Génesis 15:15 NVI “Tú, en cambio, te reunirás
en paz con tus antepasados, y te enterrarán cuando ya seas muy anciano”
La vejez, no siempre es una situación
agradable; humanamente no es para muchos la etapa ideal. Siempre hay
experiencias negativas que afectan en estos momentos. Hay como un cierto
sentimiento de rechazo social, pues la cultura dominante no aprecia la vida de
aquellos que no producen y hasta se les designa con el nombre de clases
pasivas.
Los jóvenes vienen abriendo nuevos caminos y
dejan marginados a los que entregaron su vida antes, sin agradecer muchas veces
los servicios prestados.
Ahora los viejos parecen ciudadanos de un país
extraño, en el que no siempre se encuentran o sienten incluidos. Los mensajes
implícitos que reciben les hacen sentirse sin esta pertenencia, pues la
cultura, los gustos y costumbres, la pérdida de amistades, provocan cada vez más
el aislamiento de un entorno que les resulta lejano e incomprensible. Hasta los
cambios urbanísticos terminan por destruir aquellos lugares que guardaban los
recuerdos y momentos felices de otras épocas.
No es extraño, por tanto, que la soledad y el abandono
le acompañen, con más o menos fuerza, en esta etapa final. Pero reconocer con
realismo esta situación, no significa dejarse vencer cobardemente por ella.
Lo peor en tales momentos sería encerrarse en
sí mismo, huir con los recuerdos hacia un mundo pasado para no encontrarse con
la realidad de la que quieren ingenuamente escaparse y de la que realmente
nadie escapa. O llevar una vida de inercia y aburrimiento, que pretenden
encubrir con otras evasiones superficiales y que no eliminan su malestar interior.
Una cierta tristeza persiste por dentro que agría y entorpece las buenas
relaciones con los demás y que a veces, también aflora en el rostro de estas
personas.
Ahora la sociedad empieza a preocuparse para
ofrecer a este segmento generacional nuevas posibilidades que fomenten su
cultura y desarrollo humano. Los programas y proyectos incluyentes para la
tercera edad, aumentan por todas partes, buscando cumplir con este objetivo.
Sin embargo, los creyentes tenemos otras alternativas para conseguirlo, que
quisiera sugerir con brevedad. La vejez constituye para nosotros, una llamada
hacia la trascendencia, que nos abre a Dios y a las personas que nos rodean.
La vida se constata en las vivencias
inevitables de las pérdidas y residuos. Desde que nacemos siempre habrá algo
que nos tocará abandonar y renunciar. El renunciar, es condición necesaria para
seguir adelante. Lo que pasa es que, para el joven y el adulto, tales pérdidas
no tienen mayor importancia, pues viven de cara a un futuro, cargado de expectativas
y nuevas posibilidades, que compensa cualquier frustración. Aun en las
circunstancias más molestas, les queda por dentro una esperanza que suaviza
cualquier dificultad. Están en camino hacia una meta a la que aspiran y el
abandonar el pasado, lo hacen con gusto, como una condición necesaria para
subir hacia su meta. En esas edades, lo que se deja es para suplirlo de
inmediato con otra alternativa y mejor.
En cambio, en la persona mayor, su mirada se
centra mucho más en el pasado ante las pocas posibilidades que le ofrece su
porvenir. La realidad que ahora vive ha perdido la riqueza de otros momentos
anteriores. El deterioro orgánico, aun sin patologías concretas, aumenta de
forma continua. El sentir de que las capacidades biológicas se reducen y la falta
de fuerza en los diferentes niveles de su personalidad, recuerdan
constantemente, que la esperanza de vida se va también agotando. No se trata
sólo de las pérdidas más conmovedoras, como la enfermedad crónica, el ingreso
en una institución asistencial o una inmovilidad permanente, sino ese cúmulo de
pequeños gestos e incidentes de la vida ordinaria que, aunque sean mínimos e
insignificantes desde fuera, transmiten un mensaje permanente que le dicen al
anciano: has dejado de ser lo que fuiste antes.
Por ello, no queda otro consuelo que traer a la
memoria su pasado para que otros vean y la misma persona mayor se convenza, que
sigue siendo alguien, a pesar de las deficiencias actuales.
Cuando se llega a anciano y se vive en un
ambiente que no lo honra y por el contrario lo abandona, este anciano necesita
repetir los acontecimientos de su historia, porque desea que otros la escuchen
para que nadie olvide que su vida fue bastante diferente a la que ahora se va
apagando.
El “aún no” del joven, que dinamiza y estimula
su avance, se ha convertido en el “ya no” del viejo, sin nada para luchar por
un futuro que no visualiza y muchos menos se le ofrece espiritual y
materialmente.
Yo creo que es posible llegar a una
conciliación de intereses.
Primero se trata de reconocer la propia finitud
de la existencia y segundo aceptar el destino que a todos nos afecta, aunque
sea doloroso, sin rebeliones internas que no sirven para nada. Hay que
enfrentarse con esta verdad, por muy desagradable que parezca, como la única
condición para vivir con paz y serenidad estos momentos.
Es entonces, cuando el creyente puede escuchar
la llamada de Dios con una fuerza más grande. Debemos entender que abrazar la
verdad de la vida en la tercera edad y lo que con ello viene, constituye
incluso una terapia psicológica, la mirada sobrenatural expuesta por la Palabra
de Dios, ofrece una nueva perspectiva, cargada de esperanza.
Cuando Dios se acerca entre los finales de la
vida, es cuando podemos vivir Isaías 46:4 NVI “Aun en la vejez, cuando ya
peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y cuidaré de
ustedes; los sostendré y los libraré”
A estas alturas de la vida, cualquier persona
ha tenido ya múltiples experiencias de tantas cosas como se van quedando en el
camino. Son como muchas las pequeñas muertes que se han vivido para así darse
cuenta de que todo es frágil y relativo. Sólo Dios se vislumbra como el único
absoluto y la meta definitiva hacia la que nos dirigimos.
Lo que acontece, como sabemos también por
experiencia, es que nuestro caminar se hace cansado y lento, pues nos sentimos
muchas veces atraídos por otras realidades que opacan a Dios. Nos cuesta estar
emocional y espiritualmente libres para convertirlo, de verdad, en el valor más
importante. Por ello, cuando la vida nos impone con realismo ese continuo
despojo, el cristiano podría ver, en ese acontecimiento humano y universal, una
presencia salvadora.
Dios mismo en cumplimiento de Isaías 46:4, es
quien acosa, destruye ilusiones engañosas, cierra salidas falsas, despoja de
lastres que paralizan, corta amarras, purifica el corazón y lo libera, para que
por fin no tengamos otro remedio que entregarnos a Él. Es una pedagogía amorosa
que facilita este gran descubrimiento.
Las estadísticas constatan que la religiosidad
aumenta en las personas mayores. Algunos interpretan este dato como una
búsqueda de seguridad definitiva, cuando las fuerzas humanas se vienen abajo;
como recurso eficaz para superar los temores inconscientes ante la muerte y el
más allá desconocido.
Aunque la experiencia sobrenatural tenga sus
ambigüedades y esté condicionada por mecanismos psicológicos, sería falso
encontrarle esta explicación. Son momentos propicios para comprender mejor la
relatividad de las cosas y alzar la mirada por encima de ellas, abriéndose con
asombro a los nuevos horizontes de la fe.
Son los momentos en los que como si Dios
quisiera prepararle a cada anciano la hora en que él también, como Simeón,
pudiera recitar su cántico gozoso: “ahora, Señor, según tu palabra, puedes
dejar a tu siervo irse en paz, porque han visto mis ojos tu salvación” Lucas
2:29…30.
Queridos creyentes, Cristo es quien da un
verdadero sentido a la muerte.
Nos imaginamos a la muerte como algo que viene
a destruir; imaginémonos, más bien, a Cristo que viene a salvar. Pensamos en la
muerte como en un final: pensemos mejor en una vida que comienza más
abundantemente. Pensamos que vamos a perder algo; pensemos que vamos a ganar
mucho. Pensamos en una partida; pensemos en un encuentro. Pensamos que vamos a
marchar; pensemos en que vamos a llegar. Y cuando la voz de la muerte nos
susurre al oído: “Tienes que dejar la tierra”, oigamos la voz de Cristo que nos
dice: “¡Estás llegando hacia Mí!”.
Los que somos padres y hemos tenido hijos que
han estado fuera del hogar por largo tiempo, por sus estudios, por ejemplo,
hemos experimentado el gozo profundo al ver que el hijo regresa luego de
terminar sus estudios. Este gozo es un pálido reflejo de lo que debe sentir el
Señor cuando ve a uno de sus hijos retornando al hogar. Por eso dice la Biblia:
estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos.
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