La forma despectiva y excluyente que las sociedades de consumo han
enseñado sobre la vejez a nuestras generaciones jóvenes, ha traído como
consecuencia que estas mismas generaciones de jóvenes, han perdido de vista la
inexorable realidad de que ellos llegaran a ser también viejos, realidad que
nos les permite proyectar cambios socio económicos rápidos para el futuro de
ellos mismos.
El perfil psicológico del anciano ha sido descrito siempre desde una
perspectiva negativa. El declive físico que el adulto comienza a padecer cuando
se acerca a la edad senil, parece corresponderse también con su deterioro
psicológico. La melancolía, el egoísmo, la falta de memoria para los hechos
recientes, la testarudez, el autoritarismo, la desconfianza, son rasgos que
aparecen comúnmente en muchos de nuestros ancianos, pero no todos ellos pueden
atribuirse únicamente a la edad.
Es cierto que con la edad algunos de los rasgos que nos han caracterizado
durante toda nuestra vida parecen salir a relucir con más fuerza, porque de
hecho cada uno tiene la vejez que le corresponde conforme ha sido su vida. En
otras palabras cada uno en su momento tiene como fruto lo que sembró tiempo
atrás, es la realidad tangible de la ley de la siembra y cosecha.
Eclesiastés 1:9 NVI “Lo que ya ha acontecido volverá a acontecer; lo
que ya se ha hecho se volverá a hacer ¡y no hay nada nuevo bajo el sol!”
Nada se improvisa.
El viejo huraño ha sido sin duda un joven desconfiado y poco sociable.
El viejo egoísta lo ha sido también en mayor o menor grado de joven.
No podemos ocultar el declive físico tiene una gran relación con esa
evolución de las personalidades en la vejez.
Las modificaciones físicas, intelectuales y sociales que comportamos,
modifican así mismo la percepción que cada uno tiene de sí mismo. “Las fuerzas
ya no me acompañan como antes.” “Hacer cualquier cosa me cuesta cada vez más”.
“No contéis conmigo ya para eso. No estoy para esos trotes”. El problema se
genera en la visión que nos inculcaron desde pequeños sobre la vejez y claro
esta cuando llegamos a ella reaccionamos según fuimos acomodados por las
enseñanzas de años anteriores.
Esto incide a una mayor inseguridad de la persona y que se produzca
una cierta ansiedad en su personalidad si ve con angustia ese cambio.
Algunos de los rasgos comunes que acompañan a muchos de los ancianos
es la rigidez en sus conductas cada vez más incapaces a adaptarse a los cambios
y la consiguiente introversión que esto produce.
La sociedad y su instrucción educativa basada en esa visión
excluyente, hace que el anciano se desconecta del presente, se refugie en el
pasado donde fue feliz y renuncia si quiera a ejercitar su memoria más
reciente. No presta atención, no le interesa.
Tantos años de venir inculcando que los viejos son inservibles, cobran
su factura a esa edad.
A la mayoría de los ancianos solo les preocupan algunos temas
concretos como son los religiosos, la muerte, el paso del tiempo, la salud y el
dinero.
Es conocido el amor de los ancianos por el dinero. Es comprensible.
Ante una sociedad percibida cada vez como más agresiva por ellos y
paralelamente una debilidad física más patente, el dinero da al anciano
seguridad.
El que no tiene dinero vive con angustia una interrogante: “¿Qué será
de mí el día de mañana?” y el que tiene un poco, lo guarda con avaricia como un
seguro de vida.
El que tiene mucho juega con él, para conservar su poder sobre los
demás. La literatura está llena de viejas ricas que juegan con su dinero
haciendo y deshaciendo testamentos, legando sus bienes a instituciones
religiosas y desheredando sobrinos o dejando toda su fortuna a sus mascotas.
En general, el sexo femenino es consciente más pronto de su
envejecimiento que el masculino. Muchas mujeres viven con angustia los cambios
físicos y estéticos que el envejecimiento produce en su organismo. Estos mismos
cambios son percibidos, en general, más tarde por el sexo masculino.
De todas maneras, todo esto no son sino generalizaciones que poco
tienen que ver con la vejez en cada persona concreta. Cada cual es de una
manera distinta y vive su envejecimiento de una manera diferente.
Tan solo se necesita que aprendamos, que enseñemos a nuestros niños,
jóvenes y adultos jóvenes a romper los clichés socio educativos actuales y este
es parte del trabajo de nosotros los viejos, para eso hemos llegado primero,
para que cundo generaciones venideras lleguen encuentren una vejez mas justa y
equitativa, que los acoja con regocijo y los coloque en su verdadera posición
social de patriarcas como en las culturas pasadas.
Dice el dicho: “ a buen entendedor pocas palabras” así que a las
generaciones jóvenes que ahora se ríen de los viejos, permítanme hablarles con
esta anécdota:
“Durante una conferencia sobre
las grandes diferencias entre generaciones, un presumido estudiante se tomó la
molestia de explicarle a un señor mayor sentado cerca de él, por qué le es
imposible a la vieja generación comprender a su generación:
"Usted creció en un mundo
diferente, realmente casi primitivo", dijo en voz lo suficientemente alta
para que lo escucharan alrededor.
"Los jóvenes de hoy
crecimos con televisión, internet, teléfonos móviles, aviones jet, viajes al
espacio. Nuestras sondas espaciales han visitado Marte. Tenemos naves con
energía nuclear y autos eléctricos y de hidrógeno. Computadoras con procesos de
velocidad de la luz…y más".
Luego de un breve silencio el
señor mayor respondió:
"Tienes razón, hijo mío;
nosotros no tuvimos esas cosas cuando éramos jóvenes...
¡ASÍ QUE LAS INVENTAMOS!
Ahora, dime arrogante, ¿qué
estás haciendo TÚ PARA LA PROXIMA GENERACION?"
¡El aplauso fue ensordecedor!”
¿Entendiste?
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