Primera vez en la historia de la humanidad en
que coexisten de modo natural y espontáneo cuatro generaciones. Los avances
actuales hacen posible que padres, hijos, abuelos y bisabuelos convivan; esto
era excepcional en otras épocas.
Esto también tiene que ver con la disminución
de la natalidad, ya en algunos países europeos hay una pirámide de población
invertida. Por otro lado, no es igual la proporción entre adultos mayores
varones y adultos mayores mujeres; ahora hay un número mayoritario de mujeres
de edad avanzada, pero las patologías que afectan a los hombres ya están
afectando cada vez más a las mujeres que han ingresado al mundo laboral.
Para respondernos tenemos que pensar por qué en
nuestra sociedad no existe una cultura de la vejez.
La realidad no es idéntica en cada anciano.
¿Acaso todos son iguales?
No, los viejos con medios económicos y bien
ubicados socialmente no son viejos, porque siguen integrados a la sociedad. El
resto queda abandonado, como residuo. Pero poco a poco y contra esta exclusión,
se va formando una cultura de la ancianidad que es la que vemos, en algunos
países, como las asociaciones de jubilados y en otro tipo de agrupamientos que
se van generando en nuestras sociedades.
Hay algunos rasgos a superar como:
a) El miedo a la vejez.
Muchos no toman al envejecimiento como un
fenómeno natural de la vida, sino que la toma como una enfermedad. Claro que
hay enfermedades características en las distintas etapas de la vida de los
seres humanos por ende la vejez tiene las suyas. Pero la vejez por sí misma no
es una enfermedad si la medicamos. Estos pensamientos no nos permiten forjar
una cultura de la ancianidad e impiden el poderles dar a los adultos mayores un
lugar de reconocimiento en nuestras sociedades.
b) El lugar que hoy ocupa la juventud afecta a
los ancianos.
Nuestra cultura da un enaltecimiento de la
juventud. Si vemos las propagandas, los discursos y los programas de los
medios, encontramos que los modelos son jóvenes e incluso cada vez más jóvenes.
Nos encontramos ante un conjunto de valores o actitudes que vienen a marginar
en todos los órdenes de la vida al anciano y a su vez, a producir un deterioro
de la estima social Eso significa que no hay un lugar para las personas
ancianas, es decir una discriminación social de las personas ancianas.
c) Las mujeres ancianas son más discriminadas.
La implantación del sistema sexo-género, genera
que en las mujeres mayores se dé una doble exclusión: la exclusión por edad y
la de por género. La vejez sólo puede ser entendida en su totalidad, no es un
hecho biológico, sino un hecho cultural. Esta es la perspectiva desde donde
tendríamos que mirar para entender el fenómeno.
d) La falta de cultura de la ancianidad nos
hace confundir vejez con discapacidad.
En la lógica de la sociedad contemporánea con
respecto a los ancianos hay una confusión entre independencia y autonomía. Se
piensa que las personas que sufren algún tipo de discapacidad, algún tipo de
disminución de sus fuerzas físicas, son personas que tienen disminuidas también
su capacidad moral, su poder de decisión y su capacidad de asumir derechos. Me
parece que esta gran confusión que se suscita respecto de los ancianos de
manera muy fuerte aparece también frente a otras personas.
e) ¿Ejemplos?
Las verdaderas feministas ya hace tiempo
señalaron los rasgos discriminatorios de la sociedad con respecto a las
mujeres. Los niños también son afectados, aunque exista una convención
internacional sobre sus derechos. Es notoria la discriminación respecto de las
personas con capacidades diferentes. En este momento uno de los grandes
problemas de las sociedades contemporáneas es la discriminación de los
inmigrantes, principalmente los que no tiene los rasgos étnicos, lingüísticos o
religiosos, de las llamadas sociedades de acogida. En estos grupos sobresalen,
desgraciadamente, las personas ancianas y los migrantes, cierto tipo de
enfermos y casi todas las personas con capacidades especiales.
f) ¿Qué hacer ante este trato humillante?
Hay que contribuir a pensar que estas personas
son sujetos morales y por lo tanto dotados de autonomía y derechos. Son
criaturas también hechas por Dios.
g) ¿Cómo poder hacer efectivo su respeto?
Debe respetársele y fomentar su autonomía. La
autonomía es un triple poder: 1) el poder de hablar, 2) el poder de obrar sobre
los hechos y 3) el poder de construir de manera coherente la propia historia.
De esta manera, la autonomía no referida solamente a personas individuales,
sino también a lo que podríamos llamar sujetos grupales, como pueden ser los
ancianos.
h) En el caso de los ancianos: su voz se
escucha poco.
Pongamos un ejemplo para entendernos: cuando
una persona anciana capaz va a una visita al médico acompañada por otra
persona, normalmente el médico se dirige al acompañante y no a la persona
anciana, aunque la persona anciana tenga un desarrollo intelectual superior al
de su acompañante. Todo porque hay un discurso desvalorizado a priori,
desconsiderado, que es el del anciano. Todo depende de la perspectiva y el
lugar que tengamos para observar y actuar. Hay discursos que desvalorizan por
razones sociales, históricas, económicas. En otro nivel, la posibilidad de
obrar sobre las cosas o sobre las personas, depende de las limitaciones y
capacidades.
Para ir concluyendo, vulnerables, sí;
pobrecitos, no. He trabajado con grupos vulnerables. Por ejemplo, desplazados
por lo que fue en El Salvador su guerra civil, su
problemática tiene que ver con la ubicación familiar
y laboral. Una de las dificultades es la de poder entender patrones culturales
diferentes. Cuando nosotros, con toda la buena intención, nos referimos a
injusticias respecto de los ancianos, muchas veces estamos haciendo
consideraciones que tienen que ver con una forma occidental estándar de
considerar sus derechos y no detectamos sus propias pautas.
Hablamos de los ancianos como sujetos
vulnerables. Esto puede sonar a ofensa, pero ellos son sujetos vulnerables,
porque pueden ser dañados en mayor medida que otras personas. Pero también
tienen una riqueza y una posibilidad de autonomía y de ejercicio de derechos
que son, en cierto sentido, similares a los nuestros. Pero, en otro sentido,
tienen rasgos culturales diferentes. Hablar de estas personas desde el punto de
vista del pobrecito o pobrecita es discriminatorio y ofensivo.
Caminar con los ancianos, tenerlos en cuenta,
es un deber de todos. Ha llegado el tiempo de comenzar a actuar con miras a un
efectivo cambio de mentalidad respecto a ellos y de darles el lugar que les
pertenece en la sociedad o comunidad humana.
La sociedad y las instituciones destinadas a
esa tarea están llamadas a abrir a los ancianos espacios adecuados de formación
y de participación, de garantizar formas de asistencia social y sanitaria
adecuadas a las exigencias que respondan a la necesidad del anciano a vivir con
dignidad, en la justicia y en la libertad. Con ese objeto, junto a un
compromiso del Estado, hay que sostener y valorizar la acción del voluntariado
y la aportación de las iniciativas
inspiradas en la caridad.
El anciano debe ser siempre más consciente de
que tiene aún un futuro por construir, porque todavía no se ha agotado su tarea
de en vida dar testimonio a los pequeños, a los jóvenes, a los adultos y a sus
mismos contemporáneos.
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