En las sociedades antiguas ser anciano era
sinónimo de ser sabio, por aquello de la sabiduría que proveen los años
vividos, la experiencia, etc. Las canas, los cabellos blancos, implicaban
reverencia, respeto, reconocimiento y atención. El viejo era no sólo amado,
sino muchas veces consultado como fuente de objetividad, de consejo divino,
capaz de dirimir las cuestiones más difíciles que demandaran juicio...
En la actualidad nuestras sociedades modernas,
más cultas y más civilizadas han marginado a los abuelos, sin importar ni
siquiera cuál sea el consejo bíblico respecto de ellos.
Ahora el ser viejo significa estar en la cuenta
regresiva esperando el desenlace. Ser viejo significa estar fuera de juego. Ser
viejo significa haber hecho ya la propia vida y sentarse sólo a ver cómo viven
los otros, los jóvenes, los espléndidos jóvenes, los que tienen todavía un
lugar en el mundo.
Adolfo Bioy Casares, escritor argentino que
frecuentó las literaturas fantástica, policial y de ciencia ficción y es
considerado uno de los escritores más importantes de su país y de la literatura
en español, hace años escribió la novela “El diario de la guerra del cerdo”, en
la que describía, en su género fantástico, a una hipotética sociedad del futuro
que mataba a los abuelos. Pero, claro, eso era literatura fantástica, o ciencia
ficción, no realidad... lo cierto es que la sociedad en que vivimos no mata a
los abuelos... pero los deja morir, muchas veces...
La pregunta es, ¿qué papel debemos adoptar,
como Iglesia del Señor, frente a este fenómeno? ¿Debemos seguir los dictados
que el mundo nos impone o debemos fijar las normas bíblicas al respecto y
seguirlas fielmente?
Para comenzar, deberíamos encuadrar el fenómeno
de la ancianidad de acuerdo con los modelos bíblicos. Esto es, ¿cómo ve la
Biblia a los ancianos?... Veamos:
- · Job 12:12: "En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia."
- · Proverbios 16:31: "Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia."
- · Proverbios 20:29: "La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez."
- · Salmos 92:14: "(los justos...) Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes."
- · 2ª Corintios 4:16: "Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día."
La vejez, según Dios, es vista como gloria,
hermosura, honra, inteligencia, vigor, edad fructífera, vida interior renovada.
Y ¿qué decir del mandamiento bíblico para los
jóvenes de honrar a los padres? ¿Caducará cuando ellos sean ya mayores? ¿Por
qué merecerían nuestra honra, si Dios no los considerara diferente de lo que
esta sociedad los considera?
Según parece, la visión de Dios respecto de los
abuelos no es, por cierto, la nuestra, y no es, desde luego, la que nos ha
enseñado la postmodernidad, tan sabia y superada.
Ahora bien, esta hermosa visión bíblica del ser
viejo, debe enfrentarse con el aquí y ahora, debe vérselas con una realidad
absolutamente contraria a ella: en verdad, el ser humano llegado a cierta edad
(y cada vez más temprano) debe afrontar varios fantasmas difíciles de digerir y
debe aprender a convivir con ellos ante una realidad social en la que esta
misma sociedad los hace llegar a el fin de su "vida útil".
Para la economía, pasa a ser un
"pasivo". Ya no produce. No genera riqueza, luego, no existe. No
puede trabajar más o no debe trabajar más. Se jubila. Necesariamente debe
abandonar su carrera, su vocación, su estilo de vida, sus horarios, sus
responsabilidades, aquello que hizo cada día de su vida durante años. Es hora
de pantuflas y sillas mecedoras, no importa cuán vital uno se sienta. Pasa de
ser protagonista a ser espectador. Pasa de vivir la vida y de hacer la vida, a
ver la vida desde afuera... Y por esto mismo, comienza a tener apremios
económicos, por lo menos en nuestras sociedades poco desarrolladas del tercer
mundo.
Y ya que ha sido obligado a abandonar su
actividad natural, ahora deberá hacer cualquier cosa para ganarse un céntimo si
no quiere resignarse a pasar apreturas económicas. Así es que, al llegar a la
madurez, la persona no sólo deberá abandonar lo que siempre le ha gustado, sino
que además deberá aprender a hacer lo que nunca hubiera hecho...Y por mucho
menos dinero de lo recomendable... Ya no podrá vivir como antes, ni disfrutar
como antes, ni vestirse como antes, ni divertirse como antes, ni tener
vacaciones como antes, ni atenderse médicamente como antes, justo ahora, que
empiezan a aparecer todos los achaques. Ahora pasa a la tele sin cable, la
radio sin baterías, la comida sin sal, las cuentas de energía eléctrica y el
auto en la cochera... y... y… y...
Y los abuelos tienen temores y ansiedades de
todo tipo: el cuerpo ya no responde, el dinero no alcanza para los medicamentos
y quién se podrá hacer cargo de uno… los amigos van partiendo uno tras otro
como las hojas caen del almanaque.
El tiempo sobra y el abuelo no sabe qué hacer
con él. En esta nueva calidad de espectador que le han asignado no se siente
cómodo, pero nadie le pregunta si está o no cómodo. No le han dado a elegir
esta situación...
No hay nada qué hacer con el tiempo: se duerme
más de la cuenta o a veces se padece de insomnio, con lo que el día y sus
ansiedades se alargan más de lo recomendable.
Comienza el ensimismamiento. La soledad se
agiganta, (se casan los hijos, hacen su propia vida) y con ella, la depresión
siempre lista para atraparlo...Nada que hacer, nada que esperar, nada que
interese...Nada...
La existencia parece convertirse sólo en una
espera. La espera del fin, espera de lo inevitable. Ya no hay proyectos, no hay
motivaciones, no hay medios para lograrlos. Ya no se es importante.
Ahora bien, este panorama parece ser muy
desalentador, quizás descrito con demasiado dramatismo y sin embargo, así es la
realidad, matices más o menos, de cientos de personas de nuestra sociedad y de
nuestras iglesias también, pero como iglesia no podemos permanecer ajenos.
¿Cómo hacer para que la tercera edad no se
convierta en una terrible edad? ¿Cómo hacer para que la vejez no resulte ser la
muerte a plazo fijo, adquirida en incómodas cuotas?
Hay una tendencia en psicología, llamada
"logoterapia", que plantea una premisa por demás interesante, tomada
a su vez de un filósofo existencialista llamado Nietszche y que plantea:
"Quien tiene un por qué y un para qué de la existencia, encontrará
seguramente un cómo". La clave es, entonces, encontrar nuevos propósitos
para la vida en esta nueva etapa.
Encontrar nuevos por qué y para qué. Una o
varias razones que den contenido a la vida ahora que parece haberse vaciado del
contenido que tenía. Aunque para encontrar estos propósitos, como es obvio, lo
necesario es tener la disposición de buscarlos.
Estos propósitos podrán ser de tres tipos
diferentes, y todos serán muy importantes, y no excluyentes: propósitos
espirituales, propósitos del alma, y propósitos materiales y/o físicos.
Propósitos
espirituales:
todo ser humano necesita cultivar la dimensión espiritual, porque él mismo es
un ser dotado de espíritu, y si no atendiera a dicha dimensión estaría
desatendiendo parte esencial de él mismo, con lo cual sería un ser incompleto.
Mucho más aún un hijo de Dios, quien debe cultivar hasta el fin la relación con
Dios quien hará que el hombre interior se renueve día a día, como dice la
Palabra, permitirá que siga produciéndose un crecimiento espiritual, porque
cuanto más conocemos a Dios más nos resta por conocerle y además hará que la
paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento pueda llenar el corazón y los
días con alegría, regocijo y esperanza.
Propósitos
del alma:
el área de nuestra mente es también muy importante, los pensamientos, los
sentimientos, los gustos, las pasiones. La edad madura es la oportunidad de
leer aquello que nunca tuvimos el tiempo para leer o dedicarse al hobbie que
siempre tuvo que postergarse por cualquier razón, de cultivar las amistades que
los hijos y el trabajo fueron dejando de lado.
Propósitos
físicos o materiales:
cuando uno debía cumplir cientos de obligaciones siempre penaba por el escaso
tiempo para caminar, para pasear o hacer otra actividad física. Pero resulta
que ahora cuando el tiempo es lo que sobra, las fuerzas faltan y entonces el
sillón frente al televisor es la opción más apetecible. Sin embargo, alguna
actividad adecuada a la edad y al estado físico siempre redundará en una mejor
salud y una mejor salud mejora la calidad de vida, y la mejor calidad de vida
dará tregua para la satisfacción del alma y el espíritu. Una caminadita al sol
con un amigo, un suave ejercicio de relax por las mañanas. ¿Y qué decir de un
pequeño trabajo, más allá de la necesidad económica? O de seguir cultivando las
habilidades manuales o literarias que haya poseído en la juventud.
Ahora bien, encontrar estos propósitos hará que
la vida siga siendo digna de vivirse. ¿Cómo encontrarlos?
Continua Próxima Semana
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