viernes, 8 de junio de 2012

Nuestra Hermosura Es Nuestra Vejez


Nos ha tocado vivir en un mundo y un tiempo en que el ser humano pasa obsesionado por mantener las apariencias. Es normal querer vernos lo mejor posible, pero este deseo ha llegado a un extremo en el mundo moderno.

Por un lado, los ejemplos de belleza que nos da nuestra cultura son perfectos o mejor dicho son artificialmente perfectos. Por el otro lado, las personas comunes y corrientes que vemos cada día están tratando más y más de acercarse a un modelo de belleza que es imposible de alcanzar. Un indicador de esto es así, es el número creciente de personas que se someten cada año a la cirugía plástica. Y la cirugía plástica, que antes era principalmente dominio de las mujeres, ahora está viendo creciendo con el  número de hombres. Parece que todos anhelan acercarse a ese modelo de la perfección, vendido dentro de los estándares comerciales.

Por supuesto, la cirugía plástica no es mala en sí. En casos de deformaciones grandes, puede ser parte de la misericordia de Dios. Pero es interesante ver cómo muchas personas pretenden tener un exterior perfecto y  como se lucha en contra del designio de Dios que es el envejecimiento como parte de nuestro ciclo vital.

¿Por qué será tan importante para ellos verse bien? ¿Será que están tratando de ocultar alguna imperfección interior?

Quizás, detrás de las caras perfectamente maquilladas y los cuerpos esbeltos de nuestra sociedad, hay una multitud de almas deformes. Quizás existen, aun en este lugar, corazones quebrantados y destruidos por el pecado. La realidad es que ningún cirujano plástico puede quitar la deformidad del alma.

La verdad de las técnicas modernas para darle una nueva apariencia a cada rostro o cada cuerpo, es que inconscientemente no queremos llegar a la  edad cuando la piel comience a mostrar sus líneas de expresión; término conocido en el calo popular como arrugas. De modo, pues, que la gente trata de revertir el proceso  de envejecimiento.

La piel es el órgano más grande del cuerpo. Se encarga de proteger al resto de los órganos de la entrada de sustancias nocivas en el cuerpo, hidrata el interior y ayuda a eliminar excesos de agua, toxinas y grasas.

Con el paso de los años, la piel se hace menos elástica. A medida que pasa el tiempo, se reduce la producción natural de grasa que protege e hidrata la piel. Como consecuencia de esto, la piel se ve más seca, deshidratada y es más propensa a tener arrugas y marcar las líneas de expresión.

Las arrugas en la piel son parte natural del envejecimiento de una persona. A medida que nos hacemos mayores, la piel sufre cambios: se torna más delgada, menos elástica y más seca. Como resultado de esto, las arrugas y las líneas de expresión aparecen y se empiezan a marcar en la cara, convirtiéndose en signos visibles del paso del tiempo.

Así, muchos de los que van descubriendo flacidez en su piel comienzan a hacerse cirugías plásticas faciales, mientras que otros optan por el método de ponerse inyecciones con el fin de mantener la frescura de la juventud.

Pero la verdad no puede ser ocultada. La batalla por conservar nuestra apariencia juvenil está perdida. El proceso de desgaste de nuestro cuerpo nos  revela que hay tres etapas para cada vida: la niñez, la juventud y la vejez. De manera que en lugar de perder el tiempo y el dinero en lo inevitable, deberíamos dedicarnos a cultivar aquellas cualidades internas que son las que si permanecen y las que mejor hablan de nuestro rostro interno. Alguien apunta: "El tiempo puede arrugar la piel, pero la preocupación, el odio y la pérdida de ideales arrugan el alma".

Leí sobre alguien que se había hecho un implante capilar. Esa persona había decidido invertir tiempo, ahorros y riesgos en sembrar cabellos sobre su calvicie. A lo mejor, este hombre creía que cual Sansón, su fuerza dependía secretamente de la voluptuosidad de su cabellera. Lo gracioso es que este hombre nunca admitió que se había hecho un implante. Cuando le preguntaban por la cicatriz huella del implante decía que se había caído. La mentira quedaba en evidencia y generaba murmullos de critica y de compasión a sus espaldas.

Como el hombre anterior sé de muchos y muchas que tienen su discurso autojustificador: algunas expresan su necesidad de combatir las secuelas de los embarazos y la lactancia, mientras que otras evidentemente solo anhelan competir con sus hijas adolescentes. Pero muchas otras, creo que las más, solo son víctimas más o menos conscientes de lo que la moda impone y el mercado de vanidades factura.

Estoy en los primero cinco de los sesenta. Tengo canas y trato de disimularlas con un tinte. Veo con asombro, porque  hasta uno considera que envejecer es algo que le pasa a los otros, como asoman mis arrugas de expresión porque sé que llegaron para quedarse. Pero pese a todo, hasta ahora he sido y moriré siendo, un firme admirador de la belleza al natural o de la fealdad natural, me da igual. Respeto, admiro y me conformo con lo que Dios da a cada uno.

En el proverbio 20:29, nos encontramos con una sabiduría que debiera ser atendida por todos: "La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez"

Note usted que mientras a los jóvenes se les enaltece por su fuerza, la ancianidad es alabada porque en ella brota otro tipo de belleza.

Es obvio que la "hermosura" a la que el sabio hace mención no es la que corresponde a la física, propia de la niñez y la juventud.  Pero lo que él si quiere decirnos es que cada época, cada episodio de la vida, tiene su propia delicadeza, su propia exquisitez, su propio encanto.

Si tomamos el ejemplo de la naturaleza podemos decir que una es la hermosura del árbol en sí, otra la de la flor y la otra la del fruto. De igual manera la ancianidad tiene su propia estética llena de surcos de trabajo y de un caudal de experiencias.

La vida es como las cuatro estaciones del año. Con la llegada del otoño, las hojas verdes y frescas de la primavera cambian de color. La producción de alimentos quedó cumplida durante el verano. Colores con matices brillantes, amarillos, anaranjados y rojos, dan al otoño una belleza comparable al verdor de la primavera. Así también la hermosura y lozanía de lo que produjo la juventud, comienza a dar paso a la madurez, a las canas, a la experiencia y al consejo sabio, tan necesario para otras edades.

Pero en honor a la verdad, tenemos que admitir que no siempre se usa esa hermosura de los abuelos, como inspiración de vida cuando ya llegamos y cursamos por esa edad.

El sentirse que ya sus fuerzas le han abandonado por el desgaste de los años; el que ya su presencia es como un estorbo para otros; el saber que ya no se sienten útiles para nada; o el vivir con el recuerdo de sus propias experiencias, sin que sean oídas, ahonda en ellos un estado de soledad y esto les lleva a algunos a exclamar: "No me deseches en el tiempo de la vejez; no me desampares cuando mi fuerza se acabe..." (Salmo 71:9)

Esa hermosura, reflejada bellamente en sus canas, debiera ser tomada en cada familia por el testimonio de sus años vividos, para ser una "biblioteca de consulta". Los viejos cumplimos una función de continuidad y transmisión de tradiciones familiares.

Nadie está en mejor condición que nosotros los viejos para  ayudar a los padres y a los nietos a comprender principios olvidados con demasiada frecuencia y sin embargo tan esenciales para la conducción de la familia de hoy. Será por eso que alguien dijo que, "se aprende más de diez abuelos que de diez expertos en temas familiares".

Nuestro mundo necesita la amonestación, la advertencia y la orientación de  los de edad avanzada. Sus canas y sus arrugas nos merecen respeto, admiración, pero sobre todo inclusión.

Si, nuestro mundo necesita insertar a sus ancianos como parte real y activa de la sociedad, ellos han pasado por donde ahora muchos están pasando, ellos ya tropezaron y pueden ayudarnos a no tropezar.

Los jóvenes deben hacer con ellos hoy, lo que nos gustaría que hicieran con nosotros mañana.

El anciano dio todo de sí mismo, ahora espera un poco de nosotros. Recordemos lo que nos dice otro proverbio a este respeto: "Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia" (Proverbios 16:31).Mas sin embargo, se espera que esa  "corona de honra", a la que debemos también ponderar, haya sido el producto de una vida  que ha honrado debidamente a su Dios.

Los que así han vivido y se aprestan para ir a un pronto encuentro con Dios, les aguarda esta promesa:  "Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré" (Isaías 46:4)

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