viernes, 5 de octubre de 2018

Mantengámonos Con Esperanza Como Simeón (Parte 2 de 2)


Simeón es modelo para los ancianos cuando ven desgracias y problemas en sus vidas. Es muy fácil caer en el desánimo y en la desesperanza. Es muy frecuente en las personas ancianas dar un diagnóstico correcto de los males del mundo, pero ese diagnóstico de desgracias sería incompleto si olvidasen que Dios sigue siendo Omnipotente, que la Salvación ha sido objetivamente realizada y que se está aplicando en el mundo.

Es falso ver las sombras sin destacar la presencia de las luces. Es tentador recrearse en los peligros de una sociedad que se desmorona, el crítico negativo pierde fuerzas, pues carece de optimismo; se da en él una morbosidad al recrearse en lo negativo. El optimismo sólo puede salir de una auténtica esperanza en Dios. El pesimista crea a su alrededor como un desierto amargo. El optimista reza confiando en la sabiduría de Dios.

La esperanza de Simeón fue más difícil que la de otros cristianos. Nosotros ya sabemos que Cristo ha venido, que ha vencido a la muerte al pecado y al diablo. Sabemos que Cristo ha resucitado. Simeón no había visto estas grandes realidades sólo las esperaba, por ello tiene más mérito.

Aquello le costó, pues la esperanza tiene pruebas como la impaciencia, que en el fondo es orgullo. El que desespera o lo ve todo negro, en el fondo no confía en Dios. Cuando hay poca esperanza es fácil olvidar que Dios hace o permite las cosas del modo más conveniente a los hombres. El que pierde la esperanza es porque tiene poca fe.

La esperanza hace que el alma se llene de certeza y de seguridad. Pero no es una certeza basada en las fuerzas humanas, sino en el poder de Dios. La seguridad empuja a metas cada vez más altas. La esperanza da alas, dilata el corazón y da fuerzas para emprender empresas grandes, la esperanza es virtud juvenil. Pero, sobre todo, la esperanza se apoya en la bondad y la omnipotencia de Dios; Dios no llega nunca tarde en ayuda de sus amigos y amigo de Dios es todo el que acude a Él. Si no le dejas, Él no te dejará. Por esa razón es que conviene tener a raya los desalientos y desánimos.

La esperanza hace al hombre atrevido en sus empresas. Un desanimado jamás emprenderá nada, ni sobrenatural ni humano. A Dios le agrada la esperanza ilimitada en Él y cuanta más confianza ve en el hombre más le ayuda, cuanto más espera el alma más alcanza.

El hombre esperanzado es dócil. Se deja conducir por Dios en las circunstancias más diversas, confía más en Dios que en sí mismo. El desesperado es duro y orgulloso, sólo cuentan su juicio y sus fuerzas y claro, puede poco. El desanimado es débil pues el alma ha perdido las alas que le permitirían volar; ha cambiado las alas de águila por otras de gallina y en lugar de vuelos de altura se conforma con saltos de corral.

La docilidad de Simeón permite que el Espíritu Santo hable por su boca anunciado al Mesías como luz que ilumina a los gentiles. Después dirá a María: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.

Simeón puso lo más cerca de su corazón al niño Jesús, quizá para que él sienta el palpitar de su corazón y proclamó “Ahora despides a tu siervo en paz”. Simeón estaba hablando de su muerte y lo compara como una partida.

El alma sosegada parte del cuerpo, sólo cuando el alma ha encontrado perdón de pecados con Jesucristo, siendo esa partida en paz. De otra manera, esa partida significa comenzar a recibir castigo en fuego por la eternidad.

Sí, amigo lector, el privilegio de partir de este mundo en paz es exclusivo de los que conocemos a Jesucristo como nuestro Salvador. Los creyentes sabemos que tan pronto como salgamos de nuestro cuerpo estaremos inmediatamente con el Señor.

Luego Simeón hace referencia a que lo que estaban viendo sus ojos era el cumplimiento de lo que Dios le había prometido con anterioridad por medio de los profetas. Simeón podía contemplar con sus ojos la salvación. Simeón no estaba viendo una religión o un rito o cualquier otra cosa, Simeón estaba viendo a una persona, porque sólo en la persona de Cristo puede haber salvación, porque Él es Salvación.

Amiga, amigo, joven, anciano lector, si usted está pensando que hay otra manera de salvación aparte de Cristo, está equivocado. Lo que Simeón vio es a la persona de Jesucristo y dijo: “Él es la salvación”. Esa salvación fue en presencia de todos los pueblos. Esto implica que Jesucristo es la salvación para los gentiles, los que no somos judíos, como también para los judíos, el pueblo de Israel. Es interesante notar que Jesús es la luz para revelación a los gentiles, los gentiles estábamos en oscuridad, hasta que vino Cristo. Él es la luz que nos guía al Padre.

Escuchemos estas palabras proféticas dichas por el Espíritu Santo a través de Simeón como un aviso para ser sinceros delante de Dios y para que la fe, la esperanza y la caridad formen el entramado de nuestra vida espiritual.

Los que ya estamos viejos, los que están por empezar a ser viejos y los que terminaran siendo viejos que ahora están jóvenes, tenemos un llamado a la fe para cuando afrontamos o afrontemos los años postreros.

No podemos darnos el lujo para descansar, aun siendo viejos, nuestros pueblos, nuestros hermanos nos necesitan, demos cada uno de lo mas intimo de nuestro ser un aporte constante de para el desarrollo de nuestra y las futuras generaciones, trabajemos y trabajemos cada uno según sus fuerzas pero con fe y al final en una relación íntima y única de seguro veremos a Jesús, veremos la salvación y entonces podremos decir: “ya puedes despedir a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos tu salvación” y entonces, solo entonces, tenga la seguridad, que nuestra alma partirá en paz, a gozar de su recompensa.

(*) Verdad Moral: Conformidad de la palabra con el pensamiento. Es el perfecto acuerdo, la exacta correspondencia entre mis palabras, gestos o acciones, que expresan mi pensar, y lo que en realidad pienso.


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