Envejecer es todavía el único medio que se ha
encontrado para vivir mucho tiempo.
En respuesta a preguntas frecuentes sobre la
ancianidad, presentamos esta especie de resumen de las cosas más importantes de
conocer y considerar; la ancianidad transcurre desde los 60 ó 65 años en
adelante. En ella, es inevitable que las energías físicas no sean las de
siempre, pero no por ello, la vida tiene por qué ser vivida sin entusiasmo. Solo
entonces se posee una gran ventaja sobre las demás, la experiencia; el anciano
sabe, mejor que nadie, qué es lo que vale la pena y se puede hacer de la vejez
el momento más creativo de la vida.
Desde la adultez se producen deterioros que en
esta etapa se acentúan. Ellos son: pérdida de la elasticidad muscular, decrece
la capacidad de percepción que afecta sobre todo a la visión, la audición,
disminuye los tiempos de reacción.
Por otra parte, con el envejecimiento se van
eliminando muchos lazos afectivos, los ancianos sufren pérdidas de afectación
psicológica, ya sea por fallecimiento de su pareja, de otros familiares
allegados, de sus amigos y, a veces, de sus propios hijos; con la suma al dolor
de la muerte de un ser querido, sobreviene una progresiva situación de
aislamiento afectivo.
Cada fallecimiento les recuerda que pronto
puede ser el turno de ellos. Los vínculos con los hijos se suelen debilitar con
la edad, así que lo ven con escasa frecuencia y cuando conviven con ellos se
sienten como una carga.
Como resultado de estos factores se acumulan
situaciones como las vivencias de desarraigo y abandono, de falta de
expectativas ante el futuro; de soledad, aburrimiento, inutilidad y de
frustración afectiva, que pueden llevar a la desesperanza y fracaso.
La frecuencia de enfermedades, la pérdida
progresiva de prestigio, poder social y adquisitivo, la inactividad e incluso
la sociedad hacen que los ancianos tiendan a refugiarse en su pasado, ya que en
muchos casos es lo único que les queda, pues el presente y el futuro pierden su
valor frente a lo que ocurre con los jóvenes.
No obstante, la vejez puede ser una época de la
vida tan feliz como las otras. Todo depende, en muchos casos, del propio
proyecto de vida desarrollado con anterioridad.
Las diez enfermedades más frecuentes en mayores
de sesenta y cinco años son:
- Hipertensión arterial.
- Artrosis.
- Bronconeumopatías crónicas.
- Insuficiencia cardiaca.
- Enfermedad vásculocerebral crónica.
- Cardiopatía isquémica.
- Reumatismos inflamatorios.
- Diabetes.
- Demencia senil.
- Depresión.
Durante esta etapa de vida es urgente y
necesario ocupar el tiempo libre. El trabajo es para algunos, la única
actividad que les produce interés. Cada persona, según sus propias tendencias,
amplía su círculo de actividades e intereses, de modo que, al llegar a la
vejez, pueda ocupar en ello, el tiempo amplio que tiene a su entera
disposición.
Es fundamental planificar ese tiempo libre y
sacarle el máximo provecho posible. La mayor parte de los ancianos, salvo
impedimentos físicos están en disponibilidad de fortalecer y ampliar
progresivamente actividades. Principalmente la cultura, que no pierde finalidad
a esta edad.
Este es un buen momento para desarrollar pasatiempos
que se emprendieron en otras épocas y, sobre todo, para afianzar lazos
afectivos con otras personas. Puede ser una buena época para viajar, para leer,
para disfrutar los interesantes conocimientos que han acumulado con la
experiencia.
Se dispone de suficiente tiempo como para llevar
a cabo una investigación o para integrarse en grupos que colaboran en causas
humanitarias, religiosas, ecológicas, etc.
El principal obstáculo a veces es tomar una
decisión en informarse y dar el primer paso.
La vejez equivale así en un gran tiempo de
ocio, supone la posibilidad de dedicarse a las actividades que verdaderamente
engrandecen al hombre.
Indudablemente está cerca la vivencia de la
muerte y aunque se suele decir: yo no tengo miedo a morir, a todos, de una u
otra forma, nos asusta la muerte.
El envejecimiento y la vivencia de la muerte están
íntimamente relacionados. A medida que la vida avanza, el aviso de fin se hace
cada vez más insistente.
Cuando una persona se entera que va a morir por
alguna afección, entra en una especie de shock, y lo mismo ocurre con las
personas que la quieren. Luego, tanto el afectado como sus seres queridos
entran en un proceso de cuatro fases:
1.
Rechazo.
En ella la enfermedad mortal no se acepta, se niega su existencia. Hay personas
que hasta llegan a abandonar el tratamiento o las visitas al médico con tal de
no volver a escuchar otra vez sobre la enfermedad que puede ser fatal. Otras,
incapaces de asumir su destino, visitan médicos y curanderos buscando
inútilmente que alguno cambie de diagnóstico.
2.
Autocompasión.
Cuando no hay más remedio que asumir este hecho, la persona se compadece de su
muerte.
3.
Rebelión.
Es la fase de lucha en la que el enfermo intenta vencer o frenar el avance de
la muerte. Hay una concentración en esta idea, el cuerpo y el espíritu se
mantienen en actitud de combate. Y es cuando la ayuda de los seres queridos es
fundamental.
4.
Aceptación.
Es la fase en la que se pone en paz consigo mismo y con todo lo que le rodea,
hace balance de su vida e intenta vivir sus últimos momentos; suele
caracterizarse por la serenidad y la resignación.
Estas cuatro fases no son estrictas. Hay
personas que pasan de la primera a la última directamente; otras, sólo viven
una de ellas.
Muchos son los factores que influyen en la
actitud de las personas ante la muerte. La fe, el creer en Dios y la esperanza
de una vida futura confortan, dan entereza y resignación a la hora de
enfrentarse con la muerte y soportar la pérdida de seres queridos; hay personas
que han vivido alejadas de todo lo divino y que al acercarse a sus últimos días
necesitan reencontrarse con Dios.
Es necesario proteger afectivamente al anciano,
debido al deterioro que sufren todas sus funciones físicas y psíquicas deben
amoldarse a unas limitaciones personales, y por otro, a las limitaciones que le
impone su medio social.
Dejar al anciano que siga viviendo en su mundo,
que hable de su vida, sus recuerdos tranquilamente, sin que nadie le interrumpa
o se burle de él, es esencial para que no se sienta desplazado afectivamente:
toda su vida, en cierto modo, vuelve a tener sentido y un sentido vivísimo. La
ancianidad se convierte así en el momento en que mayor gratitud se siente por
haber vivido.
Los que llegamos a esta etapa y hemos tenido la
bendición de conocer Jesús de Nazaret como nuestro Señor Salvador, tenemos una
gran promesa: Isaías 46:4 “Aun en la vejez, cuando ya peinen
canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y cuidaré de ustedes;
los sostendré y los libraré”
¿Qué no has conocido a Jesús? Aun es tiempo,
camina o que te lleven a la iglesia cristiana mas cerca de tu domicilio,
seguramente te acogerán, te presentaran a Jesús y por estar cerca podrás estar
visitándola.
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