viernes, 7 de junio de 2013

En La Atención Al Anciano: Espiritualidad Y Religión (Parte 2)


Los ancianos tienen necesidades espirituales distintas que pueden coincidir  con alguno de ellos, pero no son las mismas que las necesidades psicológicas. Determinar sus necesidades espirituales puede ayudar a movilizar los recursos necesarios (por ejemplo, consejería espiritual o grupos de apoyo, la participación en actividades religiosas, los contactos sociales de los miembros de una comunidad religiosa).

En la anamnesis, como parte de la historia clínica del anciano, es recomendable levantar una historia espiritual, esto muestra a ellos que quienes los atienden, están dispuestos a hablar de temas espirituales. Se les puede preguntar si sus creencias religiosas son una parte importante de su vida, cómo estas creencias influyen en la forma en que cuidan de sí mismos, ya que son parte de una comunidad religiosa o espiritual y cómo les gustaría ser atendidos para manejar sus necesidades espirituales.

Otra manera de poder saber cuan importante es para el anciano su religión, es preguntándole si los recursos religiosos y espirituales son mucha ayuda a sus necesidades. Si la respuesta es no, bueno es ahondar en saber cuales son sus barreras más sensibles (por ejemplo, problemas de transporte, problemas de audición, la falta de recursos financieros, depresión, falta de motivación, conflictos no resueltos). Bajo ninguna circunstancia, el que atiende a un anciano lo debe obligar a determinadas creencias u opiniones religiosas o interferir si los ancianos no quieren ayuda.

Muchas autoridades clericales (llámense Pastores, curas u otros) prestan servicios de asesoramiento a las personas mayores en el hogar, en los asilos y en el hospital, a menudo de forma gratuita. Muchos pacientes ancianos prefieren tal asesoramiento a la de un profesional de la salud mental, ya que están más satisfechos con los resultados y porque creen que el asesoramiento no tiene la marca o señal (a veces los consideran locos) que la atención de salud mental hace, ante los ojos de los que les rodean.

Sin embargo, muchos miembros del clero no tienen una amplia formación en consejería de salud mental y no pueden reconocer cuando los pacientes ancianos necesitan atención profesional de salud mental.

Por el contrario, muchos clérigos instalados en hospitales tienen una amplia formación en las necesidades mentales, sociales y espirituales de las personas mayores. Por lo tanto, incluso clérigos del hospital como parte del equipo de atención de la salud puede ser provechoso, cuando el trato con un anciano lo demande.

A menudo pueden reducir la brecha entre la atención hospitalaria, la atención en la comunidad y/o en el hogar, mediante la comunicación con el clero de la comunidad. Por ejemplo, cuando una persona de la tercera edad es dada de alta en el hospital, la autoridad clerical del hospital si la hay, o en su defecto el mismo medico, una enfermera y a veces hasta del personal de servicio, pueden llamar al clérigo del paciente, para que los ministerios de apoyo en la comunidad religiosa del paciente puedan ser movilizados para ayudar en la convalecencia del paciente (por ejemplo, mediante la prestación de servicios de limpieza, comidas o transporte, visitando el paciente o cuidador).

Sea cual sea el tipo de cuidador de los ancianos o las instituciones para esta labor, deben apoyar la participación religiosa del paciente, siempre y cuando no interfiera con la atención de sus necesidades vitales necesarias, porque dicha participación puede contribuir al mantenimiento de la buena salud. Las personas que participan activamente en los grupos religiosos, particularmente los de las principales tradiciones religiosas, tienden a ser más saludables.

Algunas personas que les gusta atender ancianos, oran con los pacientes, leen escrituras religiosas, o se aseguran que los pacientes tienen los materiales religiosos (por ejemplo, las escrituras con letra grande, cintas de audio religiosos) que desean. Sin embargo, hay que tener muchísimo cuidado de estar haciendo cosas en la que el anciano se sienta obligado a hacer algo que viola sus propias creencias.


Los que atienden ancianos pueden sugerir que ellos consideren participar de las actividades religiosas siempre y cuando, los ancianos se muestren receptivos y puedan beneficiarse de este tipo de actividades, tal como los el proporcionar una relación social, reducir la soledad y el aislamiento del anciano; aumentar el sentido de pertenencia, de ser útil y de propiciar una vida con propósito.

Estas actividades también pueden ayudar a la atención de ancianos en actividades positivas y no solo en sus propios problemas. Sin embargo, algunas actividades son apropiadas sólo para los ancianos más religiosos.

Si los ancianos no están ya involucrados en actividades religiosas, lo que sugiere este tipo de actividades requiere sensibilidad. Los ancianos pueden buscar o demandar una atención por motivos relacionados exclusivamente con la salud y no necesariamente los religiosos.

Ya para concluir, debemos apuntar que la Iglesia es, de hecho, el lugar donde las distintas generaciones están llamadas a compartir el proyecto de amor de Dios en una relación de intercambio mutuo de los dones que cada cual posee por la gracia del Espíritu Santo.

Un intercambio en el que los ancianos transmiten valores religiosos y morales que representan un rico patrimonio espiritual para la vida de las comunidades cristianas, de las familias y del mundo.

La práctica religiosa ocupa un lugar destacado en la vida de las personas ancianas. La tercera edad parece favorecer una apertura especial a la trascendencia. Lo confirman, entre otras cosas, su participación, en gran número, en las iglesias; el cambio decisivo en muchos ancianos que se acercan de nuevo a la Iglesia después de años de alejamiento, y el espacio importante que se da a la oración: ésta representa una aportación invaluable al capital espiritual de oraciones y sacrificios del cual la Iglesia se beneficia abundantemente y que ha de revalorarse en las comunidades eclesiásticas y en las familias.

Vivida en forma sencilla, pero no por esto menos profunda, la religiosidad de las personas ancianas, hombres y mujeres, determinada también por la mayor o menor intensidad que ha tenido su modo de vivir la fe en las etapas anteriores de la vida, se presenta en formas bastante diversificadas.

A veces lleva las connotaciones de un cierto fatalismo: en tal caso, el sufrimiento, las limitaciones, las enfermedades, las pérdidas vinculadas con esta fase de la vida se consideran como un signo de Dios, no benévolo, sino como un castigo. La comunidad eclesial o pastoral tiene la responsabilidad de purificar ese fatalismo, haciendo evolucionar la religiosidad del anciano y dando una perspectiva de esperanza a su fe.

En esta tarea, la tertulia por medio de largos momentos de platica, tiene el papel fundamental de disolver la imagen de un Dios implacable, llevando al anciano a descubrir el Dios del amor.

El conocimiento de la Escritura, la profundización de los contenidos de nuestra fe, la meditación sobre la muerte y resurrección de Cristo, ayudarán al anciano a superar una concepción retributiva de su relación con Dios, que nada tiene que ver con su amor de Padre.

Al participar en la oración y vida de la comunidad cristiana y compartir su vida, el anciano comprenderá cada vez más que el Señor no permanece impasible ante el dolor del hombre ni ante el peso de su propia vida.

Es deber de la Iglesia anunciar a los ancianos la buena noticia de Jesús que se revela a ellos como se reveló a Simeón y a Ana, los anima con su presencia y los hace gozar interiormente por el cumplimiento de las esperanzas y promesas que ellos han sabido mantener vivas en sus corazones (Lucas 2:25..38).

Es deber de la Iglesia y de los que nos preciamos de ser miembros de ella, ofrecer a los ancianos la posibilidad de encontrarse con Cristo.

Y aun cuando este trabajo esta bastante abandonado, nunca es tarde para empezar, máxime si consideramos que de Dios, cada día, nuevas son sus misericordias.



No hay comentarios:

Publicar un comentario