Simeón es modelo para los ancianos cuando ven
desgracias y problemas en sus vidas. Es muy fácil caer en el desánimo y en la
desesperanza. Es muy frecuente en las personas ancianas dar un diagnóstico
correcto de los males del mundo, pero ese diagnóstico de desgracias sería
incompleto si olvidasen que Dios sigue siendo Omnipotente, que la Salvación ha
sido objetivamente realizada y que se está aplicando en el mundo.
Es falso ver las sombras sin destacar la
presencia de las luces. Es tentador recrearse en los peligros de una sociedad
que se desmorona, el crítico negativo pierde fuerzas, pues carece de optimismo;
se da en él una morbosidad al recrearse en lo negativo. El optimismo sólo puede
salir de una auténtica esperanza en Dios. El pesimista crea a su alrededor como
un desierto amargo. El optimista reza confiando en la sabiduría de Dios.
La esperanza de Simeón fue más difícil que la
de otros cristianos. Nosotros ya sabemos que Cristo ha venido, que ha vencido a
la muerte al pecado y al diablo. Sabemos que Cristo ha resucitado. Simeón no
había visto estas grandes realidades sólo las esperaba, por ello tiene más
mérito.
Aquello le costó, pues la esperanza tiene
pruebas como la impaciencia, que en el fondo es orgullo. El que desespera o lo
ve todo negro, en el fondo no confía en Dios. Cuando hay poca esperanza es
fácil olvidar que Dios hace o permite las cosas del modo más conveniente a los
hombres. El que pierde la esperanza es porque tiene poca fe.
La esperanza hace que el alma se llene de
certeza y de seguridad. Pero no es una certeza basada en las fuerzas humanas,
sino en el poder de Dios. La seguridad empuja a metas cada vez más altas. La
esperanza da alas, dilata el corazón y da fuerzas para emprender empresas
grandes, la esperanza es virtud juvenil. Pero, sobre todo, la esperanza se
apoya en la bondad y la omnipotencia de Dios; Dios no llega nunca tarde en
ayuda de sus amigos y amigo de Dios es todo el que acude a Él. Si no le dejas, Él
no te dejará. Por esa razón es que conviene tener a raya los desalientos y
desánimos.
La esperanza hace al hombre atrevido en sus
empresas. Un desanimado jamás emprenderá nada, ni sobrenatural ni humano. A
Dios le agrada la esperanza ilimitada en Él y cuanta más confianza ve en el
hombre más le ayuda, cuanto más espera el alma más alcanza.
El hombre esperanzado es dócil. Se deja
conducir por Dios en las circunstancias más diversas, confía más en Dios que en
sí mismo. El desesperado es duro y orgulloso, sólo cuentan su juicio y sus
fuerzas y claro, puede poco. El desanimado es débil pues el alma ha perdido las
alas que le permitirían volar; ha cambiado las alas de águila por otras de
gallina y en lugar de vuelos de altura se conforma con saltos de corral.
La docilidad de Simeón permite que el Espíritu
Santo hable por su boca anunciado al Mesías como luz que ilumina a los
gentiles. Después dirá a María: Mira, éste ha sido puesto para ruina y
resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, a fin de que
se descubran los pensamientos de muchos corazones.
Simeón puso lo más cerca de su corazón al niño
Jesús, quizá para que él sienta el palpitar de su corazón y proclamó “Ahora
despides a tu siervo en paz”. Simeón estaba hablando de su muerte y lo compara
como una partida.
El alma sosegada parte del cuerpo, sólo cuando
el alma ha encontrado perdón de pecados con Jesucristo, siendo esa partida en
paz. De otra manera, esa partida significa comenzar a recibir castigo en fuego
por la eternidad.
Sí, amigo lector, el privilegio de partir de
este mundo en paz es exclusivo de los que conocemos a Jesucristo como nuestro
Salvador. Los creyentes sabemos que tan pronto como salgamos de nuestro cuerpo
estaremos inmediatamente con el Señor.
Luego Simeón hace referencia a que lo que
estaban viendo sus ojos era el cumplimiento de lo que Dios le había prometido
con anterioridad por medio de los profetas. Simeón podía contemplar con sus
ojos la salvación. Simeón no estaba viendo una religión o un rito o cualquier
otra cosa, Simeón estaba viendo a una persona, porque sólo en la persona de
Cristo puede haber salvación, porque Él es Salvación.
Amiga, amigo, joven, anciano lector, si usted
está pensando que hay otra manera de salvación aparte de Cristo, está
equivocado. Lo que Simeón vio es a la persona de Jesucristo y dijo: “Él es la
salvación”. Esa salvación fue en presencia de todos los pueblos. Esto implica
que Jesucristo es la salvación para los gentiles, los que no somos judíos, como
también para los judíos, el pueblo de Israel. Es interesante notar que Jesús es
la luz para revelación a los gentiles, los gentiles estábamos en oscuridad,
hasta que vino Cristo. Él es la luz que nos guía al Padre.
Escuchemos estas palabras proféticas dichas por
el Espíritu Santo a través de Simeón como un aviso para ser sinceros delante de
Dios y para que la fe, la esperanza y la caridad formen el entramado de nuestra
vida espiritual.
Los que ya estamos viejos, los que están por
empezar a ser viejos y los que terminaran siendo viejos que ahora están
jóvenes, tenemos un llamado a la fe para cuando afrontamos o afrontemos los
años postreros.
No podemos darnos el lujo para
descansar, aun siendo viejos, nuestros pueblos, nuestros hermanos nos
necesitan, demos cada uno de lo mas intimo de nuestro ser un aporte constante
de para el desarrollo de nuestra y las futuras generaciones, trabajemos y
trabajemos cada uno según sus fuerzas pero con fe y al final en una relación
íntima y única de seguro veremos a Jesús, veremos la salvación y entonces
podremos decir: “ya puedes despedir a tu siervo en paz, porque
han visto mis ojos tu salvación” y entonces, solo entonces, tenga la seguridad,
que nuestra alma partirá en paz, a gozar de su recompensa.
(*) Verdad Moral: Conformidad de la
palabra con el pensamiento. Es el perfecto acuerdo, la exacta correspondencia
entre mis palabras, gestos o acciones, que expresan mi pensar, y lo que en
realidad pienso.
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