viernes, 24 de julio de 2015

Tercera Edad Y Matrimonio


A Silvia, mi esposa... "Y un día decidimos caminar juntos por la vida, los dos tomados de la mano creyendo en la palabra bíblica de que si alguno tropezara y cayera, el otro con amor lo levantara. De aquel día a la fecha, ya los años han pasado y nos hacemos viejos, mas ahora a igual que aquel día quiero estar a tu lado con la misma sencillez que hemos llevado todos estos años... ¿Donde quieres estar?, te ofrezco la banca de un parque, tal vez un café en la plaza, te ofrezco seguir envejeciendo juntos, ya vimos nuestras hijas crecer, hoy cuidamos de nietos, ahora que importan las tormentas que vengan si juntos ya aprendimos a vivir"

Se que a igual que yo, muchos de los que leerán este articulo, han vivido muchos años con su pareja y los habrán vivido hasta mejor que yo, pero creo que en esta materia cada quien hace diamantes de acuerdo al carbón que le toca... mientras también se que otros con el carbón que les toco echaron sus diamantes por la borda.

Pero... y qué cuando toca vivir de primera mano el dolor desgarrador y decisiones trágicas por una enfermedad crónica que puede infligir a un matrimonio en su vejez.

El matrimonio es una de las relaciones más queridas e importantes en cualquier sociedad. Sin embargo, cuando la enfermedad es crónica e irreversible, obliga a la gente a examinar justo lo deberes y obligaciones en la relación.

Cuando somos cristianos debemos dar un paso más. Debemos traer ideas de la Escritura y la tradición cristiana para combinar con la reflexión ética para determinar, si es posible, lo que el matrimonio requiere en términos de cuidado.

En primer lugar, hay que reconocer que las mujeres son más afectadas de la prestación de cuidados más que los hombres. Esto se debe en parte a factores biológicos y en parte a las presiones culturales. Biológicamente, las mujeres simplemente viven más que los hombres. En 1996, había 120 mujeres por cada 100 hombres, con edades entre 65-69 años. Para las personas de 85 años o más, la relación se vuelve aún más pronunciado, con 257 mujeres por cada 100 hombres.

También hay influencias culturales y sociales que ayudan a perpetuar a las mujeres como los cuidadores primarios. Y, cuando los hombres asumen el papel de cuidadores, son más propensos a asumir tareas como reparaciones en el hogar y la jardinería. Tales roles dejan claro que se necesita un análisis ético del matrimonio para dar mayor concentración a las responsabilidades conyugales en el cuidado de ancianos cónyuges.

Hablaremos de dos modelos básicos de matrimonio que existen en la sociedad contemporánea:
* El primero vamos a llamarlo el modelo "relacional" del matrimonio. Aquí, el énfasis está en la relación personal formada en el matrimonio en la que como la relación va, así va el matrimonio. Es poco probable o imposible que esta relación tenga mucha experiencia en la relación en caso de enfermedad u otra causa de mala salud, por ello al enfrentarse a estas, es seguro que el propio matrimonio se debilite como consecuencia de ello. Claramente, esta tensión en la relación no captura la esencia de cuerpo completo del matrimonio que se nos da en la Escritura. La Biblia llama constantemente para un mayor nivel de compromiso conyugal, insistente en el ágape (amor desinteresado, incondicional) como la norma civil.
* El segundo modelo podría ser etiquetado el modelo de "compromiso" del matrimonio. Aquí, el tema es el compromiso con el cónyuge, ese compromiso que supera cualquier noción del matrimonio como pura y exclusivamente un apego romántico. En este modelo de "compromiso", el matrimonio podría ser pensado como una unión espiritual, en el que dos personas se unen literalmente y se crea una nueva entidad." En esta nueva entidad, el compromiso no es una teoría del mismo, sino que conlleva lo mas profundo del amor espiritual de cada persona en particular. Claramente, este modelo tiene afinidades estrechas y significativas a la concepción cristiana del matrimonio. Entonces, ¿qué nos puede decir acerca de los deberes y los límites de la atención?

Seguramente los cónyuges tienen una expectativa razonable de recibir atención por parte de su pareja en su vejez. El matrimonio es un pacto voluntario ante Dios, entre un hombre y una mujer, que pone ciertas obligaciones a cada uno que en muchas ocasiones se han de llenar con cuotas de sacrificio que van más allá de la mera obligación, mejorando incluso el ir más allá del mero deber de determinar el grado en que uno va a ir a cuidar a al otro. Ya aquí, el amor "no busca su propia satisfacción", busca los mejores medios posibles para apreciar, estimar y atender a la persona amada.


En el matrimonio de edad avanzada también se valora el compañerismo y la expresión abierta de los sentimientos, como también el respeto y los intereses comunes. Existe una aparente y real nueva libertad en cuanto es posible apartarse de los roles de la crianza de los hijos y se puede disfrutar de modo creciente de la compañía del otro. Además, la capacidad de las personas cristianas casadas para manejar los altibajos de la edad adulta con relativa serenidad, cuando nos apoyamos en la palabra de Dios y el amor ágape, puede resultar de mutuo apoyo. Esto refleja tres beneficios importantes del matrimonio: intimidad, interdependencia (compartir tareas y recursos) y sentido de la pareja de pertenecer uno al otro.

El éxito de un matrimonio en la tercera edad puede depender de la capacidad de la pareja para adaptarse a los cambios de personalidad de la edad, los cuales con frecuencia llevan a hombres y mujeres en direcciones opuestas. Los matrimonios de edad avanzada por lo general se ponen a prueba por las dolencias de salud de uno de los cónyuges. Las personas que deben cuidar de su pareja incapacitada pueden sentirse aisladas, enojadas y frustradas, sobre todo cuando ellos mismos tienen precaria salud. Cuidar a un cónyuge que padece una enfermedad crónica incapacitante, que exige de manera especial, puede dar como resultado un sentido de pérdida. Tanto la personalidad como el desempeño externo influyen en la manera como los responsables del cuidado pueden adaptarse a las exigencias que se les presentan. Aquí es fundamental entender que a pesar de esto es necesario no perder la identidad y actividades propias, dedicar tiempo a uno mismo y distribuir tareas:
* El matrimonio es para amar. Y amar es una decisión, no un sentimiento. Amar es donación. La medida del amor es la capacidad de sacrificio. La medida del amor es amar sin medida. Quien no sabe morir, no sabe amar. No olvides: amar ya es recompensa en sí. Amar es buscar el bien del otro: cuanto más grande el bien, mayor el amor. Amar es 1 Corintios 13.
* El amor verdadero no caduca. Se mantiene fresco y dura hasta la muerte, a pesar de que toda convivencia a la larga traiga problemas. Los matrimonios son como los jarrones de museo: entre más años y heridas tengan, más valen, siempre y cuando permanezcan íntegros. Soportar las heridas y la lima del tiempo y mantenerse en una sola pieza es lo que más valor les da.
* Toda fidelidad matrimonial debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. La fidelidad es constancia. En la vida hay que elegir entre lo fácil o lo correcto. Es fácil ser coherente algunos días. Correcto ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de alegría, correcto serlo en la hora de la tribulación. La coherencia que dura a lo largo de toda la vida se llama fidelidad. Correcto es amar en la dificultad porque es cuando más lo necesitan.
* El verdadero amor busca en el otro no algo para disfrutar, sino alguien a quien hacer feliz. La felicidad de tu pareja debe ser tu propia felicidad. No te casas para ser feliz. Te casas para hacer feliz a tu pareja.
* El matrimonio, no es "martirmonio." De ti depende que la vida conyugal no sea como una fortaleza sitiada, en la que, según el dicho, "los que están fuera, desearían entrar, pero los que están dentro, quisieran salir".
* El amor matrimonial es como una fogata, se apaga si no la alimentas. Cada recuerdo es un alimento del amor. Piensa mucho y bien de tu pareja. Fíjate en sus virtudes y perdona sus defectos.


1 comentario:

  1. muy Bonita reflexión solo que difiero un poco donde dices que .no te casas para ser feliz si no para hacer feliz a tu pareja.creo que el cristiano se casa no para hacer feliz a su pareja sino porque ya es feliz teniendo a cristo consigo.cuando dos almas se juntan sie do hijos de Dios.ya son felices por ser los Diis los bendiga

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