
alcanzase el estatus de gurú y filósofo internacional de toda una generación.
Su sencillez fascina, su sabiduría asombra. Especialmente a una juventud con
nuevos valores, menos materiales, y que exige cambios. Y todo eso a los 80 años
de edad.
Mujica estuvo esta semana en Brasil y
brilló como una estrella del pop. En tiempos de tanta desilusión política, casi
10.000 jóvenes acudieron a la Universidad de Estadual do Rio de Janeiro (UERJ)
solo para ver a un señor normal, pacato, y escuchar un espectáculo de
sensateces. Casi un sermón de abuelo. Una fan dijo que había llegado dos horas
antes del evento para conseguir su lugar, como si se tratase de un concierto. Y
la explicación de todo es tan sencilla como sus palabras: hay ciertos elementos
de nuestra vida política cotidiana que han dejado de ser naturales y se han
vuelto insultantes.
Para limitarnos al ámbito de la política
brasileña: ya no es natural que las arcas públicas de un país en desarrollo
paguen 324.000 reales (unos 80.000 euros) en 52 habitaciones de lujo y 17
coches para una comitiva, como hizo la presidenta Dilma Rousseff en Roma en
2013 para la misa inaugural del Papa Francisco. O que, en tiempos desajuste
fiscal, haya una factura de 100.000 dólares (casi 90.000 euros) en limusinas en
Estados Unidos este año. Es una aberración que diputados, senadores y
concejales ganen, si sumamos todos los beneficios, cerca de 100.000 reales (más
de 24.000 euros) al mes, que trabajen tres días a la semana y, además,
deambulen con los lujosos coches negros oficiales por la ciudad -y encima
quieren prohibir el Uber. Es un insulto ver Lamborghinis y obras de arte
escondidas en manos de quien fue elegido para velar por el bien público.
Cuando era presidente, Mujica donaba una
parte de su sueldo, seguía viviendo en su granja, iba en su Escarabajo a
trabajar, no llevaba corbata -a veces, ¡ni siquiera zapatos!- y les abría las
puertas del palacio presidencial en el invierno a las personas sin hogar. Ya no
es normal en Uruguay que a las mujeres se les prohibida hacer lo que quieran y
que la gente no pueda amarse libremente, pero esa es una charla para otro día.
La austeridad de Mujica representa lo contrario de todo eso. El expresidente es
un ejemplo de cómo los políticos deben ser personas normales y corrientes.
"Un presidente no debe confundirse con un monarca", dijo este sábado.
Tan obvio, ¿verdad? Pero en Brasil quizá eso suceda porque todo el mundo vive y
trabaja en un palacio: el del Planalto (Presidenta), Bandeirantes (Gobernador
de São Paulo), Guanabara (Gobernador de Río de Janeiro).
Y no nos hagamos los tontos: Mujica se
identifica como un socialista y no niega sus orígenes de izquierda, pese a la
crisis de credibilidad de esta corriente política en toda Latinoamérica. Se
trata de un alivio para los progresistas que están desencantados. Pero Mujica
expresa sus principios de manera tan sutil, con palabras cargadas de una
sensatez tan sincera -disculpen la insistencia-, que incluso un conservador
desprevenido acaba cayendo en su red. Por ejemplo: "Los estudiantes tienen
que darse cuenta de que no es solo un cambio del sistema, es un cambio de
cultura, es una cultura civilizadora. Y no hay manera de soñar con un mundo
mejor a no ser pasarnos la vida luchando por él. Tenemos que superar el
individualismo y crear conciencia colectiva para transformar la sociedad",
dijo en la UERJ.
La buena noticia es que la gente se siente
cada vez más hasta las narices. Varios analistas y estudios coinciden en que
las protestas brasileñas, ya estén travestidas de izquierda (junio de 2013) o
de derecha (2015), son claras al repudiar el tipo de conducta de los políticos.
Basta con ver la cantidad de veces que se compartieron en las redes sociales de
Brasil unas fotos del primer ministro británico, David Cameron, yendo a trabajar
en metro. Diez de cada diez analistas políticos lo vienen repitiendo desde
2013: la cabeza del brasileño ha cambiado, pero los políticos todavía no han
entendido eso. "El Brasil que salió a las calles es un país que quiere que
el político vaya en autobús, que sea igual a él", ya explicaba el
politólogo Alberto Carlos Almeida, director del Instituto Análise, en aquella
época.
Mujica simboliza este cambio de mentalidad
no solo en Brasil, sino en el mundo entero. Y ya no está solo. España, que
vivió protestas masivas en 2011 y solo ahora empieza a salir de la crisis
económica, ya ha recogido algunos frutos en las elecciones municipales y
autonómicas de este año. Los ciudadanos han elegido a parlamentarios, alcaldes
y alcaldesas de nuevos partidos y plataformas ciudadanas en algunas de las
principales capitales del país. El de Madrid es el caso más representativo. En
su primer día de trabajo, la alcaldesa y escueza Manuela Carmena, de 71 años,
estuvo en la portada de periódicos por ir a trabajar en metro.
Recortó sueldos, cargos, coches oficiales
y otros privilegios. Y sobre todo ha cambiado las prioridades presupuestarias
del Ayuntamiento para hacer cumplir su programa, tras 24 años de gobierno
conservador. "Jamás podría imaginar que los jóvenes depositarían sus
esperanzas en una abuela ya jubilada como yo", llegó a decir.
Hay un malestar generalizado y sobre todo
la juventud -de Brasil, de Latinoamérica y de todo el mundo-, huérfana de
representantes y partidos, exige cambios en la política. Es una generación con
nuevos valores y hábitos más austeros que sus padres, que prefiere viajar y
compartir un coche en vez de pagar caro por uno. Y lo curioso es que, como en
los casos de Mujica y Carmena, a veces busca la regeneración política en los
mayores porque no encuentra a quien haya entendido el mensaje entre los nuevos
líderes. Al fin y al cabo, no se trata de tomar las armas y cambiar todo el
sistema. La revolución que se exige es silenciosa: se llama decencia.
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