Nuestra sociedad tiende a utilizar palabras o
modos de expresión que indican una idea desfavorable o despectiva para
referirse a la persona anciana, en los últimos años, conscientes de ello, se ha
buscado alternativas con miras a lograr una expresión y acción más correcta.
El concepto del envejecimiento cambia y se complica
de acuerdo con las variables culturales, sociales, económicas, políticas,
biológicas, psicológicas de cada región y estos componentes influyen en el
concepto y la reflexión de lo que se nos figura lo que es ser un anciano.
Al mirar la historia, los viejos han vivido una
dualidad entre lo bueno y lo malo. Según el Nuevo Testamento, el pueblo hebreo
los consideraba un sinónimo de sabiduría. Pero el envejecer no ha recibido la
misma consideración a lo largo de nuestra historia, cada época ha marcado un
antes y un después en la forma de asumir el envejecimiento.
En nuestra sociedad occidental se han producido
grandes cambios y la percepción sobre el envejecimiento ha variado según cada época.
Existen numerosas variables de tipo cultural, social, económico, político,
biológico, psicológico e institucional que influyen en el concepto y en la
consideración de lo que supone ser anciano, y que puede otorgar una valoración
más o menos positiva.
En esta ocasión, pretendo ilustrar cómo la
vejez puede vivirse de distintas maneras según los valores que imperan en cada
sociedad y cómo ser anciano ha ido variando con el paso de la historia.
Para lo anterior es necesario analizarlo desde
la prehistoria, pasando por períodos como el egipcio, la sociedad helénica,
incluso el Medioevo y el Renacimiento hasta llegar al Mundo Moderno y
Contemporáneo. En todas estas etapas hay que tener en cuenta factores que son
de relevancia para entender el valor que cada sociedad le otorga al anciano:
disponibilidad de recursos en la sociedad; capacidad de transmisión de
conocimiento; adaptación respecto al cambio social; proporción de individuos
que conforman el grupo.
A lo largo de la historia, tampoco ha sido lo mismo
envejecer para hombres que para mujeres, apenas existen referencias acerca de
la mujer anciana a lo largo de la historia en las distintas civilizaciones. La
mujer y en especial la anciana ha sido excluida y relegada a un segundo plano,
asumiendo básicamente un papel destacado en el ámbito doméstico y familiar.
Durante la prehistoria, el hombre tenía como
objetivo primario la supervivencia, que se expresaba de manera más segura en
una convivencia en grupos. En sociedades primitivas la forma de convivencia era
la tribu. Estas sociedades antiguas debían organizarse para sobrevivir y su
forma productiva se basaba en una economía de subsistencia dirigida a la
recolección y a la caza. La caza pertenecía a los hombres, mientras que la
recolección era trabajo de mujeres, aunque recientes estudios demuestran que la
mujer también cazaba, pescaba y hacía otras cosas, todas ellas hasta hace poco
sin prestarle mayor atención. En esta época las oportunidades de larga vida
eran ínfimas, había enfermedades, luchas tribales, etc. La adaptación al medio
era difícil y prácticamente no existía vejez, porque la esperanza de vida era
muy corta. Quienes llegaban a los treinta años, se les relacionaba con algún
evento divino y sobrenatural. Eran consideradas personas de gran sabiduría,
transmisoras de conocimiento, esencial para la supervivencia del grupo.
Quienes sobrevivían a la rudeza de la
prehistoria se les asignaba funciones concretas, como las de chamanes y brujos;
acostumbraban a ocupar los lugares más altos en la jerarquía social y eran
referentes para los más jóvenes. Se deduce que, en esta época, el ser viejo
gozaba de una consideración de prestigio y gran poder e influencia.
Se sabe que la mujer fue fundamental para la
supervivencia y la continuidad de la especie, así que mientras los hombres de
mayor edad gozaban de prestigio y poder, lo mismo ocurría con las mujeres de mayor
edad, por ser transmisoras de su sabiduría y experiencia. El hombre
prehistórico no hubiera sobrevivido sin la mujer y viceversa.
Si nos remontamos al tiempo de los egipcios,
encontramos los primeros textos que hacen referencia a la vejez, describiéndola
como un período de debilidad con el paso de los años, la disminución de la
capacidad visual y auditiva, como el progresivo deterioro de las capacidades
cognitivas y físicas en general. Pese a esto, el papel de la persona de
avanzada edad, seguía gozando de un gran prestigio social y representaba la
sabiduría y el ejemplo de los más jóvenes. Por lo tanto, la consideración del
anciano sigue siendo positiva como en el anterior período. En cuanto a la
mujer, se sabe que esta cumplía un rol diferenciado dentro de la sociedad
egipcia y que no gozaba del mismo estatus que el hombre, pero sí que se
consideraba un complemento. Se puede pensar que ocupaban una buena posición en
la sociedad.
Es en la Grecia antigua donde se inician las
bases de la sociedad Occidental, aquí se empieza a deteriorar el concepto de
vejez. Los griegos fueron los grandes impulsores de la perfección, del culto al
cuerpo y la belleza, el giro del mito al logo y la visión naturalista; por lo
tanto, la vejez y la muerte, empiezan a ser temidas y son consideradas un
castigo que impone la vida.
Con ese concepto de mundo, la preponderancia de
la juventud y la perfección, es fácil imaginar lo que suponía ser anciano,
cuando el poder de decisión era cosa de la juventud. Pese a esto las leyes de
Atenas dejaban bien claro la importancia del respeto a los padres. Se creó una
institución aristocrática de ancianos y seguía existiendo un concepto positivo
del anciano como transmisor de sabiduría. Esparta tuvo Senado, compuesto por 28
miembros de más de 60 años, a quienes se respetaba y admiraba por su sabiduría.
Durante el período Helenístico, hubo para ellos más oportunidades al tratarse de
una sociedad más abierta y que daba menor importancia a la edad. El rol de la
mujer en esta época fue claramente más marcado como cuidadora doméstica de
niños, ancianos y enfermos y quedaban excluidas de cualquier participación en
la vida pública. No gozaba de demasiado prestigio y poder, tomando solo parte
importante en la vida doméstica, al cuidado de los demás.
Los hebreos nos heredaron el Nuevo Testamento,
una visión en la que los ancianos asumieron un papel fundamental, dirigiendo al
pueblo hebreo y constituyendo un Consejo de ancianos con gran poder de decisión
en cuestiones religiosas y jurídicas. Luego, tras la institucionalización
política, el Consejo de ancianos quedó en un segundo plano, al convertirse
meramente en consejeros y portadores de sabiduría y experiencia, pero sin
decisión. Durante esta etapa, el ser viejo sufre distintos posicionamientos en
función de los acontecimientos sociopolíticos; existe un período de connotación
positiva y luego negativa con la pérdida de poder y autoridad. Las mujeres
seguirían con el peso del cuido de los ancianos y de la familia.
En el poderío de los romanos, encontramos por
una parte una visión positiva; la sociedad romana les otorgó una gran
autoridad, especialmente en el papel que cumplía dentro de la familia y como
responsable de los esclavos, pero, por otro lado, también se produjeron sucesos
por los cuales el anciano sufrió un desprestigio. Dado su poder, fue visto como
una autoridad amenazante, en ocasiones odiada y temida. Durante la República se
delegó el poder político a los hombres de avanzada edad, pero en el siglo I a.
C los valores predominantes en la sociedad romana sufrieron un cambio y los
ancianos que gozaban de poder de decisión, dentro y fuera de la familia,
sufrieron un declive y fueron menospreciados. Aunque no fue un sentimiento
extendido en su conjunto, puesto que la sociedad romana se caracterizaba por la
tolerancia, el poder de adaptación social y porque juzgaban a la persona
individual y no al colectivo.
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