“Cuando yo estudiaba en.…”, “Cuando yo vivía en
México...”, “Cuando trabajaba en.…” de esta manera muchas personas mayores comienzan
a narrar trozos de su historia, generalmente con nostalgia e ilusión de
encontrar alguien que los escuche. Pero a veces no es fácil, porque la historia
se repite, siempre la misma.
Realmente, el proceso de envejecimiento produce
diferentes cambios: de identidad, de autonomía, de pertenencia, etc.
Para afrontar la crisis de identidad muchas
personas mayores disponen de este recurso: el retorno al pasado o lo que
conocemos también como reminiscencia.
Decía Aristóteles en la Retórica que “los
ancianos viven más de la memoria que de la esperanza, porque el tiempo que les
queda por vivir es muy corto en comparación con su largo pasado... Esta es la
causa de su locuacidad. Hablan continuamente del pasado, porque gustan de
acordarse”.
Pero no siempre este regresar al pasado, es
bien entendido. Según la creencia popular, la tendencia que tiene la gente
mayor a recordar su vida pasada no es más que una manía o un signo de deterioro
cognitivo.
Un pensamiento sano con relación a la
reminiscencia nos puede llevar a comprender su función y a utilizarla bien en
la relación con la persona mayor. Aún admitiendo que en ocasiones puede ser
índice de deterioro cognitivo y en otras una huida al pasado, exagerando y
fabulando, la verdad es que muchas veces tiene una utilidad terapéutica.
La tendencia a recordar la vida pasada (reminiscencia)
puede considerarse como una actividad de la vida corriente de las personas de
edad, útil e incluso necesaria para el equilibrio psicológico y afectivo. No
porque el anciano rememore automáticamente esto ha de ser un bien para él, pero
en muchas ocasiones sí.
En esta etapa de la vida el presente se le
aparece a la persona mayor como algo extraño, vacío de muchas cosas y personas
que una vez fueron significativas.
A veces el presente es vivido como un momento
impregnado por el dolor producido por numerosas pérdidas, con sabor de soledad
en medio de otras personas, pincelado con la amenaza de un futuro en el que el
deterioro será fácilmente progresivo.
¿Por qué entonces nos extrañamos de que la
persona mayor busque en el pasado motivos y recuerdos para autoafirmarse y
mantener su identidad y autoestima?
Al volver atrás el anciano comunica que está
vivo, que tiene una historia, que su identidad no viene definida únicamente por
las crisis del momento presente, por los déficits o la necesidad de ser
cuidado, sino por tener en la historia lo que otros tienen en el presente.
Traer a colación los recuerdos, sin
connotación patológica, constituye incluso una oportunidad de crecimiento. El
libro de su propia vida se está terminando de escribir y las últimas páginas
constituyen una oportunidad de ir poniendo orden, subrayando lo que fue
realmente significativo, queriéndose a sí mismo y comunicando el mensaje
contenido en la lectura de la propia experiencia. Es un modo de vivir
hasta el final, de luchar contra la soledad y de culminar la obra de arte de su
propia historia con los últimos retoques realizados sobre las partes más
delicadas.
De lo que se recuerda, con frecuencia suele
haber un hilo conductor que permite sentirse vivo y en continuidad con el
pasado: No soy un desecho o un mero dependiente de los cuidados de los demás,
soy el que fui, vivo y estoy en relación con otras personas. De este modo, quien se cuenta a sí mismo,
busca ser reconocido y seguir siendo el que fue, digno de consideración,
respeto y escucha.
Traer a colación los recuerdos no está
siempre libre de tensiones internas. En el pasado que recuerdan, los mayores
reviven a veces acontecimientos penosos, experiencias negativas o no
asimiladas. Narrarlas constituye una oportunidad de reconciliarse con la propia
sombra integrándola en la persona que se dirige hacia la meta de su vida. Revisar
la propia vida es una actividad universal que puede permitir sanar la memoria o
amargar una existencia.
Para quienes acompañan a los mayores, no
siempre les resulta fácil manejar la reminiscencia. Es frecuente escuchar “ya
aburre”, expresiones que invitan a dejar de repetir siempre lo mismo, exhortaciones
a olvidar el pasado o descalificaciones por repetir otra vez lo que ya ha sido
contado.
Si es cierto que lo que es olvidado no puede
ser sanado y que el pasado como la memoria constituyen el mayor tesoro de los
mayores, aprender a escuchar el significado de estas repetidas narraciones, a
hacer la paz en los conflictos no resueltos y evitar refugiarse solo en el
pasado, constituyen importantes retos para el que desea acompañar y ayudar a la
persona mayor.
Escuchar la historia repetida una y otra vez,
no significa oír siempre la misma historia, debemos ser capaces de captar cada
vez un mensaje nuevo: “hoy, ahora, contigo, contándote lo que ya sabes, me
siento vivo y reconocido por ti, pongo orden en mi vida, me autoafirmo, me
reconcilio y te considero importante para mí equilibrio afectivo”. Este mensaje
hay descubrir en cada persona mayor que se repite.
Algunos terapeutas han comprendido bien la
importancia del recuerdo y lo estimulan directamente, invitando en sus sesiones
individuales o de grupo a recordar viejos cantos, viejas anécdotas, historias
que circulaban en los tiempos jóvenes, lugares particularmente relevantes. El
mensaje es claro: el pasado es importante.
Su evocación constituye una consideración
respetuosa y en él se puede encontrar sentido. La experiencia puede convertirse
en fuente de esperanza a la vez que maestra que enseña para uno mismo y para
los demás.
La escasez de tiempo de los profesionales de la
salud, agentes sociales o cuidadores informales no será nunca una razón
suficiente para abandonar al mayor a una soledad afectiva que le llevará a
seguir vivo sin sentirlo, a morir antes de morir.
Cuando veo a una persona mayor disfrutando con
una tablet me quedo sorprendido, porque no deja de ser una excepción
tecnológica: la mayor parte de las personas mayores abominan de la tecnología,
de los avances, de las modas, de lo moderno. Prefieren conservar sus muebles de
siempre, vivir donde siempre han vivido, continuar viendo los clásicos del cine
con los que crecieron, escuchando canciones apolilladas. La mayor parte de las
veces, los viejos se distinguen a la legua porque visten como viejos.
Esta querencia por la nostalgia también se
produce en su cerebro: los ancianos suelen recordar con más frecuencia escenas
de su juventud o incluso niñez, que refuerzan consultando por enésima vez el
álbum de fotos. Y esto, aunque sea molesto para los jóvenes que tratan de
relacionarse con ellos, no es necesariamente malo. Incluso hay psicólogos que
sostienen que rejuvenece la mente de los ancianos.
Es lo que trató de demostrar en 1979 la
psicóloga Ellen Langer, que llenó un viejo monasterio de Peterborough, New
Hampshire, con objetos y accesorios de la década de 1950. Música de Nat King
Cole, programas antiguos de televisión y otros elementos ya pasados; ya listo todo
llevo una cantidad de viejos al lugar por una semana y al final de la semana,
los ancianos habían aumentado un promedio de más de un kilo de peso y parecían
más jóvenes. Hacían mejor las pruebas de audición y memoria. Sus articulaciones
eran más flexibles y el 63 % obtenía mejor puntuación en un test de
inteligencia.
Nuestros ancianos merecen toda nuestra atención
porque en ellos se cumple: “Aun en su vejez, darán fruto; siempre
estarán vigorosos y lozanos” Salmo 92:14. No seamos nosotros con nuestra
arrogancia y displicencia quienes los matamos al no atenderlos, tengamos
presente en todo que algún día, todos y cada uno, compareceremos ante el tribunal
de Cristo.
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