La verdadera dinámica de la existencia humana
va más allá del individuo mismo y está dirigida al otro, a algo o a alguien, es
decir, hacia un significado que debe ser realizado en el amor hacia otras
personas. Trabajando en algo fuera de su ego, el hombre se realiza a sí mismo.
Cuanto más se dedica a los otros, tanto más hombre se es.
Hay dos modalidades de vivir la ancianidad, que
se basan sobre dos pensamientos opuestos: el de quien se refugia en un pasado
irremediablemente perdido y, por lo tanto, al envejecer cae en la
desesperación; y el de quien busca revivir el pasado en el presente. En síntesis,
puede existir un viejo que viva un envejecimiento bueno y justo, alcanzando a
vivir su presente como un tiempo que llega desde su pasado y que tiende hacia
el futuro.
A esta altura se puede afirmar que solamente
envejece en forma conveniente quien en su interior acepta llegar a viejo y
también que, con mucha frecuencia, la persona no acepta esto, sino que,
simplemente, lo soporta.
Lograr mucho de todo esto depende de que la
comunidad misma acepte a la vejez; que le otorgue, con honestidad y
cordialidad, el derecho a la vida que le corresponde. La comunidad debe dar a
quien llega a la ancianidad la posibilidad de envejecer de una manera digna. La
familia, los amigos, el contexto social, los organismos oficiales, el Estado
tienen su responsabilidad al respecto.
La percepción y la actitud que la persona asuma
ante la realidad de la cual la vida toma su sentido o lo pierde, depende de:
a.
La
percepción de sí mismo; es decir, la percepción de sus necesidades, de la
puesta en práctica del proceso de satisfacción de éstas, de la priorización
entre la necesidad y su satisfacción;
b.
La
percepción de los demás; es decir, la percepción de las relaciones humanas
significativas en sí mismas y en cuanto se vinculan con los procesos de
satisfacción de las necesidades personales del anciano;
c.
La
percepción de la totalidad; es la percepción del significado atribuido a los
valores singulares emergentes de la percepción de sí mismo y de los demás, del
significado atribuido a la propia existencia respecto del devenir de la
historia y de la realidad.
Sin embargo, para que la persona anciana se
perciba insertada en un ambiente dado y para encontrar en él sus motivaciones y
sus preferencias debe todavía:
-
Tener
un mínimo de interacción: no puede carecer de contactos periódicos;
-
Aceptar
valores y normas: se forma parte en algo, cuando psicológicamente se comparten
creencias y normas de grupo;
-
Identificarse
con el grupo: la persona se asimila a su grupo de pertenencia, lo percibe y lo
siente como parte de sí mismo;
-
Ser
aceptada, recibida, deseada por una comunidad.
“Un hombre se dice adaptado cuando disfruta de
un relativo bienestar físico y psíquico, se siente bien y no está turbado por
preocupación alguna; mientras que se es desadaptado cuando se encuentra en una
situación parcial o completamente opuesta a la descripta” (OMS).
·
Calidad de vida y
valores
Las condiciones de vida inciden notablemente
sobre el ánimo. No es fácil comprender el significado del estar bien estando en
un geriátrico, al menos tal como se lo concibe hasta ahora. Para estos
huéspedes ancianos, es difícil decir, sí a la vida, cuando se sienten sin
ayuda, sin esperanza y olvidados. El hogar de ancianos es vivido con frecuencia
por los huéspedes, por el staff, por las familias, como una terminal, como un
lugar para morir y este es quizás, el rostro más dramático de la vejez.
La internación en un hospital o en un hogar de
ancianos puede aumentar al anciano el sentimiento de estorbo, obligados a ceder
a otras personas el control de la vida y de la muerte. Esto hiere a la persona
en su autoestima y desintegra su identidad. Con el riesgo de convertirse en
personas anónimas, con tendencia a aislarse y con el riesgo de transformar
inconscientemente una afección psíquica en orgánica. Los ancianos internados en
institutos geriátricos pueden asumir, frecuentemente en las que, postrados por
los años y las fatigas, tienden a invocar frecuentemente a la muerte en esos
instantes de vacío existencial.
En este ambiente, al anciano no le queda otra
alternativa que encerrarse en sí mismo, sin identidad alguna, muerto antes de
que la muerte biológica lo saque de un mundo en el que ya no hay un lugar para
él.
El estado de salud tiene también notables
repercusiones sobre la animosidad del anciano. La ancianidad en sí misma no es
causa de enfermedad, pero aumenta la probabilidad de enfermedades crónicas.
Esto hace que muchas veces que la enfermedad parezca caracterizar la edad
avanzada. Los problemas físicos pueden ser un obstáculo notable para la persona
anciana en la gestión de su ánimo. Por ejemplo, el proceso de pérdida de la
audición o su disminución, puede provocar cuando no es tratada oportunamente:
aislamiento social, pérdida de autoestima, reducción de la movilidad,
retraimiento de la vida social, depresión, trastornos del sueño y del apetito.
Tampoco olvidemos que, con el avance de los
años, la aparición o agravamiento de patologías pueda provocar problemas más
severos, por ejemplo, las relacionadas con la pérdida de la autosuficiencia.
Pero, evidentemente, depende también de múltiples factores muy específicos, personales,
ambientales y familiares, que pueden influir sobre el grado de severidad que la
enfermedad puede causar.
De esta manera se pone en evidencia cómo causas
biofísicas, espirituales, socioculturales, psicológicas se suman a afrontar
consecuencias cada vez más negativas. Sin embargo, el nivel de salud del
anciano experimenta mejoría, si se le propicia la posibilidad de tomar decisiones
psicológicas que le permitan una elección del lugar donde situarse, el espacio
a utilizar y la posibilidad de disponer libremente de sus cosas.
·
Frente a la muerte
Se que es un tema que obviamos conscientemente,
pero la ancianidad también significa pensar en la muerte. Cuando se habla del
anciano y del envejecimiento como de un proceso de separación, en el fondo está
influyendo la conciencia de la muerte.
El anciano, ciertamente, no siempre está
pensado en la muerte y cuando lo hace, lo hace con serenidad, el sufrimiento y
la dependencia son sus temores urgentes, pero se da cuenta de que su
perspectiva de futuro se cierra cada vez más. En otras palabras, de que su vida
en el mundo, tiene un término.
Esta conciencia, aunque acompaña al hombre
desde su nacimiento, en realidad se acentúa en el período de la ancianidad,
cuando el mensaje que le llega a la persona anciana es subrayado por la muerte
del cónyuge, de parientes, de amigos; por la soledad de quien sobrevive a sus
coetáneos. La comprensión de la muerte puede surgir de distintos significados
espirituales que se expresan como respuesta a las siguientes preguntas, propias
del envejecimiento:
1. La del anciano joven: ¿qué haré de mi vida?
Es la pregunta que acompaña al menos tres
momentos de la vida: la adolescencia, la crisis de la mediana edad y la crisis
de la ancianidad que sigue al retiro laboral;
2. La del anciano medio: ¿en qué consistirá mi
muerte?
Es la pregunta que puede ser respondida tanto
por la afirmación de la esperanza en otra vida, como por la muerte rápida o por
la muerte sin dolor;
3. La del anciano desvalido, frágil o
abandonado: ¿por qué debo sufrir de este modo?
Se puede responder de tres maneras distintas el
vivir el sufrimiento: (1) el sufrimiento transforma (cuando Dios parece no
responder a la oración); (2) el sufrimiento como manifestación exterior de queja
y de llanto; (3) el sufrimiento que es liberación y cambio (cuando el anciano
que sufre le da un sentido a su dolor; cuando el sufrimiento es fuente de
fuerza y de esperanza). Y este sentido no puede ser impuesto; debe ser asumido
por cada uno en forma personal.
CONTINUARA LA PROXIMA
SEMANA
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