viernes, 31 de agosto de 2012

Afrontando Lo Venidero


Porque el momento vendrá y su tiempo no esta en manos de nosotros

Cuando se acerca el encuentro con el Dios que nos espera y al que hemos consagrado la vida, es porque a diferencia de muchos hemos logrado llegar a esa vejez de los años finales. Es la época propicia para entregarnos en manos del Creador, como gesto de sumisión y agradecimiento, como ofrenda última y definitiva. Él fue el origen de nuestra existencia y también la meta final a la que estamos destinados. El Espíritu que hace tiempo se nos dio, queremos de nuevo entregarlo a su dueño con amor.

Esta respuesta agradecida es lo mejor que puede ofrendarse durante la ancianidad. Jesús mismo había dicho: "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre." (Juan 10:17..18). Esta frase alcanza su mayor expresión en este último trayecto, cuando todo se apaga y desvanece.

Es el momento de la ofrenda final, después de haber ido entregando tantas cosas como aporte a la sociedad, ahora sólo queda un resto de existencia, al que seguimos apegados por ser lo más nuestro y lo que más queremos. Entregarla voluntariamente al Señor es el gesto de cariño más verdadero.

Testigos de la trascendencia:  Contemplando las huellas de Dios en el pasado

Nadie sabe la vejez que le espera. Los  condicionantes de todo tipo pueden reducir al extremo la energía vital. Es una posibilidad que no depende de nosotros y que ciertamente no resulta deseable. En cualquier caso, por ello, habría que estar preparado para semejante eventualidad. Y la única forma de prevenirla es haberse acostumbrado a repetir con anterioridad, cuando las fuerzas y la lucidez aún se conservan plenamente, esta entrega confiada y agradecida.

En este mundo tan reacio a la dimensión espiritual, las personas mayores, aunque puedan parecer inútiles, se convertirían en un testimonio impresionante de trascendencia. Un rostro arrugado por los años y una vida gastada, henchida de esperanza e iluminada por la fe, es un regalo formidable para todos. No hay nostalgia del pasado, lo que ya entregó con gusto, con alegría lo dio. Echa la mirada hacia atrás y se goza con recordar el pasado porque, desde la cima en la que ahora se encuentra, se hace más fácil contemplar las huellas de Dios en su ínfima historia que todavía continúa.

Pero esta cercanía a Dios propicia una apertura hacia los demás, que elimina el riesgo de una actitud solitaria, egoísta, centrada en sus preocupaciones personales, como si los otros no contaran nada más que para valerse de ellos. La sabiduría que los mayores han depositado en su corazón debe manifestarse, sobre todo, en esta doble actitud.

La hora inevitable del relevo:  Una actitud solidaria y altruista

Duele aceptar la hora del relevo, cuando por detrás llegan nuevas generaciones que desean abrirse paso y se empieza a no contar con la experiencia de los mayores. Muchos proclaman y quieren convencerse a sí mismos, contra la injusticia que los otros cometen, de que aún están capacitados para cumplir con las tareas de siempre y con una preparación superior a cualquier novato.

Cuesta entenderlo, pareciera fuera un robo que se comete cuando alguien nos sustituye, sin acordarnos que eso mismo hicimos nosotros con anterioridad y sin ningún complejo de culpa, cuando también se apartaron los que nos precedían por delante.

Es curioso observar las justificaciones que se ofrecen para no perder el trabajo activo, la responsabilidad y la influencia de antes. Lo que molesta es asumir las condiciones del destino. Que el ritmo de vida trepidante, dinámico y creador no sólo ha ido disminuyendo con el paso de los años, sino que ahora lo condenan a una marginación laboral y lo relegan como algo que ya no es necesario.

Aun cuando todavía hay fuerzas y capacidad para desempeñar el mismo trabajo, hay que recordar que por detrás vienen otros, cargados de ilusiones y esperanzas que no podrán realizar, mientras no haya espacio para ellos en una sociedad donde no caben todos los trabajadores.

El sereno retiro hacia la jubilación es una actitud solidaria con aquellos que buscan un horizonte más estable y una forma de caridad evangélica. El relevo aceptado es fruto de una comprensión que a lo mejor no tienen los jóvenes con las personas de mayor edad. Pero en algo habrá de notarse la sensatez y la sabiduría de los mayores. Su abolengo, como la de los buenos vinos, se almacena en las bodegas del tiempo.

Libertad para la ayuda y el servicio:  La vida que se comparte

La vejez es una época en la que por la ausencia de otras obligaciones laborales, queda un tiempo mayor para otro tipo de actividades. Las circunstancias de cada uno podrán ser diferentes y en algunos casos, ciertos condicionantes podrían disminuir el margen de libertad. Pero la salud y la capacidad de este segmento serán durante muchos años, una fuerza y una riqueza, que no deberían perderse con el aburrimiento y el ocio estéril. Es consolador observar la ayuda formidable que muchos de estos creyentes ofrecen a ministerios de la Iglesia o en trabajos sociales. El tiempo y el corazón que ponen en tantos servicios asistenciales de toda índole. El aumento significativo de personas en esta situación exigiría también, por parte de los responsables de estas instituciones, una adecuada planificación para ofrecer a cada uno los trabajos más adecuados a su propia capacidad.

La vida que se entrega a Dios es para compartirla también con los otros. Y esta doble apertura espiritual se convertirá, incluso desde el punto de vista psicológico, en una estupenda terapia ocupacional para las personas mayores. La sensación de estar ocupadas y de que todavía prestan alguna colaboración, no sólo entretiene, sino que dinamiza y estimula para no darse por vencidos y quedar encerrados en sus propios problemas. No hay mejor regalo para la psicología del anciano que fomentarle de esta manera el sentimiento alegre de que continúa siendo útil y provechoso.

El esfuerzo social que hoy se hace para llenar los tiempos libres en las personas de tercera edad es digno de encomio. Es una forma de potenciar los valores personales, cultivar las propias aficiones, descubrir otras maneras de distraerse que no sean sólo tomar el sol, ver la televisión o jugar a las cartas, aunque tampoco esto sea condenable en su debida proporción. Pero esta alternativa humana queda suplida con creces, cuando el creyente consagra este período de su existencia a las tareas en consonancia a su propia fe. El servicio a la Iglesia, en sus diferentes modalidades, dejará más lleno el corazón que cualquier otra actividad.

El momento de la autenticidad: No existen ancianos inútiles

Podríamos decir que en la vejez se manifiesta la verdad más profunda del ser humano, lo que llevamos por dentro y habíamos escondido bajo las apariencias de una fachada exterior, que ya no se puede sostener. Las fuerzas físicas y las presiones sociales se han debilitado hasta el punto de no poder encubrir la realidad de nuestro interior. Aflora hacia afuera la autenticidad positiva o negativa que se había labrado en el curso de la propia historia. A medida que se envejece, la persona demuestra lo que es, sin las máscaras que deformaban su verdadera imagen.

Ahora que las personas mayores irán aumentando de manera significativa, como hemos dicho, sería una gracia extraordinaria que, en la misma proporción, fueran cada vez más los ancianos y ancianas que se convirtieran a Dios. Lo más opuesto a una comunidad cristiana es un pueblo de viejos que no se identifica por la fecha de su nacimiento, sino por la falta de alegría, esperanza, ilusión y solidaridad.

El viejo que se ha dejado iluminar por Dios vive con un talante distinto, porque ha descubierto, y lo transmite sin querer a su alrededor, que sólo Él vale la pena, sin que ello suponga un desprecio o rechazo de los buenos momentos, de los gozos humanos, de tantas experiencias positivas, que hicieron el camino más gustoso y llevadero. Recogiendo la palabra de 2 Corintios 5:1, también en él, en la medida que la morada terrenal se desvanece y las esperanzas humanas se quiebran, siente la experiencia interior de que Dios queda como absoluto, como lo único de veras importante.

El gran regalo de la fe, es la certeza de que en el atardecer de la vida, se ve con más fuerza la cercanía de Dios. Y esta misma presencia invita, a su vez, a una entrega generosa al servicio y preocupación por los demás. Aunque no se pueda dar mucho, pero lo más importante en estos momentos, como la ofrenda de la viuda (Lucas 21:1..4), es ofrecer, con el corazón henchido de cariño, lo poco que se tiene. Si este testimonio se multiplicara, nadie podría decir, entonces, que la vejez termina siendo una edad inútil e insensata.

Y TU... ¿QUÉ ESTAS DANDO?

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