viernes, 30 de noviembre de 2018

Abuelos Contra Marcianos


Hoy les traigo un simpático cuento para aprender a tolerar los fallos de los abuelos recordando que ellos también fueron jóvenes y audaces, y merecen nuestra admiración.

La humanidad se jugaba su futuro en un gran partido de fútbol. Era la última oportunidad que nos habían dado los marcianos antes de exterminarnos. Solo unos pocos equipos formados por los mejores jugadores de los mejores clubs del mundo se ofrecieron a salvarnos. Bueno, esos y un equipo de abuelos, tan viejecitos y despistados que ni ellos mismos sabían cómo habían acabado apuntados en la lista. Y como suele pasar con estas cosas, fue el equipo que salió elegido en el sorteo.

De nada sirvieron las quejas de los gobernantes, las manifestaciones por todo el mundo o las amenazas. Los marcianos fueron tajantes: el sorteo fue justo, los abuelos jugarían el partido y su única ventaja sería poder elegir dónde y cuándo.

Todos odiaban a aquellos abuelos viejos, despistados, entrometidos y nadie quiso prepararlos ni entrenar con ellos. Solo sus nietos disculpaban su error y los seguían queriendo y acompañando, así que su único entrenamiento consistió en reunirse en grupo con ellos para escuchar una y otra vez sus viejas historias y aventuras. Después de todo, aquellas historias les encantaban a los chicos, aunque les parecía imposible que fueran verdad viendo lo arrugados y débiles que estaban sus abuelos.

Solo cuando los marcianos vinieron a acordar el sitio y el lugar, el pequeño Pablo, el nieto de uno de ellos, tuvo una idea:

- Jugaremos en Maracaná. Mi abuelo siempre habla de ese estadio. Y lo haremos en 1960.

- ¿En 1960? ¡Pero eso fue hace más de 50 años! - replicaron los marcianos.

- ¿Vais a invadir la tierra y no tenéis máquinas del tiempo?

- ¡Claro que las tenemos! - dijeron ofendidos. - Mañana mismo haremos el viaje en el tiempo y se jugará el partido. Y todos podrán verlo por televisión.

Al día siguiente se reunieron los equipos en Maracaná. A la máquina del tiempo subieron los fuertes y poderosos marcianos y un grupito de torpes ancianos. Pero según pasaban los años hacia atrás, los marcianos se hacían pequeños y débiles, volviéndose niños, mientras a los abuelos les crecía el pelo, perdían las arrugas, y se volvían jóvenes y fuertes. Ahora sí se les veía totalmente capaces de hacer todas las hazañas que contaban a sus nietos en sus historias de abuelitos.

Por supuesto, aquellos abuelos sabios con sus antiguos y fuertes cuerpos dieron una gran exhibición y aplastaron al grupo de niños marcianos sin dificultad, entre los aplausos y vítores del público. Cuando volvieron al presente, recuperaron su aspecto arrugado, despistado y torpe, pero nadie se burló de ellos, ni los llamó viejos. En vez de eso los trataron como auténticos héroes. Y muchos se juntaban cada día para escuchar sus historias porque todos, hasta los más burlones, sabían que incluso el viejecito más arrugado había sido capaz de las mejores hazañas.



Victor Català (*) escribía en 1869: “El viejo es el mejor ornamento del hogar del joven porque aporta al hogar todos los tesoros de la juventud pasados por el crisol, purificados de máculas y de escoria, convertidos al fuego lento, a fuerza de hervores clarificadores, en riquísimo y apreciado oro de copela”. Quizás entonces los mayores, como parece que prefieren hoy ser llamados, no eran tan mayores ni padecían tantos deterioros cognitivos como hoy. Pero, en todo caso, como toda persona, hay que reconocer que, se encuentren como se encuentren, los mayores son un bien social. Así lo decía el filósofo chino Lao Tse: “Un hombre, por acabado que parezca, sigue siendo necesario mientras viva”.

Aún a riesgo de ser muy parciales en la propuesta, presentemos algunas indicaciones para la relación, el cuidado y la ayuda de nuestros mayores. 

Darles espacio y aprender de ellos. Aprender incluso de su silencio, de su pasividad, del caos mental en que el deterioro les hace encontrarse a veces. Nos pueden ayudar a valorar lo realmente importante. No caer en la trampa de la teoría de la “tasa de actividad”, según la cual parece que tanto mejor estarán cuantas más cosas hagan, cuantas más actividades tengan, sin valorar de manera personalizada los efectos benéficos o perturbadores para el mayor.

Como enseña el mejor de los libros La Biblia, hay un tiempo para todo, también para hacer pocas cosas o para no participar, incluso en momentos que a los más jóvenes nos pueden parecer importantes, significativos o “mágicos”.

Piénsese en algunas festividades sociales en las que algunos mayores prefieren no participar debido al estado en que se encuentran.  Hemos de aceptar sus límites y no hacerles responsables ni reprocharles por tenerlos. A veces nos avergonzamos ante los demás de los límites de nuestros mayores y les intentamos excluir de ciertas relaciones por una estúpida moda de gustar siempre, a todos y poniendo “maquillaje” a la humanidad.

Es frecuente reprocharlos por no oír bien, por no acordarse de algo, en lugar de repetir o aclarar de acuerdo a sus posibilidades de comprensión.

Comprender el significado de la vejez. Ser viejo es también ser memoria de la muerte y de las pérdidas, y tomar conciencia de ello puede hacer convertirles en un tesoro que nos humanice y nos sitúe en la verdad de la vida o en inmundicia que hay que ir desechando.

Ellos nos pueden recordar que lo valioso a veces está en el pasado y que en lo viejo también hay valores. Hay que recordar que los viejos necesitan poco, pero lo poco que necesitan lo necesitan mucho. Y una necesidad imperiosa es la de ser escuchados. En lo que cuentan hay sabiduría. Permitir que el otro se narre es darle oportunidad para ir escribiendo el último capítulo y poder firmar el acta de la propia vida.

Es frecuente que el mayor vuelva al pasado y cuente muchas veces la misma historia. Si no hay deterioro cognitivo, probablemente está satisfaciendo así la necesidad de ser reconocido. En medio de la crisis posible de identidad, de autonomía o de pertenencia, puede que necesite afirmarse y para ello, lo que más tiene es pasado y a él se recurre para presentarse. Escuchar la misma historia repetidas veces es distinto de oírla, porque el mensaje es siempre actual.

Como consecuencia de esto, deviene la serenidad y la disponibilidad. Esta actitud distinta frente a la vida es, en sentido etimológico y literal, estética y consiste en ver vivir, y en poseer una sabiduría de la vida, que es a la vez recapitulación y desecho, repaso y reposo, y encarnación de la memoria colectiva de la sociedad.

Ayudar a vivir en esta sociedad es cosa de todos.

(*) Víctor Català, fue una escritora española en catalán. Su nombre Caterina Albert i Paradís. Era hija de una importante familia de propietarios rurales y su padre espoleó sus aficiones artísticas, de forma que muy joven (14 años) comenzó a pintar y a escribir.

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