Hasta la saciedad esta demostrado que de
la practica publicitaria y las muestras de la buena fe a la realidad de
dignificar un segmento social como lo son los ancianos, existe una verdadera
brecha en todos los sentidos de los aspectos activos de toda sociedad.
¿Cuál es el problema real? El problema es
que este segmento ya no es económicamente productivo, este caso real en El
Salvador se repite en los diferentes países del mundo, en unos mas
dramáticamente que en otros.
En El Salvador estamos en el mes de
celebración de la Tercera Edad, somos ejemplo al mundo de una nueva modalidad
de incluir a la Mujer en la vida nacional, sus bienes y beneficios, en un
proyecto en marcha llamado “Ciudad Mujer”, excelente y provechoso proyecto de
reconocimiento internacional y ya de referencia para otros países... pero
alguien se podría pensar en “Ciudad Vejez”, en lo personal creo que si... todos
tenemos derecho a soñar.
¿Que como es El Salvador? A continuación
transcribo un articulo periodístico;
Tercera edad, sin leyes que
brinden protección social
Angélica Santos comunidades@eldiariodehoy.com
Jueves, 30 de Enero de 2014
Envejecer
en El Salvador resulta muy difícil para los ciudadanos que se encuentran en el
rango de la tercera edad, o se acercan ella, sobre todo porque no existen leyes
que los amparen y muchos de ellos terminan en la mendicidad o en un asilo.
A
excepción de los pocos que gozan de una pensión por sus años de servicio
laboral, lo que no significa que no pasen carencias o terminen en el abandono,
un gran número de ellos ya se encuentran viviendo de la caridad.
El
VI Censo de Población y V de Vivienda que realizó en 2007 la Dirección General
de Estadística y Censo (Digestyc) del Ministerio de Economía, estableció que en
el país existen 361,878 personas de 60 año a más, lo que representa el 9.4 % de
la población. Se prevé que el porcentaje que en el año 2050 la cifra será de un
24 %.
Don
Joaquín Guardado es parte de esa cifra. A sus 76 años aún continúa vendiendo
billetes de lotería en el centro de San Salvador para llevar el sustento para
él y su esposa. Aseguró haberse iniciado en esta actividad comercial cuando
tenía cerca de 20 años, luego de emigrar a la capita desde de Arcatao,
Chalatenango. El éxodo de su familia fue a raíz de la guerra entre Honduras y
El Salvador, en 1969.
Desde
entonces él, junto a sus nueve hermanos, buscaron oportunidades para ganarse la
vida de una manera digna. La falta de escolaridad se convirtió en la principal
limitante para encontrar un trabajo que le garantizara una pensión ya que solo
cursó primer grado.
"Antes
se creía que el estudio no le daba de comer a uno, pero hoy que estoy viejo la
cosa es más seria, porque ni trabajo encontramos y debemos rebuscarnos para
ganar unos centavitos", afirmó.
Don
Joaquín es uno de los muchos ancianos que no poseen una pensión ni servicios
médicos, entre otras prestaciones sociales que todo anciano debería tener
derecho.
En
las calles y plazas de El Salvador es fácil encontrar a algunos ancianos con
ansias de hallar oportunidades de trabajo en el sector informal, mientras que
otros recurren a la mendicidad como medio de sobrevivencia.
Ese
es el caso de Mario Reinhartd de 83 años, un anciano con serios problemas de
salud y, además, con una discapacidad. Él se gana la vida recolectando latas,
cartón y plásticos, para suplir de alguna manera sus necesidades.
Según
relata, su padre era de Hawaii, uno de los Estados de Estados Unidos, y su mamá
usuluteca. Por cosas del destino terminó su juventud en Usulután, junto a su
madre. Años después quedó huérfano y sin casa, solo con el amparo de Dios y
trabajando de cualquier cosa.
Antes
de ser parte de los pupilos del dormitorio público municipal, durmió 10 años en
el Portal La Dalia, en el corazón del Centro Histórico de San Salvador.
La
calle ya no lo asusta, pero su avanzada edad lo doblegó, por eso optó por
dormir en este albergue, donde ya lleva 14 años refugiándose de las frías y
lluviosas noches. "El dormitorio es una bendición para quienes no tenemos
dónde pasar la oscurana. Algunas personas caritativas nos regalan cena. Aquí
tenemos techo y agua para bañarnos y lavar nuestra ropa, hasta televisión
vemos", contó con mucha complacencia.
Su
compañera de vida, Blanca Alvarado, también pernocta en el mismo lugar, pero en
camas separadas ya que las mujeres están en otra habitación. Ambos aseguran
haber tenido una vida de maltrato y abandono, esa es la razón de vivir bajo el
amparo de la generosidad del Comité Manos Fraternas, iglesias, alcaldías, e incluso
el apoyo de personas particulares.
Por
suerte, explicó, tienen donde dormir, porque otros ancianos se quedan en las
aceras, debajo de los puentes o en casas abandonadas.
De
acuerdo a Roberto Panameño, encargado de la administración del único dormitorio
público de San Salvador, este lugar tiene registrado un promedio de 52
personas, 20 son ancianos. Las condiciones del lugar son sencillas pero
permiten un cálido y temporal descanso a quienes ahí llegan cada noche.
Mucho
por hacer
Para
Olga Miranda, presidenta de la Fundación Salvadoreña para la Tercera Edad
(Fusate), la lucha por hacer valer los derechos de los adultos mayores no ha
terminado. Con más de 24 años de trabajar con esta población, aún lamenta la
indiferencia de las autoridades por aprobar leyes que otorguen beneficios
dignos a estas personas. "Hay leyes, pero aún están en revisión y otras
engavetadas. Para nosotros la situación del adulto mayor es aflictiva y las
donaciones, que son nuestro soporte, han menguado", refirió la presidenta
de Fusate.
De
acuerdo con Miranda, el país tiene dos grupos poblacionales de adultos mayores.
Los
primeros tienen, al menos, un ingreso mínimo para suplir las necesidades
inmediatas, no así los gastos médicos para tratar enfermedades propias de la
vejez como los problemas cardíacos, respiratorios, artríticos y diabéticos.
Para solventarlos deben emplearse en supermercados, recurrir al sector informal
o buscar una actividad que les permita obtener ingresos extras para ese fin.
El
otro grupo lo conforman las personas que nunca cotizaron y han envejecido sin
ningún beneficio de ley.
Amas
de casa, vendedores, recolectores, jardineros, domésticas, y la lista continúa.
Para estas personas la situación es mucho más precaria.
Tal es el caso de doña Paula Henríquez , una mujer de 63
años que trabajaba de lavar y planchar. Ella tiene tres hijos, pero ninguno se
hizo cargo de cuidarla al verla enferma.
Hoy permanece postrada en cama y es la única usuaria del dormitorio público
de San Salvador a la que le permiten quedarse todo el día por su avanzada
diabetes. Su caso de abandono no es el único, en la gran urbe de San Salvador
la población indigente se cuenta con facilidad al caer la noche.
La
ruidosa capital se convierte en un dormitorio para hombres y mujeres que
sobrepasan los 60 años, y que solo poseen la esperanza de contar con un cartón
para abrigarse y una taza de café caliente que los ángeles nocturnos lleguen a
dejarles dos o tres veces por semana.
Anteriormente
decía... todos tenemos derecho a soñar, pues no solo voy a soñar, tratare de
luchar por conformar una “Oficina Nacional De Dignificación De La Tercera
Edad” no importa estar a las puertas de mis sesenta y seis años...
luchare... si desea acompañarme de una u otra forma escribanos a igelrenuevo@gmail.com o puede hacerlo a igelrenuevo@hotmail.com y si usted asimila estos correos con la iglesia y no quiere
hacerlo por ahí escríbame a licsaulguevara@hotmail.com.
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