En repetidas ocasiones hemos apuntado que
en el espacio de unos años mas, la pirámide de edades va a sufrir un cambio
espectacular y significativo. Y lo que preocupa no es tanto el envejecimiento
en sí, sino la velocidad y amplitud que
reviste, hasta el punto de que el siglo XXI podría pasar a la historia como el
siglo de la ancianidad.
En los próximos años, casi el 20% (quinta
parte) de la población en las naciones desarrolladas serán personas mayores de
65 años. Por otra parte, la medicina ha mejorado extraordinariamente el nivel
de salud psíquica y biológica de nuestros mayores. La geriatría y la
gerontología, como nuevas especialidades médicas, han posibilitado que estas
personas se acerquen a la vejez en condiciones de prevenir mucho mejor sus
deficiencias, hacer frente a sus posibles enfermedades y recibir las ayudas
necesarias para esta situación. Todo lo anterior en unos países mas que en
otros.
El Enfrentamiento Con La Realidad Es Una Situación No Siempre Agradable
Cierto es que la vejes no es para muchos
la etapa ideal de vida. Hay, para con esta edad, como un cierto sentimiento de
rechazo social, pues la cultura imperante no aprecia la vida de aquellos que no
producen y hasta se les designa con el nombre de clases pasivas. Los jóvenes
vienen abriendo nuevos caminos y dejando marginados a los que entregaron su
vida con anterioridad, sin agradecer muchas veces los servicios para ellos
prestados.
Los viejos se vuelven ciudadanos de un
país extraño, en el que no se sienten integrados. Los mensajes implícitos que
reciben les hacen sentirse sin esta pertenencia, pues la cultura, los gustos y
costumbres, la pérdida de amistades, provocan cada vez más el aislamiento de un
entorno que les resulta lejano e incomprensible. Hasta los cambios urbanísticos
terminan por destruir aquellos lugares que guardaban los recuerdos y momentos
felices de otras épocas.
No es extraño, que la soledad y el
abandono se presenten en esta etapa. El
reconocer con realismo esta situación, no significa dejarse vencer por
ella. Lo peor sería encerrarse en sí mismo y/o huir con los recuerdos hacia un
mundo pasado para no encontrarse con la realidad. O llevar una vida de inercia
y aburrimiento, pretendiendo encubrir con otras evasiones superficiales el malestar
interior que esta realidad genera. Una cierta tristeza persiste por dentro que
molesta y entorpece las buenas relaciones con los demás y que, a veces también,
aflora en el rostro de estas personas.
La misma sociedad empieza a preocuparse
para ofrecer a este segmento nuevas posibilidades que fomenten su cultura y
desarrollo humano. Las actividades para la tercera edad, se van multiplicando
por todas partes, buscan cumplir con este objetivo. Sin embargo, los creyentes
tenemos otras alternativas para conseguirlo, que quisiera sugerir con brevedad.
La vejez constituye para nosotros una llamada hacia la trascendencia, hacia una
eternidad bonancible, que nos abre a Dios y a las personas que nos rodean.
La Experiencia Del Envejecimiento Requiere Una Reconciliación Humana
La vida se constata en las vivencias
inevitables, vivencias que van dejándose en el pasado y atesorándose algunas en
la memoria. Desde que nacemos no es posible subsistir, sin dejar a nuestras
espaldas algo que abandonamos. La renuncia es condición necesaria para seguir
adelante.
Lo que acontece es que, para el joven y el
adulto, tales pérdidas no tienen mayor resonancia, pues viven de cara a un
futuro, cargado de expectativas y nuevas posibilidades, que compensa cualquier
frustración. Aun en las circunstancias más molestas, queda por dentro una
esperanza que suaviza cualquier dificultad. Están en camino hacia una meta que
ilusiona y a la que aspiran y abandonar el pasado nos es problema porque se
entiende como una condición necesaria para subir e ir hacia arriba al triunfo.
Lo que se deja es para suplirlo de inmediato con otra alternativa mejor.
Pero en la persona mayor, su mirada se
centra mucho más en el pasado ante las pocas posibilidades que le ofrece el
porvenir. La realidad que ahora vive ha perdido la riqueza de otros tiempos
anteriores. El deterioro orgánico, aun sin enfermedades concretas, aumenta de
forma continua. La impresión de que las capacidades biológicas se reducen y la
falta de fuerza, en los diferentes niveles de la personalidad, recuerdan con
insistencia, aunque no interese constatarlo, que la esperanza de vida se va
también agotando. No se trata sólo de las pérdidas más dramáticas, como la
enfermedad crónica, el ingreso en una institución asistencial o una inmovilidad
permanente, sino ese cúmulo de pequeños gestos e incidentes de la vida
ordinaria que, aunque sean mínimos e insignificantes desde fuera, transmiten un
mensaje permanente que le dice repetitivamente: has dejado de ser lo que eras
antes.
Por eso, no les queda otro consuelo que
evocar constantemente su pasado para que otros lo vean (y la misma persona
mayor se convenza) que sigue siendo alguien, a pesar de las deficiencias
actuales. Si necesita repetir los acontecimientos de su historia es porque
desea que otros lo escuche para que nadie olvide que su vida fue bastante o muy
diferente a la que ahora se va apagando.
Yo creo que, aun humanamente, es posible
llegar a una reconciliación. Se trata de reconocer la propia finitud de la
existencia y aceptar el destino que a todos nos afecta, aunque sea doloroso,
sin rebeliones internas que no sirven para nada. Hay que enfrentarse con esta
verdad, por muy desagradable que parezca, como la única condición para vivir
con paz y serenidad estos momentos. Ineludiblemente todos, hasta el ser humano
que nace en lo que leemos estas líneas, vamos hacia la muerte. Es entonces, en
esta edad, cuando el creyente puede escuchar la llamada de Dios con una fuerza
más grande. Si el abrazo con el destino constituye, incluso, una terapia psicológica,
la mirada sobrenatural ofrece una nueva perspectiva, cargada de esperanza, pues
nos abre verdaderamente las puertas de una nueva vida en la que veremos cosas
que jamás ojo humano vio.
Dios Se Acerca Entre Los Residuos De La Vida
A estas alturas de la vida, cualquier
persona ha tenido ya múltiples experiencias de tantas cosas y de como se van
quedando en el camino. Son muchas las pequeñas muertes que se han vivido para
no darse cuenta de que todo es frágil y relativo. Sólo Dios se vislumbra como
el único absoluto y la meta definitiva hacia la que nos dirigimos. Lo que
acontece, como sabemos también por experiencia, es que nuestro caminar se hace
cansado y lento, pues nos sentimos muchas veces atraídos por otras realidades
que obscurecen a Dios. Nos cuesta estar libres y despojados para convertirlo,
de verdad, en el valor más importante de nuestra exigua vida. Por ello, cuando
la vida nos impone con realismo ese continuo despojo, el cristiano puede y debe
ver, en ese acontecimiento humano y universal, una presencia salvadora.
Dios mismo es quien acosa, destruye
ilusiones engañosas, cierra salidas falsas, despoja de lastres que paralizan,
corta amarras, purifica el corazón y lo libera, para que por fin no tengamos
otro remedio que entregarnos a Él. Es una enseñanza amorosa que facilita
entender y vivir este gran descubrimiento. La ruptura de tantas esperanzas ha
hecho vislumbrar la única Esperanza. Las estadísticas constatan que la
religiosidad aumenta en las personas mayores. Algunos interpretan este dato
como una búsqueda de seguridad definitiva, cuando las fuerzas humanas se vienen
abajo; como recurso eficaz para superar los temores inconscientes ante la
muerte y el más allá desconocido.
Aunque la
experiencia sobrenatural tenga sus ambigüedades y esté condicionada por
mecanismos psicológicos, sería falso encontrarle esta sola explicación. Son
momentos propicios para comprender mejor la relatividad de las cosas y alzar la
mirada por encima de ellas, abriéndose con asombro a los nuevos horizontes de
la fe. Como si Dios quisiera prepararle a cada anciano la hora en que él
también, como Simeón, pudiera recitar su cántico gozoso: " Ahora, Señor,
despides a tu siervo en paz, Conforme a
tu palabra; Porque han visto mis ojos
tu salvación " (Lucas 2:29..30).
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