viernes, 28 de noviembre de 2014

Razón Y Valorización De La Tercera Edad (Parte 1)

Ya en repetidas ocasiones me han preguntado: ¿por qué de viejo escribo estos estudios? y es que creo que afrontar el problema de la ancianidad, particularmente el de la espiritualidad que puede caracterizar esta fase de la vida, significa tener presente que de la vejez podrá hablar solamente el que sabe algo de ella y sólo quien vive personalmente en la vejez puede saber en verdad algo de ella.

Es posible afirmar que a pesar de los avances del siglo XX y los casi 15 años del XXI, la vejez sigue siendo lo que era, aunque se llegue más tarde, en número cada vez mayor y se extienda más. Sus expresiones físico-mentales se mantienen.

A pesar de ello y del privilegio que significa llegar a ser anciano, privilegio al que muchísimos no llegan, el lugar de los ancianos en la comunidad no es tan evidente; por el contrario, son las generaciones más jóvenes las que asignan a los ancianos su lugar, las condiciones sociales y su rol, de acuerdo con el sistema de valores dominante en la sociedad. Y la sociedad sólo podrá integrar a los ancianos cuando también aprenda a "vivir junto" con ellos, en lugar de vivir al lado de ellos.

Por lo tanto, no es fácil hablar en forma creíble acerca de la vejez; esto presupone que sea reconocida y aceptada con toda su dignidad. Despreciarla por la juventud no es sabio, pues los que ahora son jóvenes y alcancen a llegar a ser viejos están llamados a superar la forma mezquina de ver ahora a los viejos.

·       La Vejez Y Su Sentido

La segunda mitad de la vida posee un significado y una finalidad diferentes del objetivo biológico y natural de la primera. En la segunda mitad de la vida el cambio de roles, la muerte de allegados, los cambios físicos y las miles de otras inevitables consecuencias del proceso de envejecimiento, contribuyen a acelerar una revalorización y una reestructuración de las prioridades personales.

Toda persona posee varias dimensiones: física, social, psicológica y espiritual, pero esta última no es una más, es la que le da un significado a toda la vida. El término "bienestar espiritual", por consiguiente, implica plenitud, realización, en oposición a fragmentación y aislamiento.

En síntesis, podemos definir la espiritualidad como la comprensión, por parte de la persona, de su propia vida en relación a sí misma, a la comunidad, al medio ambiente, a Dios. Se trata de una construcción psicológica que comprende tanto el mundo carnal de la experiencia como el mundo de la trascendencia; un continuo proceso interior de integración de recuerdos, experiencias, anticipos y de un esfuerzo por relacionarse con los demás, con confianza y empatía.

¿Cuándo comienza la vejez? Hoy se tiene bastante en cuenta el hecho de que el envejecimiento es un proceso muy gradual, que no se limita a determinados períodos de la vida. La vejez está allí dondequiera se manifieste una nueva manera de ver la vida, el tiempo y particularmente, la "finitud".

Desde el punto de vista biológico se comienza a envejecer el día del nacimiento. La cuestión, entonces, es ¿cuándo se comienza a tomar conciencia? ¿En el momento en que la generación anterior comienza a morir o más bien, aun antes? El envejecimiento comienza a percibirse cuando ya no conseguimos hacer lo que hacíamos antes. Semeja un proceso de alejamiento: crece la distancia entre el anciano y la sociedad; el anciano desempeña un número menor de roles, sus contactos disminuyen. Es decir, se está viviendo el "tiempo final".

Si vamos a la búsqueda de nuevos significados, los años de la ancianidad pueden significar nuevos objetivos y cada uno de ellos puede tener una dimensión espiritual. Estos nuevos objetivos pueden ser:
·       Descubrir nuevos valores de vida;
·       Elaborar una nueva escala de valores que subrayen la importancia del ser, con respecto a la acción y a la actividad;
·       Encontrar una nueva modalidad para estructurar el tiempo; nuevas obligaciones para sus energías;
·       Adaptarse a nuevas modalidades de vida y a nuevos ambientes de vida;
·       Aprender a estar solo, cuando sobreviene la muerte del cónyuge;
·       Aprender a enfrentarse con nuevas limitaciones físicas que pueden derivar de una enfermedad y de un natural decaimiento.

Estos objetivos deberían ser la culminación de toda una vida; deberían ser el resultado del desarrollo maduro de aquellas virtudes que componen la espiritualidad del hombre: esperanza, voluntad, objetivo, capacidad, fidelidad, amor, solicitud, sabiduría.

El desarrollo de la personalidad, por otra parte, no se detiene en una edad determinada; la persona "crece" a lo largo de toda su vida. Vejez y envejecimiento no son un vacío inevitable, fatal, acompañado de hastío, resignación o de un optimismo centrado en sí mismo; el anciano, no sobrevive esperando la muerte; el anciano vive.

A partir de esa situación se debe comenzar un camino de revisión conceptual. Por ejemplo, en la autonomía, el concepto estereotipado es: juventud significa ser activos y dar beneficios, vejez significa ser pasivos y recibirlos. Este contraste se esfuma. Los seres humanos deben aprender durante toda su vida la reciprocidad del "dar y recibir", en el cual, el que da saca de ello una ventaja y el que recibe la otorga. La ancianidad es un tiempo para repensar nuestros conceptos de actividad y de pasividad, de esfuerzo y de aceptación, de fuerza y de debilidad, de dignidad y de humildad, de energía y de quietud, y también del trabajo y del juego.

Percibir cómo todos estos contrastes son aplicables con exactitud a la existencia humana íntegra, puede hacer menos solitaria la experiencia de envejecer. Se trata, justamente, de dar un sentido a la edad que se está viviendo, a fin de poder vivir con tranquilidad esa etapa de la vida y permitir una relectura del pasado en un contexto de apertura hacia los demás, hacia las cosas del mundo.

Un nuevo sentido comienza por asumir la propia edad; y sólo lo hace el que acepta su edad con sus valores y sus límites. Para la persona anciana, el riesgo puede consistir en convertirse cada vez más en huésped de un mundo más joven, en el que ya no encuentra valores, estilos de vida, recuerdos, que fueron puntos de referencia en su vida. El sentimiento de inutilidad y la carencia de relaciones sociales que ello trae aparejado pueden incidir, luego, sobre su misma salud.

Los desafíos del envejecimiento pueden convertirse para algunas personas, en oportunidades de crecimiento espiritual y ético, mientras que, para otras, las mismas experiencias favorecen una regresión egoísta y actitudes de hostilidad social.

La verdadera dinámica de la existencia humana, va más allá del individuo mismo y está dirigida al otro, a algo o a alguien, es decir, hacia un significado que debe ser realizado en una tarea o en el amor hacia otras personas. Consagrándose a algo fuera de sí, el hombre se realiza a sí mismo. Cuanto más se dedica a los otros, más hombre se es.

Habría pues dos modalidades extremas de vivir la ancianidad, que se basan sobre dos alienaciones opuestas: la alienación de quien se refugia en un pasado irremediablemente perdido y por lo tanto, al envejecer cae en la desesperación; y la alienación de quien busca revivir el pasado en el presente. En síntesis: además del "viejo desesperado"  y del "viejo lindo" puede existir un "viejo" que "encarne" un envejecimiento bueno y justo, alcanzando a vivir su presente como un tiempo que llega desde su pasado y que tiende hacia el futuro.

A esta altura se puede afirmar que solamente envejece en forma conveniente quien en su interior acepta llegar a viejo.

Hay algo más: mucho de todo esto depende de que la comunidad misma acepte a la vejez; que le otorgue, con honestidad y cordialidad, el derecho a la vida que le corresponde. La comunidad debe dar a quien llega a la ancianidad la posibilidad de envejecer de una manera digna. La familia, los amigos, el contexto social, los organismos oficiales, el Estado tienen su responsabilidad al respecto.

Para que la persona anciana se perciba insertada en un ambiente dado y para encontrar en él sus motivaciones y sus preferencias debe todavía:
·       Tener un mínimo de interacción: no puede carecer de contactos periódicos o al menos, ocasionales;
·       Aceptar valores y normas: se "forma parte" cuando psicológicamente se comparten creencias y normas de grupo;
·       Identificarse con el grupo: la persona "se asimila a su grupo de pertenencia, lo percibe y lo siente como parte de sí mismo";
·       Ser aceptada, recibida, deseada por una comunidad.


Por otra parte, “un hombre se dice adaptado cuando disfruta de un relativo bienestar físico y psíquico, se siente bien y no está turbado por preocupación alguna; mientras que se es desadaptado cuando se encuentra en una situación parcial o completamente opuesta a la descrita" (OMS, 1982).

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