viernes, 20 de junio de 2014

El Anciano y La Soledad

Ser uno mismo quiere decir, al mismo tiempo, no ser otro. Por consiguiente, nunca hubiéramos llegado a ser nosotros mismo sin los demás. Nuestra vida se hace impensable sin un entorno que la alimente y proporciona una razón de ser.

El sentido de nuestra vida, dependen de nuestras relaciones con los demás. Cuando las relaciones con los demás fallan, sólo tenemos el movimiento de retorno, de aislamiento sobre nosotros mismos y eso es triste, doloroso e incluso torturante.

A medida que pasa el tiempo, la soledad se acentúa. El sujeto sólo habla lo imprescindible, si es que alguna vez cruza palabra con alguien al que no tiene otro remedio que hablar. La mirada del solitario pasa de la hostilidad a un mundo que parece haberle abandonado a su suerte.

El solitario emite, para los que le ven, una especie de tufo mortal que les hace sentir temor y recelo. Está tan solo que no mira de frente, sino cuando sabe que no es observado, de reojo o disimulado entre la multitud u oculto.

Bajo el punto de vista de las personas integradas, la reciprocidad y la norma de que quien pide ha de tomar la iniciativa, son intocables. El que se rige por tales pautas en su vida corriente, da y recibe en una proporción que le parece la justa. Intuye que el solitario le va a pedir más de lo que le dará a cambio. Lo ve como un pozo sin fondo, que no va a saber contenerse y tenerle suficientemente en cuenta, y piensa algo así: primero que se modere, que se calme, y después todo lo que quiera. Está mal dispuesto a darle un crédito a fondo perdido.

La persona integrada, al pensar de esta manera, puede ser egoísta en exceso, pero también puede no serlo especialmente. Esto es, en lo que toca a su prójimo está dispuesto a dar, pero en lo que respecta a sí mismo quiere tratarse bien, tan bien como el solitario le gustaría que le tratasen o mejor aún, de una manera equilibrada.

El problema, aparte del egoísmo, suele consistir en que el que pide, más que pedir suele exigir, ordenar o presionar, con lo cual ataca la versión de dignidad del posible donador, que para dar necesita sentirse libre. Las relaciones amistosas nunca podrán tratarse con la obligatoriedad que conllevan las comerciales.

¿Cuáles son las causas de esa discordia entre el sujeto y su mundo? Puede ser que falle el plan mismo, los medios para lograrlo o las personas con las que contaba. Analicémoslo:

  1. El fallo del plan de vida:
Una persona va tejiendo y destejiendo, a lo largo de su vida, proyectos a medida que corrige imposibilidades y cambios de orientación. Pero en la madurez suele haber una mayor aclaración respecto a lo que se desea de la vida.

El diseño de los deseos más importantes que se seleccionan, pretenden responder a las facetas humanas que más importantes son para el sujeto. Cada una ocupa un lugar en su vida cotidiana y por lo tanto su bienestar depende de varios frentes a la vez.

Las sensaciones de intensidad y placer provienen del éxito en la realización de las distintas expectativas de la vida. Si una persona planifica mal, al llegar a la vejez se encuentra vacío y empobrecido, con una penosa impresión de fracaso.

El éxito, por tanto, viene ligado a la integración social de la persona en múltiples roles. Lo contrario de integración es aislamiento, soledad. Se trata de una soledad que proviene de haber calculado corto, de no haber cuidado de ambicionar múltiples intereses vitales. Tener proyectos entre manos es una fuente de motivación, interés y vitalidad. Lo contrario es convertir la vida en algo insulso y rutinario.

Especial relevancia tendrán aquellos que impliquen relaciones con los demás: intereses recreativos, culturales, cuidado de las amistades, intensas y profundas, ricas relaciones familiares. Este tipo de proyecto que llamaremos de "calidad humana" están llenos de dificultades y por milagro o por inercia nunca aparecen: el cultivo de la amistad, la lucha por la comunicación y el entendimiento familiar, la dificultad de llevar adelante con firmeza intereses sociales y culturales, implica soportar ciertos riesgos y esfuerzos a los que muchos renuncian por comodidad, pereza, derrotismo.

Hay un grupo reducido de personas a las que en vez de faltarles los planes vitales por quedarse cortos de cálculo, tienen dificultades de carácter, como excesiva timidez, impaciencia, egoísmo rematado, irascibilidad, intolerancia despótica, etc. La pobreza, en un sentido amplio, se ve agrandada por el desinterés general de la sociedad en inculcar a sus miembros, valores que se escapen de lo estrictamente económico o profesional.

  1. El fallo de las estrategias
Cuando el sujeto tiene objetivos claros y está motivado para realizarlos, puede fracasar a la hora de llevarlos a cabo. Por ejemplo, en el momento de la jubilación, una persona puede tener una serie de planes ideales: dará más importancia a los amigos, reemprenderá aficiones relegadas, etc. Pero se atasca a la hora de conseguir amigos con los que mantener una relación afectivamente cálida o no acierta con las actividades adecuadas, o no calcula suficientemente bien las condiciones que le plantean los demás. En suma, puede resultar al anciano y al jubilado tan difícil realizar sus aspiraciones como al adolescente integrarse en el mundo adulto.

  1. Fallo de los otros y el derrumbe físico
Particularmente trágico resulta en la vejez las separaciones que le imponen las circunstancias. La muerte de familiares y amigos, la vida independiente de los hijos, vuelven imposible la realización de los planes vitales previstos.

La muerte de un ser querido le obliga al anciano a dar un vuelco en sus costumbres, expectativas y necesidades afectivas. Es fácil que se sienta indefenso y derrotado. Algunos ancianos se prohíben a si mismos el hacerse ningún tipo de ilusión, censurándose en sus pensamientos cuando deseen nuevas relaciones afectivas. Lo mismo cabe decir en lo que hace referencia a las necesidades de pareja.

Comenzar nuevas amistades resulta una empresa que para ellos tiene dos filos: por una parte, se necesita invertir tiempo y esfuerzo, pero por otra, es la única alternativa de vida afectiva y social que queda. Esta dificultad hace que muchos se abandonen a una soledad más o menos asumida.

El anciano, también se ve rechazado por los demás por el mero hecho de ser viejo. Por ello, se las tiene que ingeniar para buscarse los ambientes adecuados y en los que pueda resurgir de las tragedias en una atmósfera de calidez.

Algunos ancianos tienen una vivencia depresiva frente a las limitaciones que provoca una edad avanzada o la cercanía de la muerte; renuncian a la posible riqueza que podrían obtener rebelándose en lo posible, apostando por una especie de quietud en la que piensan que no sufrirán, aunque no suele dar el resultado perseguido sino que suele agravar la situación.

El darle un verdadero afecto, respeto y amor a los ancianos es la verdadera solución.


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