La crisis económica en las sociedades, la apatía
de sus miembros y el mal concepto hacia ellos, ha incidido negativamente sobre
uno de los colectivos más vulnerables de la sociedad que deben hacer frente a
más dificultades que antes y nos referimos a nuestros ancianos.
Tratare de presentar algunas de las impactantes
situaciones en la que nuestros adultos mayores se ven envueltos como sujetos
activos, destinatarios o simples y olvidadas criaturas por nuestra sociedad.
Marginación
Entre los problemas que experimentan los
ancianos, a menudo, hoy, uno, quizás más que otros, que atenta contra la
dignidad de la persona siendo este la marginación. El desarrollo de este
fenómeno, es relativamente reciente y ha hallado terreno fértil en una sociedad
que, concentrando todo en la eficiencia y en la imagen satinada de un hombre
eternamente joven, excluye de los propios círculos de relaciones a quienes ya
no tienen esos requisitos.
Las responsabilidades institucionales eludidas,
con sus deficiencias sociales; la pobreza o una drástica reducción de los
ingresos y de los recursos económicos que pueden garantizar una vida decorosa y
la posibilidad de gozar de atenciones adecuadas y el alejamiento más o menos
progresivo del anciano del propio ambiente social y de la familia, son los
factores que colocan a muchos ancianos al margen de la comunidad humana y de la
vida cívica.
La dimensión más sobrecogedora de esta
marginación es la falta de relaciones humanas que hace sufrir al anciano, no
sólo por el alejamiento, sino por el abandono, la soledad y el aislamiento.
Con la disminución de los contactos
interpersonales y sociales, comienzan a faltar los estímulos, las
informaciones, los instrumentos culturales. Los ancianos, al ver que no pueden
cambiar la situación por estar imposibilitados a participar en las tomas de
decisiones que les conciernen, como personas y como ciudadanos, terminan
perdiendo el sentido de pertenencia a la comunidad de la cual son miembros.
Este problema nos compete a todos. Es tarea de
la sociedad, de sus distintos organismos, intervenir para garantizar una
efectiva tutela, incluso jurídica, de esa parte grande, más grande de lo que se
sospecha, de la población que vive en estado de emergencia
socio-económico-informativa.
Asistencia
Actualmente, para atender y asistir a los
enfermos ancianos no autosuficientes, sin familia o con pocos medios
económicos, se recurre, cada vez con mayor frecuencia, a la asistencia
institucionalizada. Pero el hecho de recluirlos en un instituto (asilo u
hospital) puede transformarse en una especie de segregación de la persona
respecto al contexto civil.
Algunas opciones socio-asistenciales y las
instituciones que de ellas han surgido, en un pasado que tenía un contexto
social y cultural distinto, están superadas actualmente y son contrarias a las
nuevas formas de sensibilidad humana. Una sociedad consciente de sus propios
deberes hacia las generaciones más ancianas, que han contribuido a edificar su
presente, debe ser capaz de crear instituciones y servicios apropiados.
En la medida de lo posible, los ancianos
deberán poder permanecer en el propio ambiente, gracias al apoyo que se les
prestará mediante, por ejemplo, la asistencia a domicilio, el privilegio de
atención inmediata en los hospitales, centros diurnos de convivencia, etc.
Las residencias para ancianos privadas, por el
hecho mismo de que ofrecen alojamiento a personas que han tenido que dejar su
propio hogar, habrá que hacer hincapié y supervisar que ellas han de respetar
la autonomía y la personalidad de cada individuo, garantizándole la posibilidad
de desarrollar actividades vinculadas a sus propios intereses; como también se
han de prestar todas las atenciones que requiere la edad que avanza, dando a la
acogida una dimensión lo más familiar posible.
Formación
y ocupación
El pensar actual tiende a relacionar la
formación con la actividad de trabajo. Lo que motiva la carencia de programas
de formación para la tercera edad. En una época en la que el ajetreo y la
actualización constante son una condición indispensable para seguir el paso de
la rápida evolución de las tecnologías y sacar los beneficios correspondientes,
incluso de orden material, los ancianos, cuyo saber ya no se puede colocar en
el mercado del trabajo, se ven excluidos de las políticas de educación
permanente. Esto desatiende sus crecientes solicitudes y expectativas al
respecto.
La separación del mundo del trabajo y de todo
lo relacionado con él se realiza en forma brusca, poco flexible y sólo muy
raramente coincide con los tiempos y modalidades elegidos por las personas
interesadas. No es raro que muchos de éstos, para compensar pensiones
insuficientes o casi inexistentes, busquen luego, pero sin mayores resultados,
una ocupación. Es preciso satisfacer ese anhelo de seguridad, proporcionando a
los ancianos oportunidades que les permitan permanecer activos, expresar su
creatividad y desarrollar la dimensión espiritual de su vida.
Parece ya comprobado el hecho de que la
jubilación obligatoria da comienzo a un proceso de envejecimiento precoz; mientras
el desarrollo de una actividad posterior a la pensión produce un efecto
benéfico en la calidad misma de la vida. El tiempo libre de que disponen los
ancianos es, pues, el principal recurso que se ha de tener en cuenta para
volverles a dar un papel activo, promoviendo su acceso a las nuevas
tecnologías, su compromiso en trabajos socialmente útiles y su apertura a
experiencias de servicio y de voluntariado.
Participación
Está comprobado que los ancianos, cuando se les
presenta la oportunidad, participan activamente en la vida social, tanto a
nivel civil como cultural y asociativo. Lo confirma el hecho de que tantos
puestos de responsabilidad estén ocupados por jubilados, por ejemplo, en el
campo del voluntariado, así como su peso político no indiferente. Es preciso
rectificar las imágenes erróneas que se dan del anciano, así como los
prejuicios y desviaciones que, en nuestros días, han menoscabado su figura.
Se debe dar la posibilidad a los ancianos de
ejercer influencia en las políticas relacionadas con su vida, pero también con
la vida de la sociedad en general; esto, mediante organizaciones de la
categoría y representantes a nivel político y sindical. Ha de fomentarse, pues,
la creación de asociaciones de ancianos y hay que apoyar aquellas ya existentes
deben ser reconocidas por los responsables de la sociedad como expresión
legítima de la voz de los ancianos.
Para poner remedio a la cultura de la
indiferencia, al individualismo, a la competitividad y al utilitarismo, que
actualmente constituyen una amenaza en todos los ámbitos del consorcio humano,
y con el fin de evitar toda ruptura entre las generaciones, es necesario
promover una nueva mentalidad, nuevas costumbres, nuevos modos de ser, una
nueva cultura. Buscar un bienestar y una justicia social que no olviden colocar
a la persona humana y su dignidad, en el centro de sus objetivos.
Y debemos tomar en cuenta dos cosas: a) que eso
es bueno y b) que el que sabiendo hacer el bien, no lo hace, le es tomado por
pecado.
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