En
un proceso natural e irreversible, el ciclo de la vida se cierra con la
ancianidad. Una etapa no deseable para muchos, porque la permanencia de la
juventud se añora. Se entabla una lucha entre juventud y ancianidad y para
significarla se dice: “Si en la juventud supieses; si en la vejez pudieses…”
Si
la juventud tuviese los conocimientos que da la vejez y si la vejez tuviera el
impulso y la energía que da la juventud, qué de cosas grandes haría el hombre
en cada una de esas etapas.
Los
mejores frutos, se alcanzan con la vejez. El salmista lo pregona; “Aun en la
vejez fructificarán; estarán siempre vigorosos y verdes.”. La sabiduría popular
se refiere a los “viejos reverdecidos”. Es decir que no están marchitos, sino
están en capacidad de ofrecer, los mejores frutos de su experiencia. Muchos son
los ejemplos de quienes, en la vejez, han producido y culminado sus obras
maestras.
Proverbios
reconoce que “la hermosura de los ancianos es su vejez” Es decir que, la vejez
dignifica a la persona humana. Y para vivirla a plenitud, hay quienes han dado
aliento de “cómo llegar a viejo y que te guste”
Los
ancianos son la custodia de la memoria colectiva, tienen la perspectiva del
pasado y del futuro en un presente que ya es eternidad y serenidad, su vida
deberá converger en relaciones intergeneracionales, poniendo a disposición de
todos, el tesoro de su tiempo, capacidad, y experiencia, para mostrar los
auténticos valores frente a las meras apariencias tan común en nuestra sociedad
actual.
Los
ancianos deben ser considerados un tesoro de la sociedad y por lo tanto, se
debe de “proteger su dignidad y su vida hasta su fin natural, proveyendo los
cuidados que mitiguen el dolor o los efectos negativos por el paso de los años.
Cabe
preguntarse: ¿Se aprovecha la riqueza de su experiencia para asesorar empresas
e instituciones o servir de guía en muchas actividades? ¿Se les brinda atención médica sin caer en la
idea de que es un favor o una limosna?, ¿Se respeta la dignidad de los
ancianos? Me temo que no.
Basta
ver como un conductor de un autobús de transporte del servicio urbano, adrede,
frena para que el anciano pierda con facilidad el equilibrio y sea el hazme
reír del propio chofer y de los pasajeros. Atentan contra su integridad física
sin importarles las consecuencias. Lo anterior lo he visto en varios países,
pareciera que es un defecto de fabrica de quienes trabajan en ese oficio.
Con
dolor leí de un Centro Médico para atender a jubilados y pensionistas, que es
un calvario, por el trato inhumano que reciben quienes requieren de esos
servicios. La nota de prensa es más elocuente aun; y este es tan sólo el
principio del infierno que deben de pasar a cambio de que sus dolencias sean
atendidas, el maltrato lo reciben desde el menor hasta el más alto empleado de
dicho centro.
Y
es que aún prevalece la idea de que el mal servicio que se da es un favor o una
limosna y que por lo tanto tienen que soportar cualquier humillación. Ese trato
duele. Refleja que no hay humanidad para el paciente. Y los funcionarios y
empleados no deben de olvidar que si tienen esa fuente de trabajo es gracias al
aporte económico que esos limosneros” aportaron en su vida activa y laboral.
Que sean humildes y tolerantes no significa que dejen de ser personas.
Me
duele que para ser atendidos tienen que madrugar a riesgo de su salud.
Los
ancianos merecemos el respeto a la persona humana. No una limosna sino un
servicio. Por esa razón me duele leer noticias como esas y saber que es cierto
lo que denuncia la nota de prensa. Me pregunto ¿Se ha perdido el humanismo en nuestras
sociedades?
Tengamos
presente que “arrieros somos… “y que con la vara que mides…”
Y
que, de aquel anciano abandonado por la familia, sin seguro social, que vemos
en las esquinas y que las calles son su aposento y que con un caminar lento,
espera prontamente el final del tiempo.
Su
cuerpo cansado luce encorvado; su cabeza, agachada y su mirada, perdida. Porque
para hoy no hay nada; solo los recuerdos de una vida pasada, cuando su imagen
adornaba el centro de un hogar, de una familia. Ahora el llanto es su imagen,
sin música, sin amor, sin calor que le acompañe, sin los hijos que lo alababan
y talvez tan solo con un perro fiel que adopto en su afán de dar amor; ahí está
solo su sombra, viviendo de la misericordia de otros.
Cada
día son más.
Delante
de estas figuras olvidadas pasamos sin practicar lo que tanto hablamos y que,
con el paso del tiempo, el mismo tiempo los ha olvidado… ¿y la misericordia?
Si
observas bien y te acercas a ellos, huelen a tristeza, a lágrimas e insomnio. Y
al terminar el día, hambriento, sediento y temblando de frío, con su cuerpo
débil sobre un andén húmedo se ha recostado y atrapado en el frío o la lluvia, con
el llanto, la tristeza, la soledad y la angustia; sus ojos para siempre han
cerrado.
Ninguna
lágrima por ellos se ha derramado y en su sepulcro, ninguna flor se ha
colocado, porque al final del ocaso, de él nadie se ha recordado.
En
su tiempo su familia lo ponderaba, le decían amarlo… pero ahora ahí a quedado,
bien decía Jesús: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de
mí.”
Y
si tú tienes ancianos en tu familia… ¿Qué haces por ellos?
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