viernes, 4 de enero de 2019

Si La Edad No Nos Hace Ancianos, ¿Qué Lo Hace?


Génesis 6:3 RV "Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; más serán sus días ciento veinte años"  

Podríamos hablar de tipos de edades o atributos, pero para nuestro tema son relevantes dos de ellas: la edad psicológica y la edad social.

La edad psicológica hace referencia a las propias actitudes y creencias. Si una persona se considera anciana se comportará como tal, limitando sus deseos e intereses. No se trata de sentirse siempre jóvenes y actuar ellos, sino de evitar asociar la vejez a una etapa carente de oportunidades y sentido. Adaptarse a los cambios que conlleva el envejecimiento es clave para el bienestar emocional.

La edad social remite a las relaciones interpersonales. Somos seres sociales y necesitamos el contacto con iguales. La vejez en soledad acarrea graves riesgos, pues es la antesala del aislamiento y la enfermedad. Envejecer en compañía es garantía de una óptima edad social. Participar en actividades de grupo y compartir aficiones, gustos y preferencias con otras personas es un rasgo distintivo del envejecimiento activo.

No todas las personas envejecen a la misma velocidad. Las arrugas y los achaques, por molestos que resulten, no son sinónimos de ancianidad. La condición de anciano o anciana, se asocia generalmente con la dependencia extrema, que entraña la necesidad de ayuda en las actividades cotidianas, por sencillas que sean.

La edad no nos hace ancianos; al menos, si logramos retrasar sus efectos más negativos. La entrada en la ancianidad y con ella en una completa dependencia física y mental, nunca antes había sido tan relativa e imprecisa. ¡Celebremos los años cumplidos!

Los riesgos del envejecimiento parecen inquietarnos. La vejez es una etapa asociada comúnmente con deterioro, pasividad y dependencia. ¿Pero es realmente cierta esa suposición o se trata de uno de los abundantes estereotipos que rodean ese proceso?

Sin duda alguna, cada vez vivimos más años, pero calificar esta circunstancia como grave amenaza para la sociedad es más que cuestionable. Desde ámbitos con intereses muy diversos, especialmente los económicos, financieros y materialistas, se nos advierte de los supuestos peligros de la actual evolución demográfica. Se resaltan los pesados costes de soportar a la población envejecida.

Considerar negativo el hecho de que la mayor parte de la población alcance los 60 años o más resulta ciertamente incongruente. La mayor esperanza de vida no es sino el resultado de las mejoras socioculturales, económicas y sanitarias producidas a partir del siglo XIX. ¿Deberíamos renunciar a los beneficios logrados? Por fortuna, investigaciones académicas rigurosas ponen de manifiesto lo equivocado de los anteriores enfoques. En realidad, el uso correcto de los datos invalida los pronósticos interesados sobre los riesgos del envejecimiento.

Riesgos del envejecimiento generalmente generan una imagen distorsionada. Paloma Navas, doctora en Salud Pública por la Universidad Johns Hopkins, en USA, nos previene sobre los riesgos del envejecimiento. Sin embargo, se trata de un tipo de senectud muy especial, que ella denomina de forma inteligente “envejecimiento imaginario “.

¿Y qué es el envejecimiento imaginario?

Pues nada más y nada menos, el conjunto de creencias erróneas sobre la vejez que cada persona asume como inequívocas. Estas creencias se adquieren en la infancia más temprana y se alimentan a lo largo de la vida. Afectan, además, tanto a los mayores como a los propios profesionales sanitarios que trabajan con ellos. Cambiar las actitudes negativas hacia la vejez modifica su trayectoria. No existe una fecha de caducidad en la que se pueda tirar la toalla, afirma, tajante, la doctora. El contenido de la charla es excelente; su ponente, una gran comunicadora que nos invita a construir una sociedad para todas las edades. Una sociedad en la que quepamos todos, sin lugar para estereotipos discriminatorios en razón de la edad.

“Todos los viejos son iguales” es una expresión despectiva que pretende atribuir a todas las personas mayores características negativas comunes. Desde esta visión, la decrepitud, la rigidez mental o el mal humor se consideran menoscabos inherentes a la edad avanzada. Pero esta es una imagen equivocada de la vejez, que forma parte de los muchos prejuicios que suelen acompañarla. Achacar un conjunto de rasgos a un grupo de edad es un estereotipo social muy generalizado. Ya en la antigua Roma, el filósofo Cicerón señalaba lo erróneo de este supuesto en su obra De Senectute.

Los niños, jóvenes o adultos no son iguales entre sí. Tampoco lo son las personas mayores; entre estas, incluso, predomina más la variabilidad que en ningún otro grupo de edad. En primer lugar, debido a los dilatados márgenes de la vejez, que abarcan desde los 60 hasta los 90, 100 y más años; además, porque cada historia biográfica es fruto de una larga trayectoria vital que esconde experiencias concretas. Mas allá de ciertos aspectos generacionales, existen enormes diferencias interpersonales entre quienes han llegado a la vejez.

No; no todos los viejos son iguales

El lugar de nacimiento, el contexto familiar, la educación y formación recibida, la ocupación laboral y por supuesto, el status socioeconómico alcanzado son factores que determinan la experiencia vital del individuo. Por esta razón, las generalizaciones acerca de la vejez y las personas mayores son injustas y engañosas. No deben aplicarse a un grupo heterogéneo características que solo corresponden a algunos de sus miembros. El envejecimiento humano no es un proceso uniforme y en su evolución intervienen factores complejos; entre otros, el modo de afrontar las transformaciones originadas por el paso del tiempo.

Los expertos en Gerontología aseguran que se envejece tal como se ha vivido. El descontento, la insatisfacción o la falta de intereses vitales no dependen del número de años cumplidos; por el contrario, obedecen a la ausencia de motivos para seguir activos. “Todos los viejos son iguales” es una frase alejada de la realidad. Es necesario abandonar los prejuicios sin fundamento que se proyectan sobre la vejez; en ocasiones, sus consecuencias negativas afectan incluso a las propias personas mayores.



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