viernes, 29 de septiembre de 2017

En El Momento Que El Anciano Habla Siempre De Lo Mismo



“Cuando yo estudiaba en.…”, “Cuando yo vivía en México...”, “Cuando trabajaba en.…” de esta manera muchas personas mayores comienzan a narrar trozos de su historia, generalmente con nostalgia e ilusión de encontrar alguien que los escuche. Pero a veces no es fácil, porque la historia se repite, siempre la misma.

Realmente, el proceso de envejecimiento produce diferentes cambios: de identidad, de autonomía, de pertenencia, etc.

Para afrontar la crisis de identidad muchas personas mayores disponen de este recurso: el retorno al pasado o lo que conocemos también como reminiscencia.

Decía Aristóteles en la Retórica que “los ancianos viven más de la memoria que de la esperanza, porque el tiempo que les queda por vivir es muy corto en comparación con su largo pasado... Esta es la causa de su locuacidad. Hablan continuamente del pasado, porque gustan de acordarse”.  

Pero no siempre este regresar al pasado, es bien entendido. Según la creencia popular, la tendencia que tiene la gente mayor a recordar su vida pasada no es más que una manía o un signo de deterioro cognitivo.  

Un pensamiento sano con relación a la reminiscencia nos puede llevar a comprender su función y a utilizarla bien en la relación con la persona mayor. Aún admitiendo que en ocasiones puede ser índice de deterioro cognitivo y en otras una huida al pasado, exagerando y fabulando, la verdad es que muchas veces tiene una utilidad terapéutica.  

La tendencia a recordar la vida pasada (reminiscencia) puede considerarse como una actividad de la vida corriente de las personas de edad, útil e incluso necesaria para el equilibrio psicológico y afectivo. No porque el anciano rememore automáticamente esto ha de ser un bien para él, pero en muchas ocasiones sí.  

En esta etapa de la vida el presente se le aparece a la persona mayor como algo extraño, vacío de muchas cosas y personas que una vez fueron significativas.  

A veces el presente es vivido como un momento impregnado por el dolor producido por numerosas pérdidas, con sabor de soledad en medio de otras personas, pincelado con   la amenaza de un futuro en el que el deterioro será fácilmente progresivo.  

¿Por qué entonces nos extrañamos de que la persona mayor busque en el pasado motivos y recuerdos para autoafirmarse y mantener su identidad y autoestima?

Al volver atrás el anciano comunica que está vivo, que tiene una historia, que su identidad no viene definida únicamente por las crisis del momento presente, por los déficits o la necesidad de ser cuidado, sino por tener en la historia lo que otros tienen en el presente.  

Traer a colación los recuerdos, sin connotación patológica, constituye incluso una oportunidad de crecimiento. El libro de su propia vida se está terminando de escribir y las últimas páginas constituyen una oportunidad de ir poniendo orden, subrayando lo que fue realmente significativo, queriéndose a sí mismo y comunicando el mensaje contenido en la lectura de la propia experiencia. Es un modo de vivir hasta el final, de luchar contra la soledad y de culminar la obra de arte de su propia historia con los últimos retoques realizados sobre las partes más delicadas.  

De lo que se recuerda, con frecuencia suele haber un hilo conductor que permite sentirse vivo y en continuidad con el pasado: No soy un desecho o un mero dependiente de los cuidados de los demás, soy el que fui, vivo y estoy en relación con otras personas.  De este modo, quien se cuenta a sí mismo, busca ser reconocido y seguir siendo el que fue, digno de consideración, respeto y escucha.  

Traer a colación los recuerdos no está siempre libre de tensiones internas. En el pasado que recuerdan, los mayores reviven a veces acontecimientos penosos, experiencias negativas o no asimiladas. Narrarlas constituye una oportunidad de reconciliarse con la propia sombra integrándola en la persona que se dirige hacia la meta de su vida. Revisar la propia vida es una actividad universal que puede permitir sanar la memoria o amargar una existencia.

Para quienes acompañan a los mayores, no siempre les resulta fácil manejar la reminiscencia. Es frecuente escuchar “ya aburre”, expresiones que invitan a dejar de repetir siempre lo mismo, exhortaciones a olvidar el pasado o descalificaciones por repetir otra vez lo que ya ha sido contado.  

Si es cierto que lo que es olvidado no puede ser sanado y que el pasado como la memoria constituyen el mayor tesoro de los mayores, aprender a escuchar el significado de estas repetidas narraciones, a hacer la paz en los conflictos no resueltos y evitar refugiarse solo en el pasado, constituyen importantes retos para el que desea acompañar y ayudar a la persona mayor.  

Escuchar la historia repetida una y otra vez, no significa oír siempre la misma historia, debemos ser capaces de captar cada vez un mensaje nuevo: “hoy, ahora, contigo, contándote lo que ya sabes, me siento vivo y reconocido por ti, pongo orden en mi vida, me autoafirmo, me reconcilio y te considero importante para mí equilibrio afectivo”. Este mensaje hay descubrir en cada persona mayor que se repite.  

Algunos terapeutas han comprendido bien la importancia del recuerdo y lo estimulan directamente, invitando en sus sesiones individuales o de grupo a recordar viejos cantos, viejas anécdotas, historias que circulaban en los tiempos jóvenes, lugares particularmente relevantes. El mensaje es claro: el pasado es importante.

Su evocación constituye una consideración respetuosa y en él se puede encontrar sentido. La experiencia puede convertirse en fuente de esperanza a la vez que maestra que enseña para uno mismo y para los demás.  

La escasez de tiempo de los profesionales de la salud, agentes sociales o cuidadores informales no será nunca una razón suficiente para abandonar al mayor a una soledad afectiva que le llevará a seguir vivo sin sentirlo, a morir antes de morir.  

Cuando veo a una persona mayor disfrutando con una tablet me quedo sorprendido, porque no deja de ser una excepción tecnológica: la mayor parte de las personas mayores abominan de la tecnología, de los avances, de las modas, de lo moderno. Prefieren conservar sus muebles de siempre, vivir donde siempre han vivido, continuar viendo los clásicos del cine con los que crecieron, escuchando canciones apolilladas. La mayor parte de las veces, los viejos se distinguen a la legua porque visten como viejos.

Esta querencia por la nostalgia también se produce en su cerebro: los ancianos suelen recordar con más frecuencia escenas de su juventud o incluso niñez, que refuerzan consultando por enésima vez el álbum de fotos. Y esto, aunque sea molesto para los jóvenes que tratan de relacionarse con ellos, no es necesariamente malo. Incluso hay psicólogos que sostienen que rejuvenece la mente de los ancianos.  

Es lo que trató de demostrar en 1979 la psicóloga Ellen Langer, que llenó un viejo monasterio de Peterborough, New Hampshire, con objetos y accesorios de la década de 1950. Música de Nat King Cole, programas antiguos de televisión y otros elementos ya pasados; ya listo todo llevo una cantidad de viejos al lugar por una semana y al final de la semana, los ancianos habían aumentado un promedio de más de un kilo de peso y parecían más jóvenes. Hacían mejor las pruebas de audición y memoria. Sus articulaciones eran más flexibles y el 63 % obtenía mejor puntuación en un test de inteligencia.  

Nuestros ancianos merecen toda nuestra atención porque en ellos se cumple: “Aun en su vejez, darán fruto; siempre estarán vigorosos y lozanos” Salmo 92:14. No seamos nosotros con nuestra arrogancia y displicencia quienes los matamos al no atenderlos, tengamos presente en todo que algún día, todos y cada uno, compareceremos ante el tribunal de Cristo.






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