Ser anciano implica haber vivido una prolongada
existencia, encontrarse al final de un largo viaje, quizá demasiado cansado. La
ancianidad es también tiempo de despedidas. Las cosas y los afanes le van
dejando a uno. También la gente querida que ha partido antes que nosotros. Con
frecuencia se siente el abandono de quienes más recibieron.
Es inevitable envejecer; pero no se puede ser
buen anciano si no es con mucha gracia de Dios y sin una continua lucha
personal. Por ello, la vejez, que es tiempo de serena recogida de frutos, puede
ser también tiempo de naufragios.
No es la vejez una época vacía o inútil. Es
época de lucha ascética, de heroísmo, de santidad. A pesar de la decadencia
física, la gracia de Dios rejuvenece el alma con fuerzas sobrenaturales y la fe
ahora se manifiesta en milagros, porque pareciera que el Señor ya casi se
muestra en vivo a cada anciano.
Hay una gran diferencia entre llegar a la vejez
siendo un hijo de dios a llegar a la vejez siendo una persona inconversa y la
gran diferencia es la esperanza que nuestro dios da
Me encontré con esta muy bonita anécdota que
deseo compartir contigo, amigo lector, con la esperanza que obtengas un buen
momento de lectura y reflexión:
Entre el
silencio del amanecer se escuchaba una voz, ya quebrantada por la edad, que
recitaba la siguiente oración: “Padre, muchas gracias por este nuevo día que me
has regalado, por favor provee el pan para hoy, en mi mesa.” Era la voz de
Noemí, una anciana de 89 años, que se levantaba a orar todas las mañanas a
primera hora.
La vida
de la anciana no era muy fácil, había sufrido la pérdida de su esposo y por ser
estéril nunca pudo tener hijos. La pobreza invadía su humilde hogar y la
principal preocupación de cada día era tener alimento en su mesa.
Un día en
particular su vecino la escuchó orar, muy temprano como de costumbre. Él era un
hombre ateo y pensando en demostrarle a la anciana que no existía un Dios que
la escuchara, tuvo la idea de ir a comprar pan y entregárselo.
Tal como
lo había planeado, tocó a la puerta de la anciana. Ella pronto abrió e
inmediatamente aquel hombre le dijo las siguientes palabras: yo he escuchado
que usted ora pidiendo pan a su Dios, muy de mañana, y ya que él no le responde
yo fui a comprarlo para dárselo.
La
anciana sonriendo le dijo: Sé que Dios me ha respondido, usted ha sido el medio
que él ha usado para que yo tenga pan en mi mesa este día. Aquel hombre
admirado por la respuesta y la fe de aquella anciana, le entregó el pan y se
retiró.
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y
cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo
secreto te recompensará en público.” Mateo 6:6
Muchas veces no vemos más allá de lo que
nuestros ojos nos permiten y creemos que lo que tenemos es producto meramente
de nuestro esfuerzo, trabajo o suerte. Pero debemos aprender a ver con los ojos
de la fe. Entonces nos daremos cuenta que las cosas no llegan por sí solas, hay
un Dios que cuida de tu vida y provee lo necesario para ti y tu familia según
la medida de tu fe.
Hay una frase que dice: El esfuerzo humano más
el poder Divino es igual al éxito. Es claro que las bendiciones no caen
literalmente como lluvia. Dios usa diferentes medios para hacernos llegar sus provisiones
y por supuesto él hace prosperar el esfuerzo y empeño que ponemos en nuestras
labores y es importante que sepamos reconocer que toda bendición proviene de
Dios y debemos ser agradecidos con él.
Cada vez que reconocemos y agradecemos a Dios
por su ayuda nuestra fe crece y se fortalece. Eso nos motiva a seguir creyendo,
a confiar y depender de nuestro Padre Celestial.
Como dice el texto bíblico citado
anteriormente, nuestras oraciones sinceras y secretas con Dios, son
recompensadas. Y la gente a nuestro alrededor podrá ver el fruto de nuestra fe
y será para testimonio a aquellos que aún no creen en el poder de Dios.
Medita hoy en las bondades que Dios ha
depositado en tus manos y no olvides agradecer y compartir con otros para que
esas bendiciones se multipliquen y tu fe se fortalezca aún más.
La opción que se nos plantea es vivir la edad
madura como un almendro florecido, o como una higuera estéril: una higuera
estéril ya no sirve. Sus ramas se secan, su hermosura se extingue, su razón de
ser ya no existe. Ya no dará fruto, ni sombra, ni abrigo... Es arrancada, y
quemada en el fuego...
El libro de Eclesiastés (cap. 12) compara a la
vejez con un almendro florecido, por el color blanco de sus flores, como
coronando una cabeza encanecida por los años. Y es verdad que se oscurecen los
que miran por las ventanas (v.3: los ojos); y se van cerrando las puertas de
afuera (v.4: los oídos); y cesan las mulas (v.3: los dientes), y crecen los
temores (v.5), y se perderá la fortaleza de antaño (v.5), y la alegría de vivir
disminuye (v.4)... Es el ciclo de la vida, y hay que aceptarlo y afrontarlo con
paz...Depende de uno cómo decida vivirlo, y depende también de uno, cómo ayude
a los demás a afrontarlo...
Porque una higuera estéril ya no sirve de nada,
pero un almendro florecido no sólo es bello, sino que anuncia que pronto
volverá a dar fruto...
¿Y es posible? Si es posible, porque mientras
hay vida, hay esperanza.
No olvidemos que nuestro Dios es el dador de
vida.
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