viernes, 5 de diciembre de 2014

Razón Y Valorización De La Tercera Edad (Parte 2)

Calidad de vida y valores

Las condiciones de vida inciden notablemente sobre la espiritualidad. No es fácil comprender el significado del bienestar espiritual estando en un geriátrico tal como se le concibe hasta ahora. Para los actuales ancianos, es difícil decir "sí" a la vida, cuando se sienten sin ayuda, sin esperanza y olvidados. El hogar de ancianos es visto con frecuencia, como un lugar para morir. Este es el rostro más dramático de la vejez.

La internación en un hospital o en un hogar de ancianos puede aumentar en éstos el sentimiento sentirse obligados a ceder a otras personas el control de la vida y de la muerte. Esto hiere a la persona en su autoestima y desintegra su identidad.

En este ambiente, al anciano no le queda otra alternativa que encerrarse en sí mismo, sin identidad alguna, muerto finalmente, antes de que la muerte biológica lo saque de un mundo en el que ya no hay un lugar para él.

El estado de salud tiene también notables repercusiones sobre la "espiritualidad del anciano". La ancianidad en sí misma no es causa de enfermedad, pero aumenta la probabilidad de enfermedades crónicas. Esto hace que muchas veces el sufrimiento o por lo menos el temor a él, parezca caracterizar la edad avanzada. Los problemas físicos pueden ser un obstáculo notable para la persona anciana en la gestión de su espiritualidad. Citemos, por ejemplo, el proceso de la pérdida de la audición o al menos su disminución, puede instaurar cuando no es tratada oportunamente: aislamiento social, pérdida de autoestima, reducción de la movilidad, retraimiento de la vida social, depresión, trastornos del sueño y del apetito.

Tampoco se debe olvidarse que con el avance de los años, la aparición o el agravamiento de patologías pueda provocar problemáticas más severas como, por ejemplo, las que están relacionadas con la pérdida de la autosuficiencia. Pero, evidentemente, éstas son, con todo, generalizaciones: mucho depende también de múltiples factores muy específicos (personales, ambientales, familiares) que pueden influir sobre el grado de agravamiento que la enfermedad puede determinar.

De esta manera se pone en evidencia cómo las causas biofísicas, espirituales, socioculturales, psicológicas se suman a través de consecuencias cada vez más negativas, en una demostración de la complejidad de las personas y de su indivisibilidad. Sin embargo, el nivel de salud del anciano experimenta mejoría, cuando se le permite una elección del lugar donde situarse, el espacio a utilizar y la posibilidad de disponer libremente de sus cosas.

Frente a la muerte

La ancianidad también significa pensar en la muerte. Cuando se habla del anciano y del envejecimiento como de un proceso de separación, en el fondo está influyendo la conciencia de la muerte. El anciano, ciertamente, no siempre está pensado en la muerte y cuando lo hace, lo hace con serenidad, pero se da cuenta de que su perspectiva de futuro se cierra cada vez más. En otras palabras, de que su vida o por lo menos, su vida en el mundo, tiene un término. Esta conciencia, aunque acompaña al hombre desde su nacimiento, en realidad se acentúa en el período de la ancianidad, cuando el mensaje que le llega a la persona anciana es subrayado por la muerte del cónyuge, de parientes, de amigos; por la soledad de quien sobrevive a sus coetáneos.

¿Qué haré de mi vida? Es la pregunta que acompaña al menos tres momentos de la vida: la adolescencia, la crisis de la mediana edad y la crisis de la ancianidad que sigue al retiro laboral.

¿En qué consistirá mi muerte? Pregunta que puede ser respondida tanto por la afirmación de la esperanza en otra vida, como por la muerte rápida o por la muerte sin dolor.

¿Por qué debo sufrir de este modo? Es la pregunta a la que pueden responder tres maneras distintas de vivir el sufrimiento: el sufrimiento transforma (cuando Dios parece no responder a la oración); el sufrimiento con una manifestación exterior de queja y de llanto; el sufrimiento que es liberación y cambio (cuando el anciano que sufre le da un sentido a su dolor; cuando el sufrimiento es fuente de fuerza y de esperanza). Y este sentido no puede ser impuesto; debe ser asumido por cada uno en forma personal.

En el anciano, la modalidad más frecuente de representar y simbolizar su muerte consiste en una renuncia progresiva al apego a los vivos. Da la impresión de que es el pasado el que gobierna. La propia muerte, finalmente, se recompone la separación y la tragedia de la soledad.

Para concluir:

La dimensión espiritual de la persona anciana significa, entonces, aceptar su condición de vida y aceptarse en ella. Significa encontrar un sentido en su propia experiencia, en un proceso de crecimiento y de desarrollo personal. Significa la búsqueda de un sentido de la vida en general y de un significado de los acontecimientos de la vida cotidiana en particular.

La tercera edad puede constituir un período de vida caracterizado por un acentuado sentimiento religioso. Esta fe representa el punto de llegada de la espiritualidad de una persona: la persona anciana tiene una historia personal de victorias, de derrotas, de pérdidas; con los años adquirió el conocimiento de los hombres y de la realidad; libre de compromisos urgentes, tiene tiempo para pensar, reflexionar, recordar.

Paradójicamente, cuanto más se afrontan y se aceptan las "pérdidas necesarias", tanto más se está abierto al ejercicio de un poder habilitador, tanto interior como exteriormente. El ego puede alejarse gradualmente de una actitud de poder competitivo y de dominio (resultado "natural" del instinto de conservación en un mundo incierto). Este profundo proceso de envejecimiento implica una serie de conversiones frente a los desafíos inherentes al ciclo de envejecimiento o conectados con él.

Muchos ancianos de hoy han debido enfrentarse con la violencia, con la prisión, con la miseria y con todo lo que estos males acarrean y sin embargo, construyeron una familia y un porvenir para sus hijos.

En estas pruebas del transcurrir de sus días también pudieron entrever la presencia y el afecto de Dios y pudieron haber llegado a una religiosidad más profunda y más vivida, descubriendo lo que es permanentemente cierto, seguro, más allá de lo temporal.

Este es el cuadro de la proverbial sabiduría que se acredita tradicionalmente a la tercera edad, pero puede ser la conquista de la ancianidad.

La ancianidad, con todo, parece reflejar las características de una actitud cristiana, dadas la incertidumbre acerca del futuro y por lo tanto, la necesidad de la esperanza, de la aceptación de los propios límites, del estar preparados para dejar lo que se preveía poseer. Todo esto, vivido serenamente, no es una exigencia nueva, sino más bien algo con lo que debería estar entretejida toda la vida cristiana.

En esta perspectiva, la muerte puede ser vista como un deseo y una certeza de reencontrar en una dimensión distinta, a nuestros padres, a nuestros hermanos y hermanas, a las personas más significativas de nuestra vida, ya muertas.

Pero la vida está compuesta también por momentos de alegría. Es en la alegría de la relación con los niños que el anciano puede leer el misterio del don de la vida y descubrir ese "hilo" ininterrumpido que entrelaza a las generaciones.

Los niños, sin embargo, están en condiciones de escuchar a las personas ancianas, escuchar las voces más profundas, esas que los adultos, demasiado ocupados, ya no saben escuchar. Porque el anciano, cuando habla, cuando les cuenta cuentos a los chicos, está siempre indicando una meta, un secreto del mundo, una posibilidad de buscar algo nuevo. En sus palabras no está sólo el pasado que viene a la luz, sino la posibilidad de una nueva manera de vivir el futuro.

El camino de la vejez nunca va hacia el olvido, como querría la ley del tiempo, sino hacia la memoria que reclama, no simplemente el pasado sino, para quien sabe escuchar, también el futuro.


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