La Biblia no habla mucho de la
ancianidad como época de descanso, sino que más bien exhorta una y otra vez a
que sea época de fecundidad, de maduración, de enseñar, de compartir y de
oración. “En la vejez seguirán dando fruto”, dice el salmo 92. Del vientre
estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abraham nace todo un pueblo para
Dios, como recuerda Romanos 4:18...20. Del vientre estéril de Isabel y de un
padre mayor, Zacarías, nace Juan el Bautista, precursor de Cristo. Hay mucho
por ver y por hacer en la ancianidad: “Le haré disfrutar de larga vida, y le
mostraré mi salvación”, promete Dios en un salmo 91.
La manera más segura de estar cumpliendo
nuestro objetivo cristiano en la vejez, es poderse vincular a las personas y a
todo aquello que ocurre en el entorno. Gozar de la relación con los demás es
toda una garantía de salud mental: cultivar los vínculos de la familia, de las
amistades, es una buena manera de sentirnos vivos, de constatar que para los
demás tenemos un valor y una significación.
No sin razón, la soledad es una de las
condiciones más temidas por los Mayores. Mantener nuestras vinculaciones con el
entorno y las personas es también una forma de aferrarnos a la realidad y de
relativizar nuestras dificultades en contacto con las de los otros.
Las relaciones familiares en primer
lugar son generalmente una fuente de satisfacción. A pesar de que en la familia
actual no conviven las tres generaciones, los lazos afectivos se conservan y
permiten al mismo tiempo una mayor autonomía de sus miembros. Destacar por una
parte el reconocimiento y apoyo mutuo de los hijos y de los nietos, nos
recuerda que la sucesión generacional es uno de los núcleos de las relaciones
humanas y fuente mutua de apoyo, afecto y compañía.
Las amistades son el otro polo de las
relaciones personales, cuya red puede desarrollarse especialmente: la vejez
puede ser una etapa donde la socialización puede ampliarse de una forma similar
a la adolescencia. El compartir un tiempo generacional y unas vivencias
similares favorece que se encuentren muchos puntos de contacto: la
conversación, los recuerdos, los viajes, las actividades, son los lugares
comunes donde se pueden tejer un conjunto de relaciones positivas.
Este contacto puede situar también a las
personas mayores en una mejor posición para defender su posición, su rol
social, impidiendo las actitudes de menoscabo o marginación. En este sentido,
hemos defendido un marco de relación social para los Mayores, no segregado,
sino integrado en núcleos sociales, donde realicen actividades, también otras
personas de diferentes edades.
La importancia de las relaciones con el
entorno es confirmada con las investigaciones relacionadas con el apoyo social
y el nivel de estrés y calidad de vida en la Vejez. La conclusión es clara: hay
una relación inversa entre el mundo social de una persona y las disfunciones
físicas y/o psicológicas; cuánto menores son las redes sociales, mayores son
las patologías.
Se ha comprobado la existencia de algunos
factores que predicen la longevidad:
el estado marital, el número de familiares cercanos y de amigos, la
concurrencia a la iglesia y el grado de afiliación grupal. Los hombres y
mujeres con contactos sociales escasos manifiestan al menos dos veces y media
más posibilidades de morir, que las personas con relaciones sociales más
extensas. Se ha llegado a comprobar que las personas que estaban casadas,
asistían a la Iglesia, y participaban en organizaciones de voluntarios y
actividades comunitarias, tenían menos probabilidades de morir en los diez años
siguientes que las personas aisladas.
Las investigaciones que han combinado
los conceptos de estrés y apoyo social, han llegado a la conclusión que altos
niveles de estrés y bajo apoyo social generarían más dificultades. En cambio, las
personas con bajo estrés y alto apoyo social tenían cuatro veces menos
posibilidades de morir que las personas con elevado estrés y aislamiento
social.
El apoyo social percibido como la
satisfacción marital y la frecuencia de contacto con amigos y parientes, se
asociaba con el bienestar, la felicidad y la satisfacción de vida de las
personas mayores.
Estudios han dado como resultado que los
ancianos que vivían con el cónyuge presentaban una moral más alta que los que
viven solos o con los hijos adultos. El grado de participación en las
organizaciones demostraba ser un buen indicador de la satisfacción de la vida.
La concurrencia a la Iglesia se relacionaba también con una mayor satisfacción
de vida en personas de ambos sexos y de toda edad y que el impacto de los
sucesos diarios negativos, en el grado de estrés psicológico, decrecía en la
medida que aumentaban los vínculos sociales positivos.
En relación con la depresión, podemos comentar
que, en el caso de las mujeres, el grado de apoyo social es un importante
factor predictivo de la depresión. Los ancianos que vivían solos estaban más
deprimidos que los que vivían acompañados, siendo los hombres los más
afectados. Por otra parte, señalan que el apoyo expresivo o su ausencia, del
cónyuge, hijos y amigos es el que se relaciona con la existencia o no de
depresión y no el de otros parientes. Al mismo tiempo parecía más dañino el
bajo apoyo expresivo de los primeros, que la ausencia de fuentes de apoyo.
Con un mayor apoyo estatal, los adultos
mayores pueden hacer una importante contribución a su comunidad. Debemos
aceptar la realidad de que la longevidad es un triunfo del desarrollo. Los
adultos mayores pueden hacer una contribución social y económica a la sociedad,
es para las sociedades actuales incluyendo las iglesias, aprovechar esos
aportes que son muy importante.
El
envejecimiento de la población ya no es un fenómeno de los países ricos, en el
año 2050, casi un 80 por ciento de los adultos mayores vivirán en los países en
desarrollo; serán unos 2.000 millones de personas que representarán el 22 por
ciento de la población mundial. En el año 2000 ya hubo más personas mayores de
60 años que niños y niños menores de cinco.
Todo lo anterior pone de manifiesto la necesidad de seguir investigando
en Sociología de la Vejez, profundizando en los diversos aspectos que
configuran una vejez positiva, en la mejora de la calidad de vida en la
ancianidad, en las aportaciones que, de forma callada, oculta, anónima, realizan
nuestros mayores al resto de la sociedad. Es también necesario analizar la
ideología, prejuicios y utilización que se hace de la vejez y las personas
viejas, junto con la despreocupación o al menos falta de interés efectivo, de
los problemas reales que pueden experimentarse en la última etapa de la vida.
Por último, una conclusión, se ha demostrado que las personas ya en su
vejez, sólo necesitan oportunidades, cauces, para desarrollar todo su
potencial. Ellas están dispuestas a darlo y darlo todo.
Entonces preguntémonos, ¿qué
estamos dando Usted y Yo?
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