viernes, 19 de noviembre de 2021

Vejez, Jubilación Y El Mito Social Por Saúl Guevara

Deuteronomio 34:7 "Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor"

 Según la sociedad competitiva en que vivimos, cuando un adulto alcanza la edad de la jubilación representa para la él dos cosas: por un lado, ha alcanzado la vejez y por otro ya no es útil a la comunidad. Pero no hay nada más falso que eso, para muchas personas la vejez es un proceso continuo de crecimiento intelectual, emocional y psicológico. Momento en el cual se hace un resumen de lo que se ha vivido hasta el momento. Es un periodo para gozar los logros y contemplarse los frutos del trabajo personal, útiles para las generaciones venideras.

 El envejecimiento afecta a todos y requiere una preparación, como la requieren todas las etapas de la vida. Supone saber que todos envejecemos, prepararnos para hacerlo bien y sacarles mayor provecho posible a esos años.

 El envejecer es un proceso dinámico, gradual, natural e inevitable. Este proceso es impreciso. Nos vamos dando cuenta de él por el reconocimiento de nuestro cuerpo cambiante, del espejo, de la mirada del otro y de la exclusión de la sociedad en la mala interpretación del proceso productivo. La etapa de la vejez comienza alrededor de los 65 años y se caracteriza por un declive gradual del funcionamiento de todos los sistemas corporales. Por lo general se debe al envejecimiento natural de las células del cuerpo.

 A diferencia de lo que muchos creen, la mayoría de las personas de la tercera edad conservan un grado importante de sus capacidades, tanto físicas como mentales, cognitivas y psíquicas.

 También es cierto que el sujeto que envejece va perdiendo interés vital por los objetivos y actividades que le posibilitan una interacción social produciéndose una apatía emocional sobre los otros y al mismo tiempo, el sujeto se encierra en sus propios problemas. Esta situación conlleva al aislamiento progresivo del anciano. Esta desvinculación obedece en gran parte a las actitudes adoptadas por el entorno.

 Como parte del imaginario social circulan una gran cantidad de ideas erróneas acerca del envejecer, funcionando como mitos y prejuicios y perjudicando de esta manera el buen envejecer, así como su adecuada inserción.

 Estas ideas y prejuicios no surgen azarosamente, sino que son producto del tipo de sociedad a la que pertenecemos, una sociedad asentada sobre la productividad y el consumo, con grandes adelantos tecnológicos y donde la importancia de los recursos está puesta en los jóvenes y en los adultos que pertenecen a la vida productiva. En forma equivocada la sociedad valora todo aquello que le resulta productivo, por lo tanto, fácilmente se considera que las personas mayores no aportan nada, o que por el contrario representan una carga para la sociedad.

 En consecuencia, exceptuando algunos sectores, se hace una valoración negativa, desgraciada y poco respetuosa de las personas mayores.

 La sociedad moderna excluye a nuestros mayores, provocando en ellos malestar y complicaciones, falta de ilusión, de alegría, de ánimo. La falta de comunicación de afectividad y la incomprensión, son factores determinantes y creadores de tristeza y de enfermedades.

 En la sociedad actual prima lo joven, lo bello, lo pasional, el hedonismo puro, y todo sujeto que no se incluya en este rol de comportamiento este apartado de la sociedad. Por la edad o el aspecto físico se los arrincona, se los jubila y abandona a su suerte, perdiendo desde el poder adquisitivo hasta la dignidad.

 La jubilación actúa como barrera demarcatoria, dejando afuera de este círculo a todos aquellos que, cumpliendo 60 o 65 años. Se considera que jubilarse es sinónimo de " no productivo", de falta de actividad.

Si bien para muchos la jubilación es el momento de disfrutar del tiempo libre, para otros es un momento de estrés, ya que el retiro les supone una pérdida del poder adquisitivo y por ende en la autoestima. Es por ello que con la jubilación se produce un agujero que no puede llenarse.

 Es necesario que a lo largo de la vida las personas, según sus tendencias e intereses, amplíen de circulo de actividades, de manera tal que, al llegar a la vejez, puedan ocupar el tiempo que tienen a su disposición.

 La tercera edad es en realidad un momento propicio para dedicarse a actividades que, por falta de tiempo no pudieron realizarse antes. La mayor parte de los ancianos, salvo impedimentos físicos graves, se encuentran en disponibilidad de fortalecer y desarrollar actividades que les despiertan satisfacción. El despliegue de dichas actividades, ya sean intelectuales, culturales o físicas, retrasan el deterioro mental y anímico que ocurre en el proceso fisiológico del envejecimiento.

 Esta es una etapa en la se adquiere un nuevo rol: el de ser abuelos, rol que conlleva la idea de perpetuidad. Los abuelos cumplen una función de continuidad y transmisión de tradiciones familiares, culturales y sociales. Por ello envejecer no justifica que nos retiremos de la vida social, sino que, por el contrario, implica una forma diferente de participación.

 ¿Qué nos pasa como sociedad e iglesia que no podemos ver que nuestros mayores representan el compendio de la memoria de la experiencia, y por lo tanto de la sabiduría, valores necesarios para que la sociedad se desarrolle?

 ¿Qué nos pasa como sociedad e iglesia que no podemos recuperar las pautas de respeto a la experiencia y el afecto hacia las generaciones de mayores?

 ¿Qué nos pasa como sociedad e iglesia que no podemos ver que la tercera edad es el comienzo de una nueva actividad?

 Ser mayor no es estar retirado, es por el contrario una forma diferente de participación, que es indispensable para nuestro propio crecimiento y el de nuestros hijos. Y nuestras autoridades eclesiásticas están obligadas a difundir, fomentar y practicar el respeto a la vejez como Dios nos lo enseña: "Aun en la vejez fructificarán; Estarán vigorosos y verdes," Salmos 92:14

 Despierta iglesia, ya es tiempo de iniciar.

S.A.G. – 19 – NOV – 2021

 

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