viernes, 17 de agosto de 2012

Una Nueva Situación



En repetidas ocasiones hemos apuntado que en el espacio de unos años mas, la pirámide de edades va a sufrir un cambio espectacular y significativo. Y lo que preocupa no es tanto el envejecimiento en sí, sino la  velocidad y amplitud que reviste, hasta el punto de que el siglo XXI podría pasar a la historia como el siglo de la ancianidad.

En los próximos años, casi el 20% (quinta parte) de la población en las naciones desarrolladas serán personas mayores de 65 años. Por otra parte, la medicina ha mejorado extraordinariamente el nivel de salud psíquica y biológica de nuestros mayores. La geriatría y la gerontología, como nuevas especialidades médicas, han posibilitado que estas personas se acerquen a la vejez en condiciones de prevenir mucho mejor sus deficiencias, hacer frente a sus posibles enfermedades y recibir las ayudas necesarias para esta situación. Todo lo anterior en unos países mas que en otros.

El Enfrentamiento Con La Realidad Es Una Situación No Siempre Agradable


Cierto es que la vejes no es para muchos la etapa ideal de vida. Hay, para con esta edad, como un cierto sentimiento de rechazo social, pues la cultura imperante no aprecia la vida de aquellos que no producen y hasta se les designa con el nombre de clases pasivas. Los jóvenes vienen abriendo nuevos caminos y dejando marginados a los que entregaron su vida con anterioridad, sin agradecer muchas veces los servicios para ellos prestados.

Los viejos se vuelven ciudadanos de un país extraño, en el que no se sienten integrados. Los mensajes implícitos que reciben les hacen sentirse sin esta pertenencia, pues la cultura, los gustos y costumbres, la pérdida de amistades, provocan cada vez más el aislamiento de un entorno que les resulta lejano e incomprensible. Hasta los cambios urbanísticos terminan por destruir aquellos lugares que guardaban los recuerdos y momentos felices de otras épocas.

No es extraño, que la soledad y el abandono se presenten en esta etapa. El  reconocer con realismo esta situación, no significa dejarse vencer por ella. Lo peor sería encerrarse en sí mismo y/o huir con los recuerdos hacia un mundo pasado para no encontrarse con la realidad. O llevar una vida de inercia y aburrimiento, pretendiendo encubrir con otras evasiones superficiales el malestar interior que esta realidad genera. Una cierta tristeza persiste por dentro que molesta y entorpece las buenas relaciones con los demás y que, a veces también, aflora en el rostro de estas personas.

La misma sociedad empieza a preocuparse para ofrecer a este segmento nuevas posibilidades que fomenten su cultura y desarrollo humano. Las actividades para la tercera edad, se van multiplicando por todas partes, buscan cumplir con este objetivo. Sin embargo, los creyentes tenemos otras alternativas para conseguirlo, que quisiera sugerir con brevedad. La vejez constituye para nosotros una llamada hacia la trascendencia, hacia una eternidad bonancible, que nos abre a Dios y a las personas que nos rodean.

La Experiencia Del Envejecimiento Requiere Una Reconciliación Humana


La vida se constata en las vivencias inevitables, vivencias que van dejándose en el pasado y atesorándose algunas en la memoria. Desde que nacemos no es posible subsistir, sin dejar a nuestras espaldas algo que abandonamos. La renuncia es condición necesaria para seguir adelante.

Lo que acontece es que, para el joven y el adulto, tales pérdidas no tienen mayor resonancia, pues viven de cara a un futuro, cargado de expectativas y nuevas posibilidades, que compensa cualquier frustración. Aun en las circunstancias más molestas, queda por dentro una esperanza que suaviza cualquier dificultad. Están en camino hacia una meta que ilusiona y a la que aspiran y abandonar el pasado nos es problema porque se entiende como una condición necesaria para subir e ir hacia arriba al triunfo. Lo que se deja es para suplirlo de inmediato con otra alternativa mejor.

Pero en la persona mayor, su mirada se centra mucho más en el pasado ante las pocas posibilidades que le ofrece el porvenir. La realidad que ahora vive ha perdido la riqueza de otros tiempos anteriores. El deterioro orgánico, aun sin enfermedades concretas, aumenta de forma continua. La impresión de que las capacidades biológicas se reducen y la falta de fuerza, en los diferentes niveles de la personalidad, recuerdan con insistencia, aunque no interese constatarlo, que la esperanza de vida se va también agotando. No se trata sólo de las pérdidas más dramáticas, como la enfermedad crónica, el ingreso en una institución asistencial o una inmovilidad permanente, sino ese cúmulo de pequeños gestos e incidentes de la vida ordinaria que, aunque sean mínimos e insignificantes desde fuera, transmiten un mensaje permanente que le dice repetitivamente: has dejado de ser lo que eras antes.

Por eso, no les queda otro consuelo que evocar constantemente su pasado para que otros lo vean (y la misma persona mayor se convenza) que sigue siendo alguien, a pesar de las deficiencias actuales. Si necesita repetir los acontecimientos de su historia es porque desea que otros lo escuche para que nadie olvide que su vida fue bastante o muy diferente a la que ahora se va apagando.

Yo creo que, aun humanamente, es posible llegar a una reconciliación. Se trata de reconocer la propia finitud de la existencia y aceptar el destino que a todos nos afecta, aunque sea doloroso, sin rebeliones internas que no sirven para nada. Hay que enfrentarse con esta verdad, por muy desagradable que parezca, como la única condición para vivir con paz y serenidad estos momentos. Ineludiblemente todos, hasta el ser humano que nace en lo que leemos estas líneas, vamos hacia la muerte. Es entonces, en esta edad, cuando el creyente puede escuchar la llamada de Dios con una fuerza más grande. Si el abrazo con el destino constituye, incluso, una terapia psicológica, la mirada sobrenatural ofrece una nueva perspectiva, cargada de esperanza, pues nos abre verdaderamente las puertas de una nueva vida en la que veremos cosas que jamás ojo humano vio.

Dios Se Acerca Entre Los Residuos De La Vida


A estas alturas de la vida, cualquier persona ha tenido ya múltiples experiencias de tantas cosas y de como se van quedando en el camino. Son muchas las pequeñas muertes que se han vivido para no darse cuenta de que todo es frágil y relativo. Sólo Dios se vislumbra como el único absoluto y la meta definitiva hacia la que nos dirigimos. Lo que acontece, como sabemos también por experiencia, es que nuestro caminar se hace cansado y lento, pues nos sentimos muchas veces atraídos por otras realidades que obscurecen a Dios. Nos cuesta estar libres y despojados para convertirlo, de verdad, en el valor más importante de nuestra exigua vida. Por ello, cuando la vida nos impone con realismo ese continuo despojo, el cristiano puede y debe ver, en ese acontecimiento humano y universal, una presencia salvadora.

Dios mismo es quien acosa, destruye ilusiones engañosas, cierra salidas falsas, despoja de lastres que paralizan, corta amarras, purifica el corazón y lo libera, para que por fin no tengamos otro remedio que entregarnos a Él. Es una enseñanza amorosa que facilita entender y vivir este gran descubrimiento. La ruptura de tantas esperanzas ha hecho vislumbrar la única Esperanza. Las estadísticas constatan que la religiosidad aumenta en las personas mayores. Algunos interpretan este dato como una búsqueda de seguridad definitiva, cuando las fuerzas humanas se vienen abajo; como recurso eficaz para superar los temores inconscientes ante la muerte y el más allá desconocido.

Aunque la experiencia sobrenatural tenga sus ambigüedades y esté condicionada por mecanismos psicológicos, sería falso encontrarle esta sola explicación. Son momentos propicios para comprender mejor la relatividad de las cosas y alzar la mirada por encima de ellas, abriéndose con asombro a los nuevos horizontes de la fe. Como si Dios quisiera prepararle a cada anciano la hora en que él también, como Simeón, pudiera recitar su cántico gozoso: " Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,  Conforme a tu palabra;  Porque han visto mis ojos tu salvación " (Lucas 2:29..30).

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