- La vejez es
inseparable de los otros aunque se reniegue de ello.
Las
relaciones entre el individuo y el todo de la sociedad, son una realidad tanto
en uno como en el otro. No puede haber singularidad sin "gente" con
que relacionarnos. Para existir hemos necesitado previamente de una familia y
de una sociedad y a su vez esta sociedad se basa en la existencia de individuos
que existen uno a uno.
Hecha
esta consideración se entenderá que digamos que, comprender lo que es un viejo,
es también referirnos a un joven que ese viejo no es.
Nos
distinguimos unos de otros, pero necesitamos a los demás para definir lo que
somos. Yo estoy vivo, lo que quiere decir que alguien cultivo el trigo que como
en forma de pan. Convivimos todos y si los individuos quisieran todo lo que
hacen para sí no habría nada para otros, la sociedad no sería posible y la
especie humana se extinguiría.
En
la medida en que sobrevivimos quiere decir que existe una cierta solidaridad
que permite la existencia de todos. Pero cuenta también la calidad de esa vida,
y así mismo la posibilidad de una desproporción entre la abundancia de unos y
la miseria de otros. Si predicamos la ley del más fuerte pagaremos las
consecuencias de esa ley.
Vista
a vuelo de pájaro la vida de un ser humano se parece a la de la cigarra corta
de miras: devora todo en verano y pasa penurias en el invierno. Más grave aún
es que este error de estrategia no se da en el ámbito de un individuo aislado,
si no lo que es peor, a nivel de toda la colectividad. En el compromiso de las
necesidades a corto plazo y en las de largo plazo, está el secreto del
equilibrio de las desigualdades. Todavía somos una civilización hedonista,
guiada por placeres inmediatos y que nos cuesta pensar en términos de serenidad
en proyectos de largo alcance: nos impacientamos y nos quejamos de los
esfuerzos y sacrificios inmediatos cuya recompensa se pierde en la lejanía de
los años.
En
el mundo de fábulas hay un conflicto moral entre ser cigarra o ser hormiga. en
el mundo real lo podríamos plantear en un campo de tres fuerzas distintas:
a)
afirmar lo que somos por no ser como los otros (somos jóvenes porque no somos
viejos, viejos porque no somos jóvenes).
b)
afirmar lo que somos por lo que queremos ser (somos jóvenes que quieren
triunfar a toda costa, viejos que queremos ser atendidos).
c)
afirmar lo que somos por lo que seremos (somos hombres que están en la época de
la juventud y que luego serán viejos, viejos que viven bajo la amenaza de una
muerte próxima). Esta dimensión es la más difícil de tener en cuenta. De ahí
que el joven prefiera "olvidarse" del viejo que será o el viejo
renuncie a un interés por la vida que la muerte eliminará pronto o bien que no
viva por acordarse demasiado de que morirá.
- La normalidad
jurídica, económica, afectiva y médica.
Lo
normal y lo anormal son pautas, normas culturales que la sociedad fabrica para
aceptar y premiar lo uno o rechazar y combatir lo otro. Es difícil que
encontremos que un individuo sea normal en todo o absolutamente anormal, ya que
no se trataría desde luego de un ser humano con normas que a veces cumple y
otras no cumple.
Bajo
el punto de vista jurídico el anciano es normal: es responsable ante la ley,
puede como tal realizar actos jurídicos, como hacer testamento, votar o litigar
y está sometido por lo demás al mismo respeto a las leyes como no robar o no
matar. Esto no quita para que se cometan atropellos cuando su comportamiento no
es convencional: puede ocurrir que un anciano quiera dejar su herencia a una
persona a la que quiere y sus hijos califiquen este hecho de castigo y
liberalidad, alegando que estaba "loco" o bien se impide un
matrimonio del anciano con una joven alegando que "chocha". De todas
formas son casos de violencia, hasta de burla de una ley que teóricamente el
menos ampara al anciano.
El
régimen de prestaciones a la vejez tiene sus propias normas económicas, que a
su vez tratan de justificarse por un lado en las necesidades de cada país (los
economistas se quejan del peso de las clases pasivas para el avance económico,
viniéndose a pedir que se sacrifiquen para que se beneficien del progreso de la
economía gracias a lo que se hace con la inversión de lo que se les niega) y
por otro lado se especula con las necesidades de la vejez que se suponen son
pocas: el viejo como frugalmente, no sale, no se compra ropa y no valora sino
el estar tranquilo sin preocuparse de nada.
En
lo que respecta al mundo afectivo, al anciano se le somete a un mundo reducido,
suponiéndole una angélica falta de necesidades y predicándole un ascetismo.
Se
ve como "fuera de tono" la expresión de violencia, malhumor, celos,
amor y sexualidad, que en los adultos se consideran normales. La norma que el
anciano debe respetar es la de quedarse a solas con sus afectos, en todo caso
tener nostalgia sin abusar ni agotar la paciencia de los demás y en ningún caso
apasionarse por un presente: se le aconseja como a un moribundo que no se
altere. Esta especie de presión para evaporar los honores del anciano está
lejos de responder a la viveza de los conflictos que le inflaman, aunque
acostumbrado al silencio que se le impone, acaban por tener muchos la única
salida de la angustia y la depresión, a otros signos de un "mal
carácter", por el que se le acusará en todo caso.
La
vejez es una época de cambios por lo que el sujeto pierde poderes que tenía,
eso es cierto, pero a menudo se cae en el error de pensar que es una etapa de
la vida completamente desligada de la historia anterior. El anciano no pierde
todas sus capacidades, es más, tiende a conservar hábitos antiguos con mayor
facilidad que adquiere otros nuevos. Su propia historia le define como persona
digna, lo que en parte propicia desinteresarse de un presente que parece
escatimarle el reconocimiento.
Conserva
gran parte de sus valores y con ello sus virtudes y defectos, aunque también
algunos ancianos abandonan convencionalismos mantenidos toda la vida. En
ocasiones le resulta difícil realizar cambios de personalidad adecuados a su
nueva situación y prefiere emplear antiguos modelos, a molestarse en
retocarlos.
En
el terreno médico, el técnico es el autor principal que marca la pauta entre
normalidad y enfermedad. En este apartado se ha partido de no considerar la
vejez como una enfermedad, como en el pasado se opinaba. Al distinguir entre
salud y enfermedad se propicia una política de aumentar la salud, bien por la
vía de una higiene preventiva, bien por la investigación sintomática.
- El cuerpo y el
saber.
Por
el cuerpo somos limitados. Pero surge la idea de aprovecharnos del saber para
paliar los desfallecimientos de los órganos. Desde luego, no hay magia posible:
la función misma de la mente es otro órgano sujeta a decadencia. Pero las
relaciones entre el cerebro y las demás partes del cuerpo son lo suficientemente
distantes como para permitir un margen de aprovechamiento.
Así
ocurre con los hábitos y la reflexión; cuando, por ejemplo, resulta complicado
aprender a lavar a un anciano varón, a una anciana acostumbrada a las tareas de
la casa le basta solo, simplemente ha de poner el "automático": No
necesita recordar cosa por cosa, sino que le surge el conjunto completo de
operaciones. Es como si haciendo las cosas a ciegas salieran mejor que
pensándolas. También ciertas fallas pueden suplirse mediante la reflexión: si
le cuesta realizar algo puede deducir un camino para hacer aquello que no puede
hacer a la primera.
Cuando
los recursos intelectuales disminuyen el anciano está impotente y no tiene más
remedio que depender de los demás. Tanto la gimnasia física como la mental
ayudan a paliar tales situaciones. De nuestro saber y el tener un equilibrio
afectivo, depende la salud. De ahí la importancia que tiene para el anciano
poseer relaciones cálidas e intereses que le integran en el mundo. No es una
contradicción si añadimos lo opuesto: la mala salud influye también perturbando
nuestras capacidades intelectuales y por consiguiente el equilibrio afectivo.
La política que conviene es la de luchar por un equilibrio que nos ahorre en lo
posible la enfermedad que en la vejez precipita rápidos deterioros globales.
Pero
después de todo Gracias A Dios Seguimos Vivos.
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