En el anciano, la modalidad más frecuente de
representar y simbolizar su muerte consiste en una renuncia progresiva al apego
a los vivos, a fin de privilegiar un porvenir de recuperación de la importancia
de sus antepasados, es decir, de los padres, amigos y personas queridas ya
muertas, con los cuales se restablece un contacto singular. Da la impresión de
que es el pasado el que gobierna.
El ser humano es el único ser vivo que está
consciente de que la vida está compuesta por varias etapas, y que ésta llegará
a su fin en cierto momento. Durante el proceso de la vida, el ser humano va
construyendo diversos conceptos acerca de la muerte a través de lo que
experimenta diariamente en el medio que lo rodea. Existen evidencias en
estudios previos que han demostrado cómo captan y perciben la muerte los
adultos mayores a través de la técnica grupos de discusión.
Existen dos aspectos de suma importancia y en
el cual la mayoría de las participantes coinciden, la primera es el olvido que
enfrentan por parte de los hijos, ya que estos al hacer su vida dejan de
prestarles atención y de compartir tiempo de calidad con ellos, sienten el
rechazo e incomodidad por parte de las nueras y/o yernos, lo cual los hace
sentir incómodos y ellos mismos son los que se alejan. El dinero también es un
problema y una preocupación más, a la cual se enfrentan, ya que, al ser
personas de la tercera edad, no tener trabajo, ser viudas y depender de la
pensión que el gobierno les otorga, si es que la tienen, la mayoría de veces no
alcanza o no lo tienen y tienen que ver cómo es que solucionan dicho problema,
ya que por parte de sus hijos no existe ese apoyo.
Por lo tanto, lo más angustiante para el viejo
es la pérdida y la muerte. Esa pérdida supone un grado y características
determinadas por el monto de pertenencias afectivas, tanto sociales como
familiares, relacionadas con la repercusión que ella puede tener en la
satisfacción de necesidades objetivas y subjetivas del anciano, que se pueden
clasificar en cinco grandes grupos:
1) Fisiológicas (son vitalmente prioritarias)
2) De seguridad y confianza en los demás
3) De pertenencia o integración (ante vivencia
de aislamiento y soledad)
4) De reconocimiento y estima (ante la
progresiva autodesvalorización y pérdida de autoestima).
5) De superación y confianza en sí mismo (para
recuperar lo que tiene).
Con todo esto llegamos a la conclusión de que la
forma positiva de enfrentar la muerte es dignificando la ayuda que reciben, tanto
material como espiritual, no perdiendo de vista el generar en nuestros ancianos
una satisfacción de haber vivido una vida plena y feliz, dispuesta a disfrutar
del tiempo que les quede con los amigos y su fe en Dios.
La propia muerte, entonces se visualiza, como
un retorno a la eternidad al cual siente pertenecer como un paraíso imaginario
en el que, finalmente, se recompone la separación y la tragedia de la soledad.
A manera de conclusiones diremos:
La dimensión espiritual de la persona anciana
significa, entonces, aceptar su condición de vida y aceptarse en ella.
Significa encontrar un sentido en su propia experiencia, en un proceso de
crecimiento y de desarrollo personal. Significa la búsqueda de un sentido de la
vida en general y de un significado de los acontecimientos de la vida cotidiana
en particular.
La tercera edad puede constituir un período de
vida caracterizado por un acentuado sentimiento religioso. Esta fe representa
el punto de llegada de la espiritualidad de una persona: la persona anciana
tiene una historia personal de victorias, de derrotas, de pérdidas; con los
años adquirió el conocimiento de los hombres y de la realidad; libre de
compromisos urgentes, tiene tiempo para pensar, reflexionar y recordar.
Contradictoriamente en cuanto más se afrontan y
se aceptan las pérdidas necesarias, tanto más se está abierto al ejercicio de
un poder de su capacidad, tanto interior como exteriormente. El ego puede
alejarse gradualmente de una actitud de poder competitivo y de dominio,
resultado natural del instinto de conservación en un mundo incierto. Más que
una única y estereotipada imaginación del como deben vivir y obligarlos a una
conversión de vida estereotipada con conceptos falaces, este profundo proceso
de envejecimiento implica una serie de conversiones frente a los desafíos
inherentes al ciclo de envejecimiento o conectados con él.
Muchos ancianos de hoy han debido enfrentarse
con la violencia en sus diferentes aspectos, con la prisión, con la miseria y
con todo lo que estos males acarrean y sin embargo, construyeron una familia y
un porvenir para sus hijos. Se ha escrito que los ancianos han pasado la vida
luchando y que pudieron aprender cómo el dolor es el precio del amor y cómo la
gloria es su recompensa. Pero en estas pruebas del transcurrir de sus días
también pudieron entrever la presencia y el afecto de Dios; pudieron haber
llegado a una religiosidad más profunda y más vivida, descubriendo lo que es
permanentemente cierto y seguro, que transciende más allá de lo temporal.
Este es el cuadro de la proverbial sabiduría
que se acredita tradicionalmente a la tercera edad, pero puede ser la conquista
de la ancianidad. Y esta fe es la que diariamente debe ser sustento en las
alegrías, pero también en las pérdidas que acompañan inevitablemente esta fase
de la vida: pérdida del trabajo y del rol social, pérdidas económicas,
declinación de la salud, duelos. La ancianidad, con todo, parece reflejar las
características de una actitud cristiana, dadas la incertidumbre acerca del
futuro y, por lo tanto, la necesidad de la esperanza, de la aceptación de los
propios límites, del estar preparados para dejar lo que se preveía poseer. Todo
esto, vivido serenamente, no es una exigencia nueva, sino más bien algo con lo
que debería estar entretejida toda la vida cristiana.
En esta perspectiva, la muerte puede ser vista
como un deseo y una certeza de reencontrar, en una dimensión distinta, a
nuestros padres, a nuestros hermanos y hermanas, a las personas más
significativas de nuestra vida, ya muertas.
Pero la vida está compuesta también por
momentos de alegría. Es en la alegría de la relación con los niños que el
anciano puede leer el misterio del don de la vida y descubrir ese hilo ininterrumpido
que entrelaza a las generaciones.
Los niños, sin embargo, no insertados todavía
en la vorágine de nuestra sociedad de producción, necesidad y consumo que
caracteriza al mundo occidental y que le impide escuchar al anciano, estos
niños están en condiciones de escuchar a las personas ancianas, escuchar las
voces más profundas, esas que los adultos, demasiado ocupados, ya no saben
escuchar. Porque el anciano, cuando habla, cuando les cuenta cuentos a los
chicos, está siempre indicando una meta, un secreto del mundo, una posibilidad
de buscar algo nuevo. En sus palabras no está sólo el pasado que viene a la
luz, sino la posibilidad de una nueva manera de vivir el futuro.
El camino de la vejez nunca va hacia el olvido,
como querría la ley del tiempo, sino hacia la memoria que reclama, no
simplemente el pasado sino, para quien sabe escuchar, también el futuro. Todo
se puede concretizar en el espíritu que pongamos en nuestros ancianos, porque
solamente ese espíritu trasciende la temporalidad de la vida.
Porque al final el polvo vuelve al polvo y el
espíritu vuelve a Dios que es quien lo dio.
Eclesiastés 12:7 RV “y el polvo vuelva a la
tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”
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