Génesis 6:3 RV "Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el
hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; más serán sus días ciento
veinte años"
Podríamos hablar de tipos de edades o atributos, pero para nuestro
tema son relevantes dos de ellas: la edad psicológica y la edad social.
La edad psicológica hace referencia a las propias actitudes y
creencias. Si una persona se considera anciana se comportará como tal,
limitando sus deseos e intereses. No se trata de sentirse siempre jóvenes y actuar
ellos, sino de evitar asociar la vejez a una etapa carente de oportunidades y
sentido. Adaptarse a los cambios que conlleva el envejecimiento es clave para
el bienestar emocional.
La edad social remite a las relaciones interpersonales. Somos seres sociales
y necesitamos el contacto con iguales. La vejez en soledad acarrea graves
riesgos, pues es la antesala del aislamiento y la enfermedad. Envejecer en
compañía es garantía de una óptima edad social. Participar en actividades de
grupo y compartir aficiones, gustos y preferencias con otras personas es un
rasgo distintivo del envejecimiento activo.
No todas las personas envejecen a la misma velocidad. Las arrugas y
los achaques, por molestos que resulten, no son sinónimos de ancianidad. La
condición de anciano o anciana, se asocia generalmente con la dependencia
extrema, que entraña la necesidad de ayuda en las actividades cotidianas, por
sencillas que sean.
La edad no nos hace ancianos; al menos, si logramos retrasar sus
efectos más negativos. La entrada en la ancianidad y con ella en una completa
dependencia física y mental, nunca antes había sido tan relativa e imprecisa.
¡Celebremos los años cumplidos!
Los riesgos del envejecimiento parecen inquietarnos. La vejez es una
etapa asociada comúnmente con deterioro, pasividad y dependencia. ¿Pero es
realmente cierta esa suposición o se trata de uno de los abundantes
estereotipos que rodean ese proceso?
Sin duda alguna, cada vez vivimos más años, pero calificar esta
circunstancia como grave amenaza para la sociedad es más que cuestionable.
Desde ámbitos con intereses muy diversos, especialmente los económicos,
financieros y materialistas, se nos advierte de los supuestos peligros de la
actual evolución demográfica. Se resaltan los pesados costes de soportar a la
población envejecida.
Considerar negativo el hecho de que la mayor parte de la población
alcance los 60 años o más resulta ciertamente incongruente. La mayor esperanza
de vida no es sino el resultado de las mejoras socioculturales, económicas y sanitarias
producidas a partir del siglo XIX. ¿Deberíamos renunciar a los beneficios
logrados? Por fortuna, investigaciones académicas rigurosas ponen de manifiesto
lo equivocado de los anteriores enfoques. En realidad, el uso correcto de los
datos invalida los pronósticos interesados sobre los riesgos del
envejecimiento.
Riesgos del envejecimiento generalmente generan una imagen
distorsionada. Paloma Navas, doctora en Salud Pública por la Universidad Johns
Hopkins, en USA, nos previene sobre los riesgos del envejecimiento. Sin
embargo, se trata de un tipo de senectud muy especial, que ella denomina de
forma inteligente “envejecimiento imaginario “.
¿Y qué es el envejecimiento imaginario?
Pues nada más y nada menos, el conjunto de creencias erróneas sobre la
vejez que cada persona asume como inequívocas. Estas creencias se adquieren en
la infancia más temprana y se alimentan a lo largo de la vida. Afectan, además,
tanto a los mayores como a los propios profesionales sanitarios que trabajan
con ellos. Cambiar las actitudes negativas hacia la vejez modifica su
trayectoria. No existe una fecha de caducidad en la que se pueda tirar la
toalla, afirma, tajante, la doctora. El contenido de la charla es excelente; su
ponente, una gran comunicadora que nos invita a construir una sociedad para
todas las edades. Una sociedad en la que quepamos todos, sin lugar para
estereotipos discriminatorios en razón de la edad.
“Todos los viejos son iguales” es una expresión despectiva que
pretende atribuir a todas las personas mayores características negativas
comunes. Desde esta visión, la decrepitud, la rigidez mental o el mal humor se
consideran menoscabos inherentes a la edad avanzada. Pero esta es una imagen
equivocada de la vejez, que forma parte de los muchos prejuicios que suelen
acompañarla. Achacar un conjunto de rasgos a un grupo de edad es un estereotipo
social muy generalizado. Ya en la antigua Roma, el filósofo Cicerón señalaba lo
erróneo de este supuesto en su obra De Senectute.
Los niños, jóvenes o adultos no son iguales entre sí. Tampoco lo son
las personas mayores; entre estas, incluso, predomina más la variabilidad que
en ningún otro grupo de edad. En primer lugar, debido a los dilatados márgenes
de la vejez, que abarcan desde los 60 hasta los 90, 100 y más años; además,
porque cada historia biográfica es fruto de una larga trayectoria vital que
esconde experiencias concretas. Mas allá de ciertos aspectos generacionales,
existen enormes diferencias interpersonales entre quienes han llegado a la
vejez.
No; no todos los viejos son iguales
El lugar de nacimiento, el contexto familiar, la educación y formación
recibida, la ocupación laboral y por supuesto, el status socioeconómico
alcanzado son factores que determinan la experiencia vital del individuo. Por
esta razón, las generalizaciones acerca de la vejez y las personas mayores son
injustas y engañosas. No deben aplicarse a un grupo heterogéneo características
que solo corresponden a algunos de sus miembros. El envejecimiento humano no es
un proceso uniforme y en su evolución intervienen factores complejos; entre
otros, el modo de afrontar las transformaciones originadas por el paso del
tiempo.
Los expertos en Gerontología aseguran que se envejece tal como se ha
vivido. El descontento, la insatisfacción o la falta de intereses vitales no
dependen del número de años cumplidos; por el contrario, obedecen a la ausencia
de motivos para seguir activos. “Todos los viejos son iguales” es una frase
alejada de la realidad. Es necesario abandonar los prejuicios sin fundamento
que se proyectan sobre la vejez; en ocasiones, sus consecuencias negativas
afectan incluso a las propias personas mayores.
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